El señor de la selva
Por Ana Emilia Silva*
La vida de Horacio Quiroga (1878-1937), tortuosa hasta el extremo, estuvo atravesada por la tragedia. Desde su infancia, la muerte lo asoló y dejó tanto en su psiquis como en su producción literaria una impronta decisiva. Otra característica también lo marcará: el constante ir y venir, en la búsqueda insaciable del propio territorio. Fue un desterrado de sí mismo y un desterrado espacial.
Nació en Salto, Uruguay; vivió en Montevideo, ciclista en París, en Misiones, inventor fracasado, plantó algodón en el Chaco, mecánico en Buenos Aires, juez de paz en San Ignacio y ya instalado en la selva misionera, construyó su casa y herramientas para el desmonte y la siembra. El periplo existencial finaliza en Buenos Aires, el 19 de febrero de 1937, en el Hospital de Clínicas, cuando decide terminar con su vida, acosado por una enfermedad terminal.
Escribió desde muy joven y cuestionó los valores culturales de principio de siglo. En Salto (Uruguay), la poesía de Lugones lo deslumbró y el caudal modernista generará su primera obra en prosa y poesía: Los arrecifes de coral de 1901.
Los escritores del naturalismo francés como Guy de Maupassant, los clásicos rusos y la narrativa de Poe serán sus guías; muchos de sus textos verán la luz a través de la revista Caras y Caretas. En 1905 publica una novela corta, que al modo de Dostoievsky ahonda en los conflictos psicológicos de una mente perturbada: Los perseguidos.
En 1903, como fotógrafo acompañante, recorre con Lugones las ruinas de San Ignacio; la naturaleza selvática lo fascina a tal grado que decide vivir en el Chaco, donde permanecerá dos años, pero el emprendimiento, destinado al fracaso, provoca el retorno a Buenos Aires. Trabaja como profesor en el Normal n° 8 y colabora en distintas revistas literarias. En 1907 publica en Caras y Caretas “El almohadón de plumas” y “La insolación”, en los cuales la influencia de Maupassant es notable. Con lo ganado compra 18 hectáreas cerca de San Ignacio, donde se radicará.
Se casa en 1909 con la muy joven Ana María Girés y parten hacia Misiones, allí es nombrado juez de paz de San Ignacio.
Después del suicidio de Ana María, regresa a Buenos Aires en 1915, con sus hijos Eglé y Darío. Sus amigos uruguayos le consiguen el cargo de secretario contador del Consulado General de Uruguay en Argentina. Manuel Gálvez le publica Cuentos de amor, de locura y de muerte, con gran éxito entre los lectores y la crítica.
En 1918 aparecen: Un peón y Los fabricantes de carbón y en 1919 su libro para niños Cuentos de la selva y El salvaje, publicaciones que lo sitúan en un lugar preponderante dentro del campo literario. También en 1921 aparece Anaconda y estrena en el teatro Apolo su pieza Las sacrificadas, de profundas resonancias autobiográficas.
En 1925 alcanza la consagración con La gallina degollada y otros cuentos y Los desterrados. Redacta ocho artículos, en los que teoriza sobre el cuento, al que caracteriza como “una estructura de concentrado interés”, que debe capturar al lector desde el comienzo, motivarlo hasta el final, que debe ser sorprendente y sorpresivo. Además recalca la importancia de la síntesis, la concentración emocional y recalca lo fundamental: evitar detalles innecesarios para evitar el quiebre de la tensión narrativa.
El último de sus libros es El más allá, de 1934.
Después de este paneo sobre la biografía de Quiroga, abordaremos los diversos momentos de su producción: una primera etapa de sello modernista, la segunda instancia marcada por la influencia de Poe, en textos del género policial y el fantástico.
El mundo onírico y textos de misterio: “Dorothy Phillips, mi esposa” y “Los buques suicidantes” sumergen al lector en un mundo habitado por el misterio.
En la siguiente etapa, dará vida al mundo animal, en historias, donde a modo de las fábulas, los animales, protagonistas de las historias y dotados de razón, cuestionarán las conductas humanas. Los cuentos de la selva, originariamente dedicados a sus hijos, presentan historias con reflexiones morales y episodios de lucha y solidaridad entre los animales y también con el hombre en la desmesura del paisaje misionero. Estos cuentos: “El loro pelado”, “La gama ciega”, “Las medias de los flamencos”, entre otros, narran peripecias de la selva en tono a veces didáctico en el que predomina la ternura.
La insistencia en relaciones amorosas torturadas es otro de los temas recurrentes en su producción. Tanto en “Una estación de amor”, “Historia de un amor turbio”, “Idilio” y otros textos, este motivo se repite, al igual que las historias de hombres maduros enamorados de jovencitas, atraídas por la experiencia y la personalidad de los personajes masculinos. El punto cúlmine lo alcanza en “Pasado amor”.
Muchos de los cuentos que tratan relaciones de pareja se caracterizan por la densidad argumental, situaciones oscuras de rasgos sadomasoquistas, hasta el extremo del vampirismo como en “El almohadón de plumas”.
Su estadía en la selva misionera lo enfrentó con la naturaleza salvaje y su lucha contra la invasión del hombre blanco, intruso que viene a saquearla, a profanar sus rituales de supervivencia. Este enfrentamiento, casi cuerpo a cuerpo, generó en Quiroga múltiples historias protagonizadas por colonos, exploradores o pioneros, en el intento de vencer los múltiples peligros de la selva.
Para cerrar nuestro trabajo, nos centraremos en Los desterrados - Tipos de ambiente, el libro de Quiroga más unitario en su estructura (1925), colección de ocho cuentos, en los que el ambiente desempeña un rol clave al estar en función de los acontecimientos.Paso a paso veremos como la naturaleza va modificando las situaciones, mediante su poder determinante sobre los seres que la habitan. Siempre hay un personaje eje para demostrar la fuerza engañosa de la selva. Cuando piensan que la han derrotado, caen vencidos por ella.
Otro elemento es la constante presencia de la muerte. Quiroga contrapone tiempo y muerte, siendo esta la que pone fin al tiempo vital.
La mayoría de los personajes son hombres, extranjeros, que por diversas razones van abandonado sus tierras. La muerte, de alguna manera, llega para finalizar un proceso signado por las pérdidas y la desesperanza. Estos vencidos tienen una actitud de entrega, no pelean contra la muerte.
La primera parte del libro comienza con un cuento largo: “El regreso de Anaconda”, la enorme boa de diez metros de largo, personaje de una obra anterior. Narrado en tercera persona, el relato se centra en la gran sequía, la llegada de las lluvias y el desborde del río Paraná a causa de la inundación.
Nos encontramos con otro de los tópicos recurrentes en Quiroga: la lucha denodada de Anaconda, símbolo de las fuerzas naturales, por cerrar el río con camalotes para evitar el ingreso del hombre, que “ha sido y será el más cruel enemigo de la selva… Aliados, somos toda la zona tropical. ¡Lancémosla contra el hombre, hermanos! ¡Él todo lo destruye! ¡Nada hay que no corte ni ensucie!” “Sí; crear una barrera que cegara el río y bruscamente pensó en los camalotes”.
Establecida la alianza con los demás animales, la gran serpiente espera la llegada de la lluvia: “Esa mañana el sol brilló, pero no amarillo, sino anaranjado, y a mediodía no se le vio más. Y la lluvia llegó, espesísima y opaca y blanca como plata oxidada, a empapar la tierra sedienta… la flora acuática rebrotaba en planísimas balsas verdes que a simple vista se veía dilatar sobre el agua hasta lograr contacto con sus hermanas.”
Sin embargo, el proyecto de armar la barrera de camalotes no se concretará porque la vegetación se va diluyendo. Anaconda comprende que debe seguir “poniendo sus huevos vitales, propagadores de su especie, sin esperanza alguna para ella misma”. Su destino semeja al del mensú al que protegió en su agonía, sin entender porque lo defendía de las víboras y de otros animales. El hombre, después de varios días, muere. Y también el final se acerca para la espléndida serpiente. Con la llegada del barco, un disparo la mata y también parte mansamente.
Los otros cuentos del libro mantienen similar continuidad retórica y temática:
- La selva misionera.
- Los personajes, intrusos que intentan profanar el santuario de la selva.
- La voz del narrador testigo, en tercera persona.
- El clima de violencia y muerte proveniente de la naturaleza de la selva.
En “El hombre muerto”, otro de los relatos de Los desterrados, que comienza “in media res”, vemos la presencia de dos actores: el hombre y su machete, instrumento de muerte y de descanso. “El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles… El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla”.
Cuando el hombre cae, parece no darse cuenta de su situación y en una especie de letargo pacífico, recuerda. “Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo”. Acostado, casi en posición fetal, siente seguridad y bienestar, hay una única referencia de que el machete está clavado en su estómago, pero es una impresión vaga, parece que no lo ha sentido. “Estaba como hubiera querido estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho”. Toma la caída como un descanso necesario y la prefiere antes de seguir limpiando los senderos del bananal. Ha llegado hasta la quinta calle. Mas no logra concluir su trabajo, la muerte lo troncha.
Mientras está en el suelo, el personaje siente la certeza de que morirá y se acoge a la muerte como una forma de descanso y protección. Está lúcido ante su muerte. En esos instantes aparece una sucesión de imágenes cotidianas: “Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa…” además del entorno, el caballo, el único animal cerca de él. Testigo mudo e impotente ante la realidad que se está dando: “¡Y ese es su bananal; y ese es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre!” Cuando el hombre ha muerto, recién el caballo pasa el alambrado.
El final del cuento es rápido y contundente, tan solo con “ha alcanzado”, la muerte pone el punto final.
Genial y torturado, Quiroga fue un maestro del cuento. Hasta hoy sigue sacudiendo a los lectores con su visión implacable del mundo. Una vez que nos adentramos en su literatura, los personajes perviven en nosotros, llevándonos a territorios donde el horror y las fuerzas implacables cumplen su misión. Nada queda impune ante la naturaleza herida, o los amores imposibles.
* Ana Emilia Silva es profesora (USAL) y licenciada en letras, egresada de la Universidad Nacional de San Martín. Se ha diplomado en Lectura y Escritura por FLACSO y por la Universidad Nacional de San Martín en las Diplomaturas en Literatura Infantil y Juvenil y obtuvo el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil: CEPA.
Es narradora oral, discípula del profesor Juan Moreno. Integra la Comisión Directiva de ALIJA y es miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil y de la Academia Alas.
Escribe poesía y narrativa, varios de sus textos integran diversas antologías.
Coautora de libros de texto en Lengua y Literatura para Editorial SM y Editorial Kapelusz y autora de Prácticas de Lengua y Literatura. Pasar la Posta.
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