Boquitas pintadas, de Manuel Puig
Continúa el ciclo del Literatura y Cine dedicado a la obra de Leopoldo Torre Nilsson, a cargo de Mario Méndez. Esta tarde se va a analizar Boquitas Pintadas, la novela de Manuel Puig, de cuya primera edición se están cumpliendo 50 años en 2019. Compartimos el fragmento inicial de esta obra clásica de la narrativa argentina del siglo XX.
Boquitas pintadas, de Manuel Puig. Editorial Sudamericana, 1969. |
PRIMERA ENTREGA
Era... para mí la
vida entera...
ALFREDO LE PERA
NOTA APARECIDA EN EL NÚMERO CORRESPONDIENTE A ABRIL DE
1947 DE LA
REVISTA MENSUAL NUESTRA VECINDAD, PUBLICADA EN LA
LOCALIDAD DE CORONEL
VALLEJOS, PROVINCIA DE BUENOS AIRES
«FALLECIMIENTO LAMENTADO. La
desaparición del señor Juan Carlos Etchepare, acaecida el 18 de abril último, a la
temprana edad de 29 años, tras soportar las alternativas de una larga enfermedad, ha producido en
esta población, de la que el extinto era querido hijo, general sentimiento de apesadumbrada
sorpresa, no obstante conocer muchos allegados la seria afección que padecía.
»Con este deceso desaparece de
nuestro medio un elemento que, por las excelencias de su espíritu y carácter, destacóse
como ponderable valor, poseedor de un cúmulo de atributos o dones —su simpatía—, lo cual
distingue o diferencia a los seres poseedores de ese inestimable caudal, granjeándose la admiración de
propios o extraños.
»Los restos de Juan Carlos Etchepare
fueron inhumados en la necrópolis local, lugar hasta donde fueron acompañados por
numeroso y acongojado cortejo.»
*
Buenos Aires, 12 de mayo de
1947
Estimada Doña Leonor:
Me he enterado de la triste
noticia por la revista Nuestra vecindad y después de muchas dudas me atrevo a mandarle mi
más sentido pésame por la muerte de su hijo.
Yo soy Nélida Fernández de
Massa, me decían Nené, ¿se acuerda de mí? Ya hace bastantes años que vivo en Buenos Aires,
poco tiempo después de casarme nos vinimos para acá con mi marido, pero esta noticia tan
mala me hizo decidirme a escribirle algunas líneas, a pesar de que ya antes de mi casamiento usted y
su hija Celina me habían quitado el saludo. Pese a todo él siempre me siguió saludando, pobrecito
Juan Carlos ¡que en paz descanse! La última vez que lo vi fue hace como nueve años.
Yo señora no sé si usted
todavía me tendrá rencor, yo de todos modos le deseo que Nuestro Señor la ayude, debe ser muy
difícil resignarse a una pérdida así, la de un hijo ya hombre.
Pese a los cuatrocientos
setenta y cinco kilómetros que separan Buenos Aires de Coronel Vallejos, en este momento
estoy a su lado. Aunque no me quiera déjeme rezar junto a usted.
Nélida Fernández de Massa
Iluminada por la nueva barra fluorescente de la
cocina, después de tapