Adentro de la nebulosa: Rodari y el arte de reinventarnos
En el mes de homenaje al centenario de Gianni Rodari, compartimos esta nota en la que Sergio Frugoni repasa los alcances de lo que se plantea en Gramática de la Fantasía. No solo en el trabajo docente, sino en la literatura en general.
Por Sergio Frugoni
Como quien dice: anhelo,
vivo, amo,
inventemos palabras,
nuevas luces y juegos,
nuevas noches
que se plieguen
a las nuevas palabras.
“Fundación” Susana Thénon
En una entrevista, el escritor argentino Daniel Moyano explicaba así su método de trabajo: “Prefiero la técnica de la nebulosa. consiste en poder “ver” una nebulosa y después meterse en ella para averiguar qué tiene adentro. Eso divierte y en consecuencia divertirá al lector. (...) Hace un par de años vi en la calle Goya de Madrid, a una pareja que llevaba una bañadera. Serían las dos de la mañana, eran los únicos en la calle. Los oí hablar. Eran argentinos, de Córdoba. Contaron que la hallaron en la basura. Vivían en un último piso, con terraza grande, y la querían para plantar un sauce, como el que tenían en la casita de Joaquín. (...) Esto fue la nebulosa de una novela que iba a tratar de un grupo de exiliados en Madrid. Dentro de la nebulosa estaba el barco que los trajo de Argentina. Pensé: bueno, un capítulo para contar que vinieron en un barco y enseguida entro de lleno en el tema. Trabajé la novela durante 14 meses, escribiendo 3 horas diarias, con el apoyo crítico de mi hijo Ricardo (...) “¿Y la bañadera?”, me dijo cuando leyó el último capítulo. “Mirá, eso va a quedar para otra novela”. Pasó que la travesía del barquito por el Atlántico ocupó 300 páginas y la novela acaba cuando llega a Barcelona”.
Siempre es estimulante escuchar con atención lo que los escritores tienen para decir sobre el arte de escribir, sobre los procesos creativos y la génesis de la escritura: ¿De dónde salen las historias? ¿Qué hace que una bañadera en las calles de Madrid se convierta en una novela de 300 páginas? ¿De dónde surge la escritura?
En el caso de la anécdota de Moyano pareciera que el secreto está en esa escena un tanto discordante y extraña de dos cordobeses arrastrando una bañadera en la noche madrileña con el remoto propósito de plantar un ombú que les recuerda a su casa familiar. La anécdota, creo, es preciosa y hay que buscar su efecto en que condensa en una imagen los sentidos complejos y contradictorios del desarraigo y el exilio. O por lo menos podemos hipotetizar que fue eso lo que empujó a Moyano a escribir su novela.
Otra gran escritora argentina, Hebe Uhart, decía que la cualidad fundamental que debe trabajar quien aspira a escribir literatura es un estado de curiosidad voraz, de apertura hacia el mundo y los demás. Para escribir hay que ir hacia lo concreto -afirmaba- no quedarse en ideas abstractas o totalizantes; hay que prestar atención al detalle inadvertido que puede esconder una historia o el perfil de un personaje. Esa actitud le gusta de Mansilla, el autor de Una excursión a los indios ranqueles:
“Mansilla cuando se va a cambiar cautivos, a acristianar, se queda observando el vestidito de una india. Dice: “el vestido de esa indita no es ni de pueblo ni de ciudad”, y se pregunta cómo es que está vestida así. Hasta que le explican que es de un malón, se lo habían sacado a una virgen y se lo pusieron a ella. Mansilla era escritor y tenía la curiosidad de dónde había venido ese vestido.”
Me interesa la teoría de la nebulosa y la importancia de la curiosidad y el detalle de Uhart porque comparten un modo de pensar los procesos creativos con un maestro italiano preocupado en hacer que sus alumnos inventaran historias.
Gianni Rodari, que también era escritor, había comenzado a interesarse por los mecanismos de la invención a partir de su trabajo de maestro en la década del treinta. Poco a poco había desarrollado un interés pedagógico por la forma en que inventaba historias con sus alumnos: “como nacían, los trucos que descubría, o creía descubrir, para poner en movimiento palabras e imágenes”. En este sentido, Gramática de la fantasía. Introducción al arte de inventar historias es una especie de ensayo pedagógico sobre el arte de la palabra, escrito de manera bastante poética, en el que explica sus descubrimientos, sus “herramientas del oficio”, para dar cuenta de esos “trucos” para inventar.
Las propuestas de Rodari tienen cierto aire surrealista y se sostienen en el encuentro inesperado e insólito de dos elementos que pertenecen a ámbitos distintos, como pasa en muchos cuadros de René Magritte. Tal vez el ejemplo más conocido sea el binomio fantástico, en el que dos palabras elegidas al azar, “perro” y “armario”, al ser conectadas por una preposición cualquiera (“el armario del perro”) disparan asociaciones que pueden ser utilizadas para inventar. En este nuevo contexto ambas palabras se vuelven repentinamente misteriosas. ¿Por qué un perro tiene un armario? ¿Qué podría hacer con él? ¿Qué características tendría un armario de perro? El mismo principio se extiende a los relatos. Rodari toma elementos conocidos de un cuento clásico, “Caperucita Roja”: “niña”, “bosque”, “lobo”, “abuela” y de pronto hace aparecer un “helicóptero”. Este elemento rompe la serie conocida y abre la posibilidad de un nuevo relato en el que está Caperucita Roja pero también un helicóptero. Esta “intrusión” sorpresiva impulsa a encontrar una nueva lógica para el cuento tradicional en la que puedan convivir ambos elementos.
Para el maestro italiano, la cultura es un bien común al que podemos echar mano para reinventar nuestras realidades. “El uso de la palabra para todos”, que para Rodari tenía un “bello sonido democrático”, puede entenderse no tanto como la posibilidad de que todo el mundo pueda hacerse escuchar, aunque pertenezca a un grupo subordinado, como el anhelo político y educativo de resignificar los legados culturales en función de la vida realmente vivida, con sus deseos, esperanzas y luchas. Todo el mundo hace cultura.
Como se ve, el maestro italiano estaba animado por una profunda confianza en las posibilidades de los chicos y chicas para producir mundos imaginarios, sin embargo sabía muy bien que no se trataba de una capacidad innata o la manifestación espontánea de una creatividad inasible, sino que era el fruto de oportunidades educativas para poner en acción recursos culturales, así como conocer otros nuevos, ampliando horizontes por medio de la imaginación. La consigna resultaba determinante para poner en movimiento algo que podía estar adormecido o anclado a estereotipos. Rodari, que no era nada ingenuo, sabía muy bien que poniendo en cuestión modos estereotipados de construir la realidad por medio del lenguaje estaba abriendo la puerta a imaginar otros mundos posibles, otros derroteros humanos, como cuando imagina la existencia de un “desperchero” que “no sirve para colgar vestidos sino para descolgarlos cuando se necesita, en un país de vitrinas sin cristales, tiendas sin cajas registradoras y guardarropas sin ticket. Del prefijo a la utopía”.
Es en este punto que las propuestas de Rodari sellan una alianza entre lo poético y lo lúdico. Y nos siguen ofreciendo una mirada sobre la actividad imaginaria que se cruza con el juego en su capacidad para ampliar nuestra experiencia más allá de “la naturaleza de las cosas”, siempre contingente y relativa. Mediante el juego y el “arte de inventar” pasamos “al otro lado del espejo”, como decía Graciela Scheines, donde el sentido común ya no funciona y “la subjetividad (acostumbrada a estar sujeta, sumergida y subyugada) se expande y se multiplica como conejos saliendo uno tras otro de una galera infinita”. Entramos en una “nebulosa” que nos anima a reinventarnos y reinventar la vida. Y como le pasó a Moyano con la bañadera de su novela, no sabemos adónde nos lleva: seguramente a un lugar inesperado y que no teníamos previsto. Por esto mismo, Rodari es una lectura tan sugerente para abordar procesos grupales, para volvernos sensibles a los efectos que las palabras generan en los otros, como esa piedra en el estanque que produce “movimientos invisibles” en el fondo del agua, como dice en la introducción de Gramática de la fantasía. El arte de inventar, como el juego, es estar abierto a lo indeterminado.
Rodari pertenece a una tradición de educadores que conocemos muy bien en Argentina, maestros y maestras en el sentido amplio del término que han construido un legado fundamental en nuestras pedagogías: las hermanas Cossettini, Luis Iglesias, Mirta Colángelo, entre otros y otras que han puesto a los lenguajes del arte en el centro de la escena educativa, con mucha confianza en que la imaginación es tan productiva para la formación de personas críticas como el pensamiento racional. O, en todo caso, permitiéndose trascender las dicotomías para dirigirse a un sujeto de la educación integral, que piensa, siente e imagina.
Sergio Frugoni es Profesor en Letras y Magister en Escritura Creativa. Da clases en las carreras de Letras de la UNLP y la UNSAM y en el Instituto Superior de Tiempo Libre y Recreación. Ha participado en programas socioeducativos dirigidos a jóvenes de todo el país y coordina talleres en contextos de encierro. Publicó Imaginación y escritura (El Hacedor, 2017) y el libro de cuentos Los efectos (Qeja, 2019). Como proyecto de cuarentena traduce haikus que va subiendo a medium.com/@sergiofrugoni
Muchas gracias querido Sergio Frugoni!!!
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