Gianni Rodari, el maestro comprometido con la palabra
Gianni Rodari (1920-1980) es un autor indispensable en la literatura infantil del siglo XX. Fue, entre tantas cosas, escritor, pedagogo, periodista, militante político, guionista, poeta y educador. En toda la obra de Rodari, el lector se sumerge en un mundo donde se destaca lo fantástico y la crítica al mundo que lo rodea con un lenguaje espontáneo, creativo y muy comprometido.
En 1945 comienza
su faceta como periodista en publicaciones ligadas al partido comunista.
En 1947 trabaja en la sección “Cultura” del diario comunista L’Unità y crea “El Domingo de los Pequeños”, una subsección del periódico dirigida a los niños.
De esos años data su interés por llevar la literatura a los más pequeños y consigue publicar dos historias: El libro de las retahílas y Las aventuras de Cipollino.
Fue
a principios de los años 60 cuando comienza a recorrer escuelas para
relatar sus cuentos. Desde los inicios se sorprende escuchando a los
niños, relacionándose con ellos de manera directa e interactiva,
valorando sus intervenciones para encontrar la mejor manera de contar
sus historias. Comienza a observarlos y a enriquecerse con sus aportes,
atento siempre a lo que consideraba un “acto creativo” (ya sea una idea,
un equívoco o un neologismo).
Todas las notas que tomó, producto de estos encuentros, son los bocetos de su libro más famoso: Gramática de la fantasía. Introducción al arte de contar historias.
Allí propone la idea de “binario fantástico”, que consiste en la unión
de dos palabras de diverso orden semántico y la formación de distintas
combinaciones posibles mediante preposiciones o complementos. El binomio
de palabras, así creado, obliga al uso de la fantasía para ponerlas en
relación. Las palabras tienen que ser lo suficientemente lejanas una de
la otra. Como dice Rodari, “caballo-perro” no es un verdadero binomio
fantástico, pero sí lo es, por ejemplo, “perro-armario”. Esta pareja de
palabras nos invita de inmediato a imaginar relaciones entre ellas.
Debido
a muchas de sus ideas políticas, Rodari fue censurado. No obstante, sus
libros fueron traducidos en varios idiomas y tuvo una gran influencia
en el ámbito educativo. Entre sus obras más populares se encuentran: Cuentos para jugar, Cuentos escritos a máquina, Las aventuras de Cipollino, Gelsomino
en el país de los mentirosos, El libro de los porqué, Las aventuras de
Tonino el invisible, Gip en el televisor, La tarta voladora, Cuentos por
teléfono, Los traspiés de Alicia Paf, Gramática de la fantasía, La
góndola fantasma, El perro de Maguncia, Historia del rey Midas.
A
lo largo de sus historias también nos convoca a hacernos preguntas, y a
reflexionar, incluso, sobre cómo se originan los elementos cotidianos y
crean un espacio nuevo en el que tal vez no habíamos reparado. En el
libro Qué hace falta, el escritor “se vuelve niño” al
mostrar el origen de una cosa/objeto, como, por ejemplo: para hacer
madera hace falta un árbol; para que haya un árbol tiene que haber una
semilla, y para tener una semilla hace falta el fruto. Así logra
transportarnos a un mundo que si bien es cotidiano, Rodari, nos propone
mirarlo de otro modo.
Otra de las
características precursoras y distintivas del maestro italiano es
apostar al niño como participante, dándole un lugar destacado a su
propia imaginación. En la Gramática… dice: “No es suficiente un
solo polo eléctrico para provocar una chispa, sino que hacen falta dos”.
Podemos pensar que esa “chispa” es la magia que se genera en ese
encuentro de una historia y su oyente/lector. ¿Qué sería de una historia
si no tiene a quién contarse, si no encuentra al partenaire necesario?
En
este mismo libro, el autor compara la palabra y sus efectos con el de
una piedra lanzada a un estanque: “Igualmente una palabra, lanzada al
azar en la mente, produce ondas superficiales y profundas, provoca una
serie infinita de reacciones en cadena, implicando en su caída sonidos e
imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños…”. El que lee o
el que escucha tiene una actitud activa, y la palabra ejerce una acción
transformadora, potenciando la capacidad de imaginar. Para él, todos los
niños son iguales, pero cada uno de ellos transita realidades disímiles
y la fantasía puede ser un espacio igualitario, libre de
contradicción.
Estaba convencido
de que estimular esta creatividad también influía positivamente en
otras áreas, como las ciencias o las artes. Hacia el final del mismo
libro, aclara: “La presente Gramática de la fantasía –este me
parece el momento para aclararlo definitivamente– no es ni una teoría de
la imaginación infantil, ni una colección de recetas, un ‘sabores’ de
las historias, sino, creo, una propuesta para poner junto a cuantas
tiendan a enriquecer de estímulos el ambiente (casa o escuela, no
importa) en el que crece el niño”.
Más
allá de su gran obra escrita, podemos pensar que su labor como “cuenta
cuentos” o “narrador” reivindica el lugar de la oralidad. En la
transmisión oral se toma el valor de la incidencia de la voz, del
silencio, de la tonalidad, que transforman una información en un saber
que se compromete subjetivamente para que llegue a destino. El trabajo
que comienza en las escuelas por el camino del relato, y los
intercambios con los niños están impregnados de esta subjetividad que no
es sin el otro. Su firme creencia de que la literatura tiene una
función social hizo que hasta el día de hoy se lo recuerde como un autor
de gran influencia tanto en el ámbito educativo como en otras esferas
de la cultura.
Este año en que se cumple el centenario de su nacimiento es una ocasión propicia para recordar no solo sus obras, sino también para revindicar la capacidad de enseñar a pensar y a inventar historias en la medida en que estas enriquecen la apreciación de la realidad y ponderan el valor de la palabra. Como dice el maestro piamontés en la Gramática: “…Yo espero que estas páginas puedan ser igualmente útiles a quien cree en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien conoce el valor de liberación que puede tener la palabra. El uso total de la palabra para todo me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.
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