Juan José Dimilta: “Hay un miedo para cada uno y un miedo para cada edad”

En la segunda parte de la charla motivada por el terror como género dentro de la LIJ, hablamos con Juan de las dificultades de escribir en la pandemia, de los temas que surgen en cuarentena, a mitad de camino entre la ciencia ficción y el terror y, por supuesto, del ensayo que está escribiendo acerca del terror en la literatura para niños y jóvenes, que implicó un imperdible recorrido por títulos y autores.



Mario Méndez: ¿Qué tal el taller con Silvia Schujer? ¿Estás contento?

Juan Dimilta: Sí, sí. Hubo ahí una combinación entre el taller y el mundial de escritura. Fue iniciar el taller y sumarnos con Nilda, que también está en el taller, con Máximo, con Patricia, a esta locura del mundial de escritura, que era una propuesta de escribir a partir de una consigna durante catorce días seguidos, y quedamos en un training de escritura en el que, o nos convertimos en Stephen King o en la nada misma. Llegó en un momento ideal para escaparle al encierro y la pandemia el taller de Silvia. Fue muy difícil escribir y leer en medio de la pandemia, por lo menos para mí, y se convirtió en una especie de balsa de rescate. 

MM: Contá un poco cómo es eso del mundial de literatura. 

JD: El mundial de escritura o de escritores. Se viene haciendo hace un par de años. Creo que lo hace Santiago Llach y no sé quién más. La idea es que te anotás con un equipo de once o doce personas. Hay un límite. Todas las mañanas te mandan un video de un escritor dándote una consigna y tenés que escribir algo con un mínimo de tres mil caracteres antes de las seis de la mañana del otro día, y subirlo. Pero sumás como equipo. Tienen que escribir los once, no tienen que ver las escrituras de uno con otro. Todos tienen el mismo punto de partida, y va sumando el cien por ciento si los once o doce escriben su texto y lo suben. Lo que está bueno es esa cosa de cómo uno empuja al otro a escribir. Armamos un grupo de whatsapp, parecemos un grupo de autoayuda de escritura, que casi se convertía en un grupo de “Misery”, porque vos sabías exactamente que si los otros diez ya habían escrito y eran las tres de la mañana, tenías que ponerte a escribir, porque no podías dejar a gamba al equipo, para que nos sumaran el cien por cien. A veces, las primeras tres horas estabas insultando contra la consigna, y lo interesante era romper la consigna y decir lo que vos tenías ganas de contar a partir de esa consigna. 

MM: ¿Te acordás de alguna consigna rara para compartir? 

JD: Una en la que tenías que armar el diálogo de dos personas en un baño, que no se conocían, y tenían que salir del baño conociendo algo del otro, al que no conocían de antes. Ir descubriendo algo.

MM: Está bueno, puede disparar muchas cosas. 

JD: Sí, también. Esa fue muy divertida. Después, también había que romper con las consignas para no ser auto referencial. Por ejemplo, había una que era una carta de ruptura amorosa, era eso. Podías ponerte auto referencial o romper la consigna. Yo escribí una carta de Mark Chapman a John Lennon. Se rompía con la consigna y además era divertido para esta época, para tener la cabeza en otro lado.

MM: Che, ¿y clasificaron? ¿Pasaron de ronda o quedaron ahí? 

JD: Después de eso van quedando en el camino los que no pudieron completar los catorce días, que son bastantes, cumpliendo con todas las consignas. Como para que te des una idea, se anotaron cinco mil personas y quedaron cuatrocientas y pico. Algo bastante más chico que lo que empezó. Y ahí viene una selección medio imposible: de esos cuatrocientos eligen veinte cuentos, y después diez, y después el cuento del mundial. Algo que es imposible, pero yo creo que lo que está bueno de la propuesta, es el “mientras tanto”.


MM: No sabía, me encantó. Volvamos al terror: Me dijiste que les preguntaste a varios autores si había miedos nuevos. ¿Le llegaste a preguntar eso en cuarentena a alguno de los autores?

JD: Sí. Estaba releyendo las respuestas. Creo que vos me hablaste del miedo colectivo. Esa idea del apocalipsis como de un miedo colectivo. Esta idea de que va a pasarnos algo a todos juntos. Casi todos respondieron antes de la pandemia. No sé si hoy responderían alguna otra cosa. Yo creo que ahí la tiene más jodida la ciencia ficción que el terror, en la pandemia. Porque a la ciencia ficción, algunas cosas se le convirtieron en literatura realista, entonces la tiene más compleja. El terror, me parece que era un terror que ya estaba, con el vampirismo, las pestes, los zombies… Y este terror colectivo que podría haber sido la guerra nuclear, y ahora es la gran peste.

MM: Una distopía bastante extraña. Está todo el mundo encerrado…

JD: Sí, ahí está La red del miedo, de Carolina Tosi, que en principio me pareció de ciencia ficción. Ustedes en la charla sobre ciencia ficción la nombraban, y hoy, me parece que se convirtió casi en un libro de terror. La red del miedo anticipa todo, todos nos quedamos encerrados bajo tierra, conectados con las redes. Incluso, creo que el malo de la novela se llama “miedo”, al revés. Tranquilamente podría calificar hoy como terror. 

MM: Estuvo bastante premonitoria Caro Tosi con eso.

JD: Y después, con respecto a qué cambió en el terror, hay todo un capítulo del ensayo dedicado a los lugares del terror. A los espacios del terror. Y hay como diez o doce espacios que los sabemos: el bosque, el laboratorio, el hospital, el castillo, la casa abandonada… Hay diez o doce. Y después hay algunos nuevos y algunos que se van reformulando. José María Marcos me decía, en una entrevista, que él escribió un libro de terror en una fábrica abandonada. Y se pregunta si la idea de la fábrica abandonada no sería como un terror social. El desempleo, el hambre…O en Mariana Enríquez, que tiene algunos cuentos que tienen que ver con espacios del terrorismo de estado, la dictadura, la tortura… Que no están ahí presentes, pero están los fantasmas de ese terror como si los habitaran otros. Como si uno hoy estuviera pasando el día en un lugar en el que ocurrió el terrorismo de estado. Sería como un escenario nuevo. Después, Tonucci. Le robé una frase para empezar este capítulo, que dice algo así como que antes le teníamos miedo al bosque y nos parecía que la ciudad era un lugar seguro, y ahora le tenemos miedo a la ciudad y queremos irnos al bosque. Él lo decía mejor, pero decía eso. Y de repente, también la naturaleza se convirtió en un lugar terrorífico. Porque ahí está esa novela Distancia de rescate, de Samanta Schweblin que habla sobre los agrotóxicos, las enfermedades… y de repente el campo, o el bosque, volvió a convertirse en un lugar terrorífico. Creo que ya no hay lugar donde esconderse.

MM: Es verdad. Nos tienen rodeados.

JD: Nos tienen rodeados. Pero bueno, sí hay nuevos escenarios del terror. Y hay una frontera en el miedo para muy niños y el miedo para adolescentes. Hay una parte que me gusta mucho, que no sé cómo clasificarla, que tiene que ver con éste gusto estético por lo perverso o lo oscuro, pero medio naif, como si fuera Tim Burton, por ejemplo. Está Mundo Bilina, de Cristian Palacios, que es sobre una niña dark que tiene en su habitación un póster de La condesa sangrienta de Pizarnik, o ¿Quién le teme a Demetrio Latov?, de Ángeles Durini. Hay un autor que se llama Edward Gorey, que es más un ilustrador que un escritor, de dónde tomó toda su inspiración Tim Burton. Esta cosa medio naif y medio tétrica. Eso me gusta y me divierte mucho. Hay como dos caras ahí, es una literatura muy linda, muy exquisita. Me parece que Maurice Sendak está pegadito a eso. Esa cosa entre que me encanta porque lo que hace es hermoso, pero a la vez hay un run run que me incomoda. Y eso está bueno. Hay algo muy lindo que hizo Chanti, el autor mendocino de historietas, que sacó Calibroscopio y se llama Criaturas, que es una especie de cuaderno borrador de dibujos en blanco y negro, de niños y monstruos. Son como postales, y uno nunca sabe quién le va a hacer daño a quien. Hay una ambigüedad en cada imagen, que no permite saber si el niño le va a hacer daño al monstruo o el monstruo le va a hacer daño al niño. Ahí hay una vertiente que no sé cómo llamar, pero me gusta. 

MM: Hay mucho para trabajar, realmente. Es un género tan antiguo como la literatura misma y se está renovando. Yo quisiera abrir al querido público, porque ya hace una hora que estoy haciéndote preguntas. Bueno, el que quiera, ya sea por el chat o por el micrófono hace la pregunta que guste. Este es otro de los instantes del terror, que es el de cuando nadie dice nada. Pasa en todos los encuentros. Por zoom o no.  Bueno, como nadie sale, a ver… Teté, eso que me mandaste por whatsapp, que me decías hoy sobre los chicos y Caperucita Roja, y el terror… a ver…

Teté Giacuboni: Sí. Yo soy coordinadora en una escuela primaria. Y le contaba a Mario que hay un grupo de nenitos con el que tenemos un desafío, porque nada les parece terror. Cuando estaban en segundo grado me dijeron que terror era “sangre, cuchillos y muerte”. Le contaba a Mario que a la vez siguiente fui con Caperucita, que tiene las tres cosas, y me lo negaron. Y la verdad es que cuesta mucho encontrar cuentos de terror que, como vos decís, sean adecuados para los pibes. A veces me da miedo contar cuentos de terror en grupo, porque es difícil manejarlo con los pibes, puede haber alguno que se impresione demasiado. Mi pregunta es esa. ¿Cómo definir qué es el terror? Porque eso es lo que yo quiero que les pase a los pibes, que puedan definir qué es el terror. Mi idea no es la misma que la de ellos, porque no es “sangre, cuchillos y muerte”. 

JD: Se volvió muy visual el terror, por lo audiovisual. Y fue perdiendo lugar el terror psicológico. Por eso, quizá, para considerarlo terror piden sangre, cuchillos y muerte. Yo creo que Martín Sancia lo logró: da miedo y no cruza ninguna línea. Veinticinco tarántulas, o Todas las sombras son mías (que es como si fuera Carrie para niños), son libros que dan miedo. Da miedo. Lo logró. Y después con respecto a lo de leerles en grupo, si pueden soportarlo todos o no, tuve una experiencia con Silvia en Fresco y Batata, un evento de lectura que hacíamos, y al que venían chicos desde los cuatro a los doce o trece años. No había un límite de edad muy marcado, y tenías pibes de esas edades, todos mezclados. Hicimos una jornada de terror. Siempre buscábamos que todos salieran conformes. Entonces invitábamos dos autores, uno más humorístico, más aniñado, y otro más heavy. Y ahí invitamos a Luciano Saracino y a Martín Sancia. Yo cuento esa experiencia en el ensayo, porque cuando leía Luciano Saracino, con todas las luces apagadas, con unas velas a pila… creando clima, los de doce se reían, con los esqueletos que se enamoraban o con la agenda de la Llorona, que miraba telenovelas… Y los más chicos lo disfrutaban mucho. Cuando empezó a leer Martín Sancia, pensé que se iban a poner a llorar o se iban a ir diez pibes de la sala, y no ocurrió eso. Incluso para terminar Luciano leyó una versión bastante sin concesiones de Barba Azul, que es terrible. Terminamos, hubo diez, quince segundos de silencio absoluto, hasta que prendimos la luz, y después les pregunté a los padres de los más chiquitos, cómo la habían pasado. Y uno me decía que por momentos su hijo le tiraba de la manga y le pedía que se fueran, pero que él se paraba para irse y le decía que esperara, que se quedaran un ratito más. Y al rato de nuevo…Se terminaban quedando. Y me parece que el juego del terror es ese. Por supuesto que hay algunos límites. Pero probar el límite es el juego del terror. Lo que pasa con las escuelas es que tenemos un poco de temor a que un nene vuelva a casa llorando y que los padres presenten una demanda contra la escuela porque el nene lloró. Después lo dejan con el noticiero mirando el conteo de muertes por Covid y en ese caso no pasa nada. Con respecto a Caperucita escribí todo un capitulo que tiene que ver con eso, con que los cuentos de hadas son primos de los cuentos de terror, y Caperucita es eso, es gore. Alguien que se morfa a la abuela, y a Caperucita, y se disfraza de abuela, y le abren la panza para sacar a la abuela. Hansel y Gretel es gore: dos padres que abandonan a los hijos porque no tienen para darles de comer, para que se los coman los bichos salvajes en el bosque, y que terminan horneando a la bruja antes de que ella se los coma. Es terrible. Hay un montón de autores, como Neil Gaiman, que lograron sacarles la cáscara a estos cuentos para mostrarnos que son pesados. Le dedico un par de páginas al cuento que para mí fue el más perturbador de la infancia que es El flautista de Hamelin. Para mí es terrible. Y voy leyendo versiones viejas de un libro de 1935, por ejemplo. Y lo presentan como una especie de chamán, que llega a un pueblo para resolver un problema de una plaga, y que se lleva a todos los pibes del pueblo y no los ven más. Deja a todo un pueblo sin hijos. Un extraño, que no se sabe de dónde vino… Si uno se lo pone a pensar… Es un cuento que a mí me inquieta terriblemente. Me da miedo. Y me parece que hay muchos de esos. 

MM: En el chat, Olga pregunta si considerás que todos los cuentos de vampiros son de terror. 

JD: Con los vampiros me parece que pasa lo que comentaba hace un rato, que hubo una especie de transformación en un producto adolescente de “vampiro bello”, con esa serie de libros y películas, y ahí se perdió el miedo al vampiro sangriento, y empezamos a verlo como una cosa que tiene que ver más con lo bello y con la seducción más que con el terror. Ahí el vampiro fue perdiendo casilleros. 

MM: Además hubo otros acercamientos… Demetrio…, El pequeño vampiro de Sommer Bodenburg, que lo ven desde otro lugar. Julián pregunta si elegís los ilustradores de tus libros, y si pensás que en el caso del terror las ilustraciones pueden tensar o edulcorar la experiencia del terror en la literatura. 

JD: Sí, tuve la suerte de elegir los ilustradores de mis libros. La ilustración es algo que me gusta muchísimo. Los primeros me los ilustró Max Aguirre, Diario de plan de fuga y Verano alienígena fue Mosquito, y el último, Sacudón, Martín Morón. Todos son geniales y busco a aquel que puede sumarle a aquello que quería decir. Me parece que la ilustración es recontra importante en la literatura de terror infantil o juvenil. Incluso me pasa que hay ediciones de libros que han cambiado de ilustrador y dan muchísimo más terror. Me pasa con Los monos fantasmas, de Victoria Bayona, que es una especie de La isla del Doctor Moreau para niños. Un zoológico del que desaparecen niños y hay experimentos. Tenían una primera edición por Galerna, que no me daba miedo, y ahora sacaron una nueva edición por SM, que tienen unas ilustraciones terroríficas.

MM: Tres más. Laura Gutman dice que en general los padres temen a los miedos de sus hijos. Quizá por esto que mencionaste de la escuela…

JD: Sí, seguramente. Y a que lleven ese miedo a casa. Es básico que no les gusta que los pibes hablen de la muerte. Si un niño habla de la muerte en la mesa familiar, lo hacemos callar. Incomoda, nos trae un tema del que no tenemos ganas de hablar, aunque ellos lo hablen más libremente. Lo de los miedos de los niños me disparó a escribir el ensayo. En Sacudón, hay un cuento que se llama “Lo que se llama miedo”, en el que relato una experiencia en la biblioteca. Vienen tres nenes, uno dice: “Él me dijo bebé”. Son de segundo grado, vienen a que les resuelva un conflicto. Le pregunto por qué le dijo bebé y me contesta que porque tiene miedo. Le digo que todos podemos tenerle miedo a algo. Le pregunto si no le tiene miedo a los truenos y me dice que no. Si le tiene miedo a los payasos… no. Si  no prende la luz cuando tiene que pasar por un pasillo oscuro en la casa… no. No le tenía miedo a nada el pibe, y eso lo empoderaba para decirle “bebé” al otro. Y se acerca otro de la misma edad, y le dice: “si por ejemplo viene una chica y te besa en la boca, y tiene pegamento y se queda pegada a vos, ¿no te da miedo?”. Y el pibe quedó aterrorizado. No dijo nada. Tocó el timbre y se fue en silencio, aterrorizado ante lo que había imaginado. Me parece que hay un miedo para cada uno y un miedo para cada edad. Y que eso también es lo lindo del terror. Esta idea de que tenemos miedos muy propios y muy originales, y en cada momento de la vida. Lo que para otro hubiera sido un deseo, el amor, para éste era el terror absoluto. 


MM: Acá hay varios escritores colegas dando vueltas. No tenés que contar estos argumentos. ¡Mirá que te los afanamos! Dice Nilda, una colega: el abordaje del terror en la escuela debería replantearnos a los docentes como lectores, a la hora de cuestionar el terror que les ofrecemos a los chicos.

JD: Sí. Lo que me iba apareciendo en el ensayo, es que siempre es un desafío ser promotores de lectura, o dar con el libro correcto para el niño correcto o la niña correcta, en determinado momento de su vida, y que el terror representa otro desafío más. Tengo que darle un libro que lo asuste, que desafíe sus límites pero que no lo perturbe. O que lo perturbe literariamente. Ahí hay un desafío. Creo que elegir el libro de terror correcto para determinado público, es un desafío enorme. 

MM: Windows 10, que no sé quién será pero ahora nos lo va a decir, nos dice que le gustaría que nos hables de la relación que encontrás entre la música y la literatura. Ahí se identificó: Mariángeles.

JD: Ah, porque hay espías. Mariángeles está en el taller de Schujer conmigo, y estoy muy embalado con el rock y estoy meta escribir cuentos a partir de situaciones de rock, como esta que te contaba, de la carta de Mark Chapman a John Lennon. Me parece que el rock tiene una serie de leyendas absolutamente hermosas, que no importa si son verdad o son mentira, y que son súper literarias. Y estoy ahí meta escribir cuentos de terror, y el mundial me sirvió para eso. Lo sumé a otros que venía escribiendo, como el del doble de Paul Mc Cartney, o la guitarra y el pacto con el diablo de Robert Johnson. A mí me encanta escribir con música y ahí encontré un lugar de encuentro, incluso para la literatura infantil y juvenil, en la que no se transitó tanto. 

MM: Dos reflexiones de Débora. Una es que a ella, como narradora, siempre le piden  cuentos de terror. Y dice que hay un cambio. Antes no se podían contar cuentos que hablaran de la muerte, ahora pareciera que hay más permiso para esto. Bien. Tenemos tiempo, así que si alguno o alguna tiene más preguntas para hacer… Yo te voy a hacer una más. Tres o cuatro títulos de literatura infantil y juvenil de terror que te gustaría recomendar.

JD: Este ensayo también se me convirtió en una especie de locura en la que fui sumando títulos y títulos. Creo que entre los recomendados por los autores que entrevisté más los que yo tenía en agenda debo andar  por los cuatrocientos o quinientos títulos. Hay mucho. Arrancando desde primera infancia, ¡Fuera de aquí horrible monstruo verde!, del que hablábamos antes, Agendas monstruosas, de Luciano Saracino y Poly Bernatene  está muy bien desde el humor; la idea es meterse en la agenda de los monstruos para ver qué tienen que hacer en cada horario. El monstruo deforme baja al pueblo, de Valentino  me gusta mucho. Es esta idea de este tipo de relato que es como “La mano sangrienta”, que resucitó Pescetti. Es esta idea de “te meto miedo, te meto miedo, estoy a una cuadra de tu casa, estoy a media cuadra de tu casa, golpeo la puerta de tu casa, soy la mano sangrienta, y ¿qué quiero?, quiero una curita”. Te meto miedo y cuando ya no lo soportás más, lo corto, o lo alivio. Ese recurso está buenísimo, y El monstruo deforme baja al pueblo lo maneja. También, Pequeño Frankenstein, de Martín Morón, que me gusta mucho porque logró darle actualidad a Frankenstein desde lo infantil. Es un Frankenstein que no encuentra aquello que pueda darle vida, quiere sentirse vivo y va hablando en rima, y no encuentra su lugar. Pero está la vieja idea de Frankenstein, del monstruo, de querer sentirse vivo.  Cómo reconocer un monstruo, de Gustavo Roldán, es muy lindo también, y es un clásico. El monstruo que va a comerse el mundo, de Martín Blasco, que está buenísimo. Es un monstruo que quiere comerse al mundo, y cuenta cómo lo enfrentan las diferentes culturas. Hay infinidad…

MM: Te puse en el brete; te dije cuatro o cinco y ya tiraste seis. 

JD: Encontré un apartado que pensé que no existía, que es la poesía con monstruos o con el terror. Ahí tenemos Los monstruos ya no asustan, de Javier Peña, que editó Calibroscopio; Lo que sé de mis monstruos, que para mí es bellísimo, de Liza Porcelli Piussi, Veinte poemas de terror y una canción disparatada, de Victoria Bayona, Monstruario sentimental, de Oche Califa, Saltar la soga de noche, de Roberta Iannamico. Hay algunos que consiguen algo que me parecía imposible, que era trabajar la rima con lo monstruoso. También hice un apartado de algo que a mí me gusta mucho, que es la historieta de monstruos para niños, así como hay historietas de monstruos para adolescentes. Ahí me quedo en la primera etapa, de lo más infantil, pero hay infinidad. Hay grandes libros de brujas, reescrituras de Frankenstein, de Drácula… Y después, saltando un escalón tenemos un montón. Empecé a rescatar algunas de las primeras cosas, como Con los pelos de punta, una de las primeras antologías de terror, en la que está Mercedes Pérez Sabbi, Ema Wolf, incluso tiene un par de cuentos de Silvina Ocampo. Esto salió pegadito a ¡Socorro!  Yo digo que fue tal el éxito de ¡Socorro! en la LIJ, que los editores empezaron a pedir que por favor se empezara a escribir cuentos de terror, y de ahí salió está antología. Encontré, entre las cosas viejas, El misterio de la casa de piedra, que fue uno de mis grandes libros de terror, de la colección Elige tu propia aventura. Encontré Las memorias de Igor, que  creo que lo editó Libros del Quirquincho, que rescata a un personaje secundario. Encontré algo que se llama Chaquetein 1880, que es un libro que pasó desapercibido en la LIJ, que es de Marcelo Suárez del Prado, que es un Frankenstein que se enfrenta a Roca y a Bartolomé Mitre. Hay reescrituras de todo en la literatura juvenil. 

MM: Me acuerdo de un libro que quizá lo tenés por ahí, de Del Quirquincho, que se llamaba Malos tiempos para Drácula, de Jorge Morhain, que hablaba del miedo al SIDA, en realidad. Acá en el chat ponen El señor de las moscas; yo no lo pondría en infantil y juvenil, pero creo que sí, es terrorífico.

JD: Claro. Ahí entra un límite difuso sobre qué es terrorífico para cada uno. Porque me recomendaron cosas de Graham Greene de terror, y yo lo tenía como un escritor de espionaje. Y de pronto encontré un par de cuentos suyos en los que hay cosas pesadas, de terror. Una salita cerca de la calle Edware, que es una colección de cuentos. O me pasó con alguien que amo profundamente, pero que para mí era fantasía y ciencia ficción, Ray Bradbury, que tiene “El árbol de las brujas”, o un libro como El país de Octubre, en el que compila sus cuentos más parecidos al terror. Incluso Crónicas marcianas

MM: Hay algunos cuentos terroríficos de ese libro…

JD: Hay cuentos que son terribles ahí. Esa expedición en la que aparecen todos los familiares muertos… es terrorífico. Uno no los tiene catalogados dentro del terror o la fantasía, pero hay grandes relatos de terror de esos autores. 

MM: El hombre ilustrado, agrega Laura también. 

JD: Ahí está “La pradera”, que es terrible. Los pibes encerrados en una habitación digital en el África, y que los leones se comen a los padres. 


MM: Máximo agrega “La pata de mono”, de Jacob. En la entrevista del lunes pasado Hernán Carbonel habló mucho, como uno de sus cuentos favoritos, que insinúa, que no muestra…

JD: “La pata del mono” está en un montón de antologías. A mí, una de las que más me gusta es la que se hizo con Alberto Laiseca, que la sacó Interzona, que se llama Cuentos de terror. Alberto Laiseca. El ahí lo rescataba, rescataba cuentos de Saki, algunos de los cuentos extraños que venían en la antología de Rodolfo Walsh. Esa es la antología que a mí más me cierra, pero hay muchas que están buenas. Hay un montón en literatura juvenil. Monstruos de pueblo chico es una locura muy linda de José María Marcos, porque es casi una novela de terror telúrico. Es sobre un tipo que tiene que mudarse a Uribelarrea, porque su papá le dejó en herencia un museo con bustos de los personajes de Martín Fierro; y se dice que cada familia de ese pueblo tiene un monstruo, y él tiene que enfrentar no sólo los monstruos del libro sino al monstruo personal de su familia al que nunca había enfrentado. Es muy loco esto de cruzar el Martín Fierro con el terror. Otro que metí entre los recomendados es Las últimas páginas de mi vida, de Andrea Ferrari, que no es de terror, pero es muy original la idea de que el que relata es un libro, que fue donado a una biblioteca que va a ser abandonada y quemada, Nos va contando qué va a pasar con esa biblioteca y ese libro es el Drácula de Stoker. No es una historia de terror, pero que haya elegido ese libro para que relate la historia está bueno. La otra vez hablábamos de Sergio Aguirre, que tiene un terror muy particular, más parecido a Quiroga, desde lo salvaje, de El hormiguero, La venganza de la vaca… ¿Te puede dar miedo una vaca? Sí; él lo hizo. Los monos fantasmas… Después hay mucho autor que así como escribe terror casi por deporte y siempre lo hace bien. Y le funciona, y de repente te escribe cincuenta títulos de terror, como hace R. L. Stine con su serie Escalofríos. Hace como un Corín Tellado del terror y escribe de manera industrial. 

MM: Laura menciona “El hijo”, de Quiroga; no lo conozco. 

JD: Martín Sancia me decía que le daba miedo “Las medias de los flamencos”… Cada uno con su miedo, ¿no?

MM: Bueno, la verdad es que podríamos seguir charlando, pero te tenemos acá hace una hora y media. Esto se va a desgrabar y vamos a subirlo a nuestro blog, como hacíamos en tiempos de entrevistas presenciales. Te agradezco muchísimo la charla, Juan. Todos esperamos ese libro… ¿Tenés idea de fechas, de cuanto de falta escribir?

JD: Estoy cerrándolo. Ya estoy. Espero que nadie me recomiende ningún título más de terror, para poder cerrar. La idea es cerrarlo en estos meses y empezar a pasearlo por las editoriales. Yo no soy un tipo de Letras, así que la idea no es pensar la diferencia entre lo fantástico y el terror. La idea es ver cómo la LIJ va trabajando el miedo en progresión desde esto, desde la primera infancia hasta la literatura juvenil, con un terror hecho y derecho. Esa es la idea del ensayo, que seguramente dejará un montón de cosas inconclusas, o abiertas, pero la idea es empezar a plantear preguntas nuevas. 

MM: Bueno, acá algunos agradecen… Yo les agradezco a todos la presencia, otra vez a vos, Juan, por tu predisposición, y nos mantenemos en contacto. 

JD: Yo les agradezco a todos que me hayan dado tiempo para estar acá, escuchando y pensando esto, especialmente a vos, Mario, por la invitación, y esperemos que pronto podamos retomar los encuentros presenciales desde la hermosa biblioteca La Nube.

MM: Chau gente. Gracias por todo.

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