Puzo cumple cien años

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Mario Puzo. Esta reseña habla de su trabajo como novelista y luego como guionista de una de las mejores películas del Siglo XX.




Por Laura Ávila


Nunca vi El padrino. Cuando era adolescente, mi papá la alquiló muchas veces, en vano, en el videoclub del barrio. Hasta le había regalado a mi hermana una cajita de música con un pasaje de Nino Rota, para incentivarnos a verla. Era china, la cajita, pero ahí estaba la música de la película, sonando en las tardes de nuestra casa de la infancia.

Descubrimos con mi mejor amiga que Roberto, su padre, proyectorista en sus ratos libres, tenía una versión de El padrino en Súper 8. Al hombre le gustaba tanto que quiso dar una función gratis en nuestro colegio secundario, pero las monjas no lo dejaron. En cambio vimos Hermano sol, hermana luna, la vida de San Francisco de Asís. Y fue la primera vez que vi un hombre desnudo.

Tampoco quise ver El padrino en la escuela de cine. No sé cómo aprobé realización de primero ni guion de segundo. Todos los profes la recomendaban, pero qué se yo. Presentía algo masculino y denso en ese complot para que la mirara a toda costa, algo parecido a lo que le pasaba a los tipos de mi tiempo con los western y con Maradona, un amor devocional y  tosco, una mitología de machos.  Así que la fui esquivando a lo largo de mi vida, a pesar de que todos mis novios se ofrecieron a verla conmigo, a enseñarme lo que era el buen cine.



Con el último que tuve, solo porque lo quise mucho, acepté ver el tráiler, y le tuve que reconocer que me gustó. Entusiasmado, él me la contó de principio a fin, a su manera, claro, despelotado y tierno. Con su relato me di cuenta de que la había visto muchas veces sin verla, por las referencias de Los Simpsons, por los diálogos de otras películas, por la filmografía de Scorsese nacida de la admiración hacia Coppola y por las historietas de Robin Wood como Savarese.

En este octubre 2020, donde se cumplen 100 años del nacimiento de Mario Puzo, autor del libro y del guión de El padrino, me senté a verla sola, sin varones, en medio de la pandemia.

Me encantó. Es una peli excelente, que tiene todo lo que quieren las pibas: un guion sin fisuras, actuaciones poderosas, un casting soñado, una fotografía que la convierte en una pieza plástica irrepetible y una realización moderna, ágil y entretenida. ¿Cuenta una historia sencilla? Sí. ¿Un mundo de varones? Sí, pero también es profunda, humana, emocionante.


 

Mario Puzo escribió el libro mucho antes de saber que iba a ser una película taquillera, en 1969. Lo hizo por dinero, porque había pasado los cuarenta y si bien tenía un par de cosas escritas, que la crítica había recibido bien, se había cansado de que lo leyeran solo sus amigos.

Nacido en Estados Unidos pero con padres italianos, se crió en la Cocina del Infierno, un barrio popular de Manhattan, siempre lleno de gente, de colores y de ruidos.

Puzo tenía su talento, era fluido y simple para la escritura, dos virtudes que a veces son poco tenidas en cuenta. Una editorial le encargó un libro de la mafia, y él, que no conocía nada de ese ambiente, se puso a ver la TV y a informarse con datos que estaban al alcance de todos. Lo demás, el hilo de oro que tiene dentro su novela, nació de sus propias vivencias, de los inmigrantes italianos con los que había compartido su infancia, de las comidas de su mesa, de sus primeros amigos, de las ráfagas de música que sonaban en las casas de su juventud.



Así logró una novela muy sentida, donde se puede ver que conocía a fondo a todos los personajes, donde no había malos malísimos y donde el protagonista, don Vito Corleone, era un rufián que manejaba el juego y las casas de prostitución, pero también era un hombre que jugaba con su nieto y esperaba a Michael, su hijo más querido, para sacarse una foto con él en una fiesta.

La relación de Michael - interpretado por un Al Pacino joven para siempre, luminoso en la abismal desdicha de su personaje- y el Don, su padre, es para mí lo mejor del libro. El padrino quería que su hijo inteligente, el más americano de todos, fuera senador o presidente, que terminara con la clandestinidad y la sordidez de la familia. Pero solo pudo darle más crímenes, más roscas, el anillo de sucesión de una vida de violencia.

Ese querer y no poder de los padres hacia los hijos es lo que más me conmovió, lo verdadero detrás de todas esas corridas y esas balaceras de hombres.

Quizás por eso mi padre quería que yo la viera.



Como guion, la primera parte de esta saga es impecable, y también se la debemos a Puzo.

Su libro fue best seller y lo sacó del hambre, pero como era jugador compulsivo se endeudó hasta la manija y tuvo que malvenderle a la Paramount los derechos de la novela. Con la plata que le dieron apenas levantó la deuda y por eso se ofreció a trabajar también en el guion.

Coppola, que era en ese entonces un desconocido, formado en el cine divertido y  truculento de Roger Corman, aceptó la ayuda y después de un año de trabajo tuvieron el guion definitivo. Algunas fuentes dicen que también participó en la escritura Robert Towne, el guionista de Bonnie and Clyde y Chinatown.

Eran los setentas, la década más creativa de Hollywood. El padrino recoge una tradición de cine anterior, clásico y serio, pero también explota con escenas gore como la del caballo, con muertes en cámara a todo color y cuetazo… Presumo un rodaje de gente joven, de actores descalabrados para lograr buenas tomas, de cierto mood slapstick tratado con mucha sobriedad pero subyacente, parpadeando divertido en las coreografías de pelea y sangre coloreada.

Filmar ya era más barato, con tecnología más accesible. Todo lo que se soñaba se podía plasmar.

Coppola, como director, logró innovar con un lenguaje moderno, contando una historia después de todo íntima.

Las mujeres de este universo son tomadas por la mentira, no tienen voz. Sucede porque se está narrando una forma de vivir. Mujeres que elegían ese silencio y ese dejarle hacer a sus hombres como estrategia de supervivencia.

Diane Keaton está estupenda, es el personaje que nos introduce en este universo abigarrado y bizarro. Y la bebé que aparece en la escena del bautismo de Michael, es Sofia Coppola, la heredera de todo ese buen cine y hoy referente de una mirada femenina en el séptimo arte.

Coppola se tomó en serio este rodaje. Su propia familia aparece en él. Su padre hace de mafioso tocando el piano, su hermana interpreta a Connie Corleone, sus hijos chicos asisten a la paliza que Sonny le da a su cuñado en el barrio.

 


Él también es de origen italiano. Él también tuvo largas mesas con comida y parientes que hablaban a los gritos. Sus ancestros le suenan en la sangre recordándole Sicilia y una vida al sol, a orillas del Mediterráneo.

Creo que esta película no hubiera sido posible sin Marlon Brando. Lo suyo es arte, no hay mucho más para decir. Mis respetos, mi emoción y mi tributo. Le besaría la mano como se la besan en la película.

Pero sin guionista, sin autor, tampoco hay magia. No existe una historia si nadie empieza a contarla. Y ese gran contador que fue Mario Puzo es el verdadero homenajeado de esta reseña. Felices 100 años, maestro. 

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