Despedida a Gabo Ferro

Ayer nos enteramos con tristeza de la muerte del enorme artista popular Gabo Ferro. Gabo era, además de cantante, un poeta inmenso. Sus canciones van más allá de lo que puede considerarse que hace un letrista. Aún el mejor letrista. Su trabajo con la palabra poética era cuidadoso e intenso. Gabo fue además, historiador. Barbarie y civilización: sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas (1835-1852), su tesis de maestría, ganó una mención del Fondo Nacional de las Artes. En 2014 se publicó Costurera, carpintero, una antología de sus textos grabados hasta ese momento. En 2005 publicó otro libro de historia: 200 años de monstruos y maravillas argentinas, y también Recetario panorámico elemental fantástico y neumático, un libro de poemas. Despedimos a Gabo Ferro compartiendo tres poemas de este último libro.



XXIX

 

Poner todo a pudrir, pudrirlo todo


Si no se pudre sólo, o no es posible, pudrirlo con ayuda de los monos pero pudrirlo todo


Hacer yogur de los camastros, del azul y del rojo, de las imágenes, de todas las imágenes, hasta de los grabados milagrosos, de la luz, del papel, del arte, de la poda, del arrebato y del Japón


Hacer queso de las visitas recurrentes, de los juguetes y juegos de los niños, de los árboles rastreros, de las picas, de las repitencias y de las recurrencias


Hacer hongos que fermenten las cunas y las máquinas hasta que se luditen las matronas del puerto y las del campo


Cultivar la saliva en cada celda de todos los panales y paneles de cada biblioteca


Aflorar en la flor del intestino


Pudrir que es transformar, hacer un cuajo viejo sano sabio de la casa y las cosas por un camino extraño de un modo extraordinario, fermentado


Para que bien resulte, que siempre algo se pudra en cada cuerpo y bien adentro y cerca de la casa

 


XLIX

 

Si un plato va a la infancia quitarlo del menú


Montarlo en la memoria


Ser discreto al pasarlo


Se aturden los sabores con las cosas


Cuando el sabor perdido reaparece y hay presente y pasado visitado en un bocado simple la cabeza hace apenas lo que puede, casi nada


Estallan las señales en picada entre caras y cuerpos y bestias y partidas y blanco y bienvenidas y una carta de amor encontrada y perdida en infinito y un viaje en barco y especias de otros puertos y otras puertas y vecinos y manos enguantadas en mesadas extrañas y manteles y sogas entrenudos anudadas y gritos de las bestias, piares y corridas y cuchillos y desplumes y risas, risotadas y jugos que revientan al fin en una sola mueca descompuesta, turbada


¿Dónde quedan los ojos?

¿A qué altura?


Y al fin vendrá ese abrazo delicado


y ese trozo de pan, el del regreso


Aunque pague con oros y laureles, si el comensal no sirve para el viaje, no cocine este plato, ni trate, ni lo intente

 


CLXVII

 

No aceptar


Quedar tozudamente en suspensión


No ir


Ejercer abandono


Tomar aire


Exhalar siendo ausente


No estar en las estrellas, ni arriba del después ni en los cipreses


No levantar la mano


No haber sido pudiendo haber estado


Practicar lo invisible como el aire virtuoso sin lugar en su sitio


No comentar


Refractario, inhallable, como un pimpollo eterno o como una semilla


Cultivar lo no dicho como nadie jamás


Ejercitar el silencio sin entrar


No contemplar


Profesar la mirada, la pausa, el equilibrio mejor que en el desmayo


Negar la superficie, lo profundo, el contraste, la pasión de los goznes y todo lo que guarden las alturas


La araña alada arrasará la casa


Un momento


¿Qué pasó?


¿Qué pasa?


Recuperarse lento a conmoverse


Volver a deletrearse cuando sea, muy despacio, como los silabarios, acompasadamente.

  


Recetario panorámico elemental fantástico y neumático
Gabo Ferro
Ciclo3 Ediciones, 2015.

Comentarios

  1. Es una pérdida enorme. Gracias por esta entrada. Primera vez que paso por el blog. Me gustó mucho. Saludos

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia