Hernán Carbonel: “Uno a veces es un cazador de argumentos”
En esta segunda parte de la entrevista a Hernán Carbonel seguimos conversando de las reseñas, tema que en el Laboratorio interesa especialmente, para luego meternos en un recorrido por sus libros: la novela breve Una excursión a los comechingones, los cuentos y reversiones de leyendas urbanas (con sabor a campo, eso sí) de El chico que no crecía y su proyecto en cuarentena: El viaje inmóvil de Héctor Levin.
Hernán Carbonel: En los últimos años me ha pasado que me puedo dar ese gusto, gracias a Nueva Paradoja, que como distribuidora está laburando bien. Manejamos mucha variedad, entonces puedo elegir. Pero también he propuesto libros sin conocer ni siquiera al autor. Hace poco entregué una nota de un tal Peter Orner, que no sabía quién era, que nos llegó y me gustó. O Halfon, que lo había escuchado nombrar, lo leí y me encantó. Muchas veces elijo leyendo una mínima descripción del libro. Entonces también les sirve a los medios, porque no tienen que enviarme el libro. Si me dicen que tienen algo para reseñar y me lo mandan, tengo que hacerlo. Pero también tenés la otra opción, que es la propuesta, que si es aceptada… Tengo la suerte de trabajar para un medio que es afín a mi línea ideológica y trabajo para otro con una línea ideológica completamente contraria. Y ninguno de los dos me rechaza propuestas por líneas ideológicas, lo cual está buenísimo. Así que en la variedad está el gusto.
MM: Mencionaste recién a Valeria Vizzón y el proyecto Nueva Paradoja. Con ella y alguna vez con vos he tenido que hacer muchas veces visitas a escuelas, con gusto. ¡Antes me quejaba, ahora los extraño! Ustedes llevan autores a la librería que tienen allá en Salto. Contame un poco qué es el proyecto CODA, sobre todo porque en la sala está Salvador Biedma, un escritor amigo, librero, director de la ya mítica revista “Mil mamuts”, y que fue el autor del mes…
HC: Sí. Salvador, además, era el editor cuando Franco Vaccarini empezó la colección de Galerna Infantil. Y lamentablemente se fue unos meses antes de que saliera mi libro. Además de ser un gran pescador. Elegimos su novela Siempre empuja todo porque daba con las líneas con las que estábamos trabajando. CODA es un club de lectura, algo que está muy de moda en estos momentos. Un club de lectura consta básicamente de una suscripción mensual, de bajo costo en relación con los precios exorbitantes que hoy tienen algunos libros, si uno quiere comprarlos en el formato tradicional en papel. Esa suscripción acredita que te llegue a la puerta de tu casa un libro sorpresa. Nosotros nos encargamos de leerlos, leemos mucho para elegir. Gestionar en la editorial que haya la suficiente cantidad de ejemplares, hacer que en el medio de la pandemia lleguen hasta el interior de la provincia, no es sencillo, y distribuirlos desde acá, o desde nuestra sucursal en CABA.
MM: ¿No es solamente para Salto? ¿Yo podría asociarme?
HC: Es la región centro y norte de la Provincia de Buenos Aires, CABA y alrededores.
MM: ¡Ah bien! Me voy a asociar, entonces.
HC: Distribuimos el libro, y además tiene un plus que es un newsletter mensual, en el que se acercan reseñas de libros, entrevistas a escritores, recomendaciones, novedades… todo eso vía mail. Recuperamos la idea del newsletter, que antes de las redes sociales era algo muy fuerte, y ahora está volviendo desde muchos aspectos comunicacionales. Aparte del placer de que te llegue algo y que vos no sepas qué es… factor sorpresa… es una de las tantas iniciativas que se van dando.
MM Recién mencionaste a Galerna Infantil, que Franco dirigió y en la que Salvador estuvo como editor. ¿Esta fue tu primera incursión en el mundo de la literatura infantil y juvenil?
HC: Fue el segundo libro. El primero fue el que editamos juntos. Bah… lo editaste vos. Este fue el segundo, al margen de algunos cuentos que ya había ido publicando en manuales escolares. Ahí está la tapa de la segunda edición de El caso Arroyo Dulce y de Antiguos dueños de la tierra, que es el que publicamos juntos, y que ahora se hizo una edición para el gobierno de la Ciudad. Y después vino el de Galerna, El chico que no crecía y otros cuentos. En una de sus visitas a casa, Franco me lo propuso, me comentó la idea de Galerna Infantil, yo tenía algunos cuentos… Yo tengo una impronta muy grande del lugar donde nací y donde me crié, que es el ámbito rural. La ciudad en la que vivo tiene treinta y pico mil habitantes, o sea que ya es una ciudad, rodeada por la pampa húmeda. Pero en mi imaginario siempre fue muy fuerte el pueblito rural en el que vivía mi abuela paterna, que es un pueblito de mil habitantes, con las vías y la estación de tren, salir a jugar, las calles de tierra, el carro tirado por caballos, ir a pescar con mis primos o con mi papá al arroyito. Todo eso se me impregnó muy fuerte en la infancia y me quedó. Entonces cuando Franco me propuso eso, ya tenía algunos cuentos escritos, de esa índole. Y cuando hubo que salir a buscar argumentos (eso lo sabés más que yo, porque tenés muchos títulos publicados, uno a veces es un cazador de argumentos), la idea fue indagar más en esa geografía, en los personajes de esa geografía rural, en las postales que la memoria guarda de esa geografía… una tranquera, un carancho en un poste, un monte, un molino, una casa abandonada, un puente… Ese tipo de imágenes, de fotografías que quedan en la memoria y que a partir de ahí disparan los argumentos. Algunos fueron historias que se me fueron ocurriendo, y otros fueron lo que vos decías al principio: la leyenda rural, estrictamente, o bien la leyenda urbana adaptada al ámbito rural. La famosa, que creo era de Cambaceres, de la chica que muere y aparece con su vestido en los bailes. Cómo adaptar eso al ámbito rural… O agarrar la figura de un lobisón, pero cambiarlo. ¿Por qué tiene que ser el séptimo hijo? ¿No puede ser un hijo único? En el sentido de todo lo que tiene un hijo único, con todo lo que carga… y bueno, cargar además con el peso de ser el lobisón. Agarré un personaje muy lindo de acá, del pueblo, y con todo el dolor del alma le puse una cuota de maldad, porque era un personaje hermoso, el Chato Flores, que tenía unas orejas gigantes pero era sordo, y andaba con una flor en el ojal, y recibía a la gente en la puerta del cementerio con una sonrisa, y todos lo querían. Lo metí en el medio de un partido de fútbol de amigos, a los amigos de ese partido les puse los nombres de mis compañeros de secundaria… Esa fue la idea de la adaptación al ámbito rural. Cruzada, por supuesto, por el género terror, por el suspenso y por las leyendas.
MM: Tomás fuertemente eso de “pinta tu aldea”…
HC: Lo tomé al pie de la letra.
MM: Es muy original lo de la chica del baile del campo, que es la historia que te cuentan los tacheros y que vos trasladaste al ámbito rural, esa chica que está muerta y que uno no lo sabe. Es una vuelta de tuerca muy interesante. Vamos a salir un poquito del terror, pero sigamos con la LIJ. En Antiguos dueños de la tierra fui yo el que propuso algo que gustara por el lado de los pueblos originarios. ¿Por qué elegiste a los comechingones y esta historia sobre un viaje en camión?
HC: Tiene que ver otra vez con lo autobiográfico en dos etapas muy diferentes de mi vida. Cuando yo era chico, mi papá era camionero. Hasta mi adolescencia, más o menos. Y mi primer viaje largo con él fue a Córdoba, a una planta de envasado de agua mineral, entre San Marcos Sierras y La Cumbre. Para mí fue una aventura grosísima ir en un camión que andaba a sesenta y cinco de velocidad máxima, creo que tardamos dieciséis horas en llegar, ver Córdoba de noche… Fue toda una situación iniciática. Y en segundo grado, me enamoré de una chica de tercero. Esas dos cosas fueron por ahí las que fundaron la parte autorreferencial de la novela corta. Después, de adulto, recuperé el amor por Córdoba. Siempre me había quedado la idea de que Córdoba era aburrido, de que para divertirse en vacaciones había que ir a la costa… Y conocí Traslasierra y me enamoré. También de Calamuchita, pero de Traslasierra estoy enamorado. Y en los distintos viajes fui escuchando historias. Y la que más me conmovió fue la del suicidio masivo de una tribu comechingona, antes de caer en manos de los españoles. Una vez, hablando de esto en un colegio, medio que empecé a lagrimear, porque es algo que me conmueve mucho. La idea de que una tribu entera, un grupo de un pueblo, decida un suicidio masivo antes que caer en manos del enemigo. Todo ese contexto histórico, social, tribal si se quiere, me caló hondo en lo emotivo, porque me parece que la Historia está ahí, la historia con mayúscula. Como está en tantas partes, como está en el pueblo mapuche, o en los pueblos del NOA o en muchos lugares. Sigo yendo a Traslasierra cada tanto, y siempre voy con dos o tres Antiguos dueños de la tierra, que ando dejando por ahí a modo de homenaje a ese pueblo.
MM: Antiguos dueños de la tierra a comienzos de año fue distribuido por el gobierno de la Ciudad. El Plan de Lectura de la Ciudad compró dos mil ejemplares. Y me viene bien para hacerte una pregunta. Vieron que la tapa que Verónica puso en la pantalla es muy distinta de ésta. Porque nos pidieron que fuera más “juvenil”. Y esa es una vieja discusión. La historia es la misma. La imagen tenía que “dar más” literatura para el secundario que el dibujo de Pez del libro original. ¿Cómo influyen los paratextos y las clasificaciones por edades de los lectores que hacen los electores de lectura, las maestras, las bibliotecarias…?
HC: Tengo la suerte de conocer a muchos autores LIJ. Vos, Franco, Laurita, Adela, que han venido muchas veces a casa y me han dado una clase sobre este tema, en alguna charlas post asado, copa de por medio. Incluso hoy creo que te mandé una entrevista a Nicolás Schuff que hablaba de esto, de cuáles son los límites. Yo creo que la de los límites es una cuestión teórica de la necesidad de catalogar. Y creo que este libro en particular puede ser para chicos de la edad de mi hijo, que acaba de cumplir diez, o puede ser hasta la edad en la que está más o menos ambientado el personaje. Yo no lo ambienté con seis, como fue mi experiencia, sino que lo ambienté con doce o trece, cuando se terminaba la escuela primaria. En aquel momento había séptimo grado. Pero creo que lo que mejor define es el tema de la charla a la que vos convocás: ¿qué es la literatura de terror? Recién hablaba de cómo me impactó “La pata de mono”, de Jacobs. Hoy los niños leen la literatura de terror como una diversión. Porque ellos tienen incorporado que lo que leen es una ficción, y de algún modo quizás inconsciente (uno ya es consciente, porque es adulto y lo tiene manyado de otra manera), el tema de que uno suspende la credulidad cuando lee. Esto es fundamental, me parece. Tanto en lectores adultos como en lectores niños. Uno sabe que lo que está leyendo es una historia, y uno les permite, a los que te cuentan la historia, que te mientan todo lo que quieran. Porque vos lo estás leyendo y estás entregado a ellos como lector. Sabés que te están “mintiendo”, contando una ficción. Y un poco la literatura de terror tiene eso. A ver… me asusto… pero es mentira. Como en el cuentito del chico que no crecía, es mentira que un chico no pueda crecer (desde un aspecto biológico, me refiero). De algún modo, ellos leen de otra manera. Sí pasa, para citar el cuento que da título al libro, que yo le había puesto otro final. Al margen de la maldición con la que carga el personaje, había algo de contenido social en la idea original. El dueño del almacén del pueblo, que es quien le cuenta esta historia al protagonista, le propone salir a buscarlo, y lo hacen con una lata de tomates y un paquete de fideos, que era lo que el protagonista había ido a comprar. Entonces la segunda lectura del cuento, la “Historia 2” de Piglia, era el hambre. Finalmente la idea se desechó del texto que finalmente se publicó. Pero se puede hablar del hambre en un cuento para chicos. Entonces volvemos al principio, las etiquetas están ahí más por una necesidad editorial. Los mismos editores te dicen que a veces les cuesta trabajar con esas etiquetas. Las colecciones, los colores…
MM: Es un momento de decisión, muchas veces. Hay dudas, porque a nivel económico, ponerlo mal en una colección a veces influye en que funcione mejor o peor. Es todo un tema, muchas veces es una cuestión bastante densa de llevar cargada. Llevamos casi una hora de charla, tenemos acá a muchas compañeras y compañeros que quizá quieran hacer alguna pregunta. Sé que algunos te estuvieron leyendo, otros te estarán conociendo hoy. Así que el que guste levante la mano, abre el micrófono, le hace la pregunta que quiere… A ver, Laura Gutman. Sé que te estuvo leyendo.
Laura Gutman: Acá tengo el libro, lo estuve leyendo, me gustó mucho. Me puse en el lugar de una nena o un nene de nueve o diez años, quizá un poco menos, siete u ocho. Y me parece que está muy bien escrito para los chicos. Con temas que son a veces fantásticos, a veces de miedo, son como los fantasmas de la infancia. Esta cosa de desaparecer, de perderse, de no encontrar a los mayores, de no ser visto, de no ser registrado, de encontrase con algo sobrenatural, que existe en la imaginación de los chicos y les da miedo. Entender que con eso puede escribirse un cuento, puede armarse una historia. Me parece algo fantástico, es como que lo desarma porque va a armarlo de otra manera. Es el tema de la ficción, que no es tanto una mentira como desarmar la realidad y volver a armarla, de otra forma. Como cuando los chicos usan el Lego, y arman cosas que no son réplicas de la realidad. Lo que quería preguntarte tiene que ver con el lugar en el que vos situás los cuentos, que tiene que ver con este lugar rural, de tu infancia, si vos lo ligás solamente por una cuestión autobiográfica, o si creés que hay una especie de creencia o de forma folklórica, de relato oral, que circula en ciertas zonas más que en otras. ¿Se entiende la pregunta?
HC: Sí. Bueno, Laura, en primer lugar, has hecho una de las mejores lecturas que ha tenido este libro, que yo sepa. Quiero agradecerte esta visión casi psicoanalítica que diste. Es como si me hubieras conocido de chico. Por ahí todo eso que vos dijiste al principio es un poco la sensación de niño perdido que tenía en la infancia. Yendo a lo otro, me parece que es una mezcla de lo autobiográfico con lo estético, y con las lecturas que me apasionan, que son las de los viajeros de la pampa del siglo XIX. Me gustan muchísimo, por eso Mario acertó cuando hablamos de la China Iron, y tengo muchos libros de viajeros de la pampa húmeda que leo y subrayo muchísimo. Tengo un sector de la biblioteca dedicado exclusivamente a la literatura gauchesca. No a la poesía gauchesca, que no me gusta particularmente, sino a la narrativa gauchesca, sea una crónica o una ficcionalización o un ensayo. Y me parece que la idea un poco era representar eso que vos decís, yo estoy completamente en desacuerdo con Borges y con los que han reproducido esa idea de que cada rincón de la pampa es igual a otro. Porque soy un andador de la pampa, me gusta mucho, me gusta el mar, me gustan las sierras, pero yo necesito la pampa, necesito ver el horizonte, me gusta mucho ir a pescar (Salvador da crédito de eso), y tengo memoria fotográfica. Para mí es un placer ver un monte, un molino, una casa abandonada, un curso de agua, una tranquera… todas esas imágenes que son las que vieron de otra manera, ciento cincuenta años antes, los que anduvieron la pampa. Me parece que hay toda una narrativa ahí. Hay una narrativa emocional, una narrativa autobiográfica, y hay sobre todo una narrativa histórica e ideológica, con la recuperación de la idea del gaucho, con la recuperación de los pueblos originarios (acá volvemos a lo que hablábamos con Mario), de la recuperación de una geografía, esa geografía que se conquistó con la sangre de quienes eran sus dueños, o de los que la ocupaban, en todo caso. Y también es una búsqueda estética. Yo traté de que los cuentos estuvieran medianamente bien escritos, dentro de mis humildes capacidades; que no fuera una mera narración, y que tampoco fuera excesivo el lenguaje, porque está escrito para chicos. Y sin faltarles el respeto a los chicos, tenés que hacérselos llevadero, que puedan andar tranquilos arriba de ese texto. Era todo ese cruce entre lo estético, lo geográfico y lo paisajístico, atravesado por la historia.
MM: Muy bien. Laura, ¿Querés repreguntar? ¿O está bien con lo que te ha contestado Hernán?
LG: Está bien. Si después quiere dejarnos la lista de esos autores que nombró también está bueno, porque a mí también me interesa mucho esa literatura. Y quería saber si el ámbito rural está ligado a la creencia; yo creo que es así. Que hay algo que lo liga y que es algo muy difícil de transmitir en la vida de la ciudad.
HC: La idiosincrasia de la gente, ¿no?
LG: La idiosincrasia de la gente.
HC: Sí, porque yo vivo en una ciudad, repito, de treinta y pico mil habitantes, y por momentos hay comportamientos que tienen muchísimas similitudes, pero también hay diferencias con el pueblito que está a cuarenta kilómetros y adonde viven mil y pico. Yo iba a visitar a mi abuela, y nos parábamos en la vereda y nos saludaban todos. Y yo no conocía a nadie, pero estaba el saludo. “Vino el nieto de Ángela”, decían. Y había que saludar al nieto de Ángela. Y esa gente era la misma que veías en el bar donde se juntaban a jugar al truco, o a tomar una copa después del trabajo, o en el almacén o en la calle. Era esa gente la que hacía circular las historias. Muchísimos escritores argentinos han sabido alimentar su narrativa de ahí. Pienso en Moyano, Tizón, Dal Masetto, Briante… La ciudad donde vivo está atravesada por un rio, delimita el río en el oeste y en el norte. Te lleva años pensar que el río está en tu vida. O sea… naciste en una ciudad con río, y el río es tuyo y vos sos del río. No podés desprender de tu vida el hecho de haber nacido en una ciudad con río. Eso que vos decís sucede con la idiosincrasia del pueblo, con la trasmisión de las historias y las leyendas. Estoy completamente de acuerdo.
MM: Muy bien, muy lindo eso del río. Me gustó. Y eso que no pesco, aunque nací al lado del mar. ¿Alguien más quiere hacer alguna pregunta?
HC: ¿Marcelo Maggio no es nada del Marcelo Maggi de Piglia? Tiene una sola letra de diferencia…
Marcelo: Buenas tardes Hernán, soy Marcelo de Rama Negra, de Junín…
HC: Sí, claro, era una broma. ¿Cómo andás, Marcelo?
Marcelo: Bien, bien. Un poco en relación con lo que planteabas acerca de la relación de la literatura y el lugar en donde estás, quería preguntarte cómo es escribir literatura infantil y juvenil desde un espacio no metropolitano. Si se puede apuntar a un público universal o no. Porque como vos bien sabés nosotros intentamos rescatar las voces de los autores de la región, y de alguna manera siempre estamos pensando en esa problemática o haciéndonos esa pregunta.
HC: Sí. Si quisiéramos caer en un lugar común diríamos que Dios, a pesar de la globalización, sigue atendiendo en Buenos Aires. Pero también podríamos caer en el lugar común de “tener un contacto”. ¿Viste cuando en la facultad te referías a que, al margen de tu capacidad o de las notas que tuvieras como promedio, lo importante era tener un contacto a la hora de conseguir el primer laburo? Me parece que esto, de algún modo, sigue sucediendo. Si vos estás en el epicentro de la cosa creo que es mucho más sencillo. Al no estar, creo que lo que uno tiene que hacer es tomar una lima (me refiero al elemento que usa la gente que trabaja la madera) y moldearse, incluirse y ver de qué manera vincularse con la metrópoli. Desde qué lugar. Ya que no podés “ser parte de” a causa de la distancia, podés intentarlo a través de la insistencia. Como decía hace un rato, yo he tenido la suerte de entrevistar a un groso como Abelardo porque tenía un programa de radio. O en el caso del mismo de Salvador, con el que nos conocimos por la literatura y después entraron los gustos personales. Es difícil a veces, sobre todo si no tenés un nombre ganado. Pero asimismo sabemos de escritores que nunca se han movido de sus lugares. Gente que desde su geografía construyó su carrera. A veces es una gran dificultad estar lejos de la metrópoli o no tener contacto más que por un mail o una red social, un whatsapp o una llamada telefónica con editores. Pero también uno va construyendo, vos lo sabés bien, toda una red de gente conocida. Hay muy buena gente alrededor de la literatura, y darse una mano unos a otros construye una especie de vínculo que después decanta en lograr lo que uno quiere. El deseo, el deseo último de los que escribimos, es publicar, como cuando estás enamorado y el deseo último es darle un beso a la chica de la que estás enamorado. Esto me pasó hace poco, ya en este estado pandémico, con Infobae. Tenía el mail de Hinde Pomeraniec, le mandé un cuento, y al día siguiente me avisa un amigo que lo habían publicado. Yo no sabía. Nadie me lo había confirmado. Se dan cuestiones bastante llamativas desde la distancia. Tiene dificultades, pero es posible. Me parece que uno naufraga entre esas dos aguas.
Marcelo: Gracias. Quería compartir una anécdota con la gente de la conferencia. Cuando leímos el libro de Hernán con mi hijo, hay una parte que sucede en un cruce de caminos. Son cuatro tranqueras, si mal no recuerdo. Y mi hijo me hizo llamarlo para preguntarle dónde quedaba ese lugar, porque había que ir a conocerlo. Había quedado atrapado por esa geografía.
HC: De hecho existe y no queda lejos de Junín. Vos vas hasta Rojas, que es donde vive el amigo Federico, editor de Nido de vacas, presente acá en la sala, y antes de llegar agarrás la ruta 30, que va hasta Chacabuco, y ahí te cruzás con las cuatro tranqueras, que en realidad es un cruce que se llama Los Cuatro Caminos.
MM: Gracias, Marcelo, por la pregunta y por la participación. Recién mencionaste el cuento que te publicó Hinde. ¿Es el del tipo que queda varado en el hotel en plena cuarentena?
HC: Sí.
MM: Eso tenía que ser una novela. ¿Qué pasó con ese proyecto de novela?
HC: Acá lo tengo Va queriendo. Hubo que sacarle el nombre, que me gustaba mucho, pero bueno…
MM: ¿Por qué hubo que cambiarle el nombre?
HC: Porque el cuento se centraba en un personaje, Héctor Levin. Era El viaje inmóvil de Héctor Levin. Me pareció que el titulo era un poco lo que estamos viviendo. Vivimos una especie de viaje inmóvil. Estamos viajando a través de Zoom, o a través de nuestras lecturas, o a través de la televisión, o las videollamadas con amigos o por cuestiones laborales, pero estamos viviendo un viaje inmóvil. Y a partir de tener que indagar en las vidas de otros personajes, tuve que cambiarle el título.
MM: Muy bien. Bueno, me alegro de que eso avance. Me parece un gran proyecto, una historia muy atractiva. Pueden encontrar la proto novela en la publicación de Infobae.
HC: En Infobae Cultura, sí. El título es El viaje inmóvil de Héctor Levin.
MM: Búsquenlo, porque está bueno. Hemos hablado una hora y pico, mi amigo. Ya no hay más preguntas, los despido para que se vayan a festejar el Día del Amigo vía Zoom, en estos viajes inmóviles y virtuales. Ha sido un gusto. La semana que viene estará Juan José Dimilta, que alguna vez vino al taller como participante. Hernán, un abrazo grandote, muchas gracias y será hasta lueguito nomás.
HC: Bueno, Mario, gracias a vos, muchas gracias a la gente de Bibliotecas para armar por la invitación, a la gente que ha hecho preguntas y sobre todo ha escuchado con tanta atención. Hay una anécdota muy breve, acá en el pueblo, de un señor que se hacía pasar por abogado, no lo era, y tenía la costumbre de acumular deudas. Entonces todo el mundo en la calle le pedía que les pagara. Y uno le pegó el grito: “¡Pagame lo que me debés!” Y él le contestó: “Ya vamos a comer esos pollos”, desligándose de la obligación económica que tenía. Ya nos vamos a juntar a comer cuando esto pase, ya vamos a comer esos pollos.
MM: Muy bien, me gustó. Mucho dicho de campo en tu literatura cotidiana. Ya nos vamos a comer esos pollos, entonces. Abrazo para todos y todas. Gracias, Hernán, ora vez. Hasta pronto.
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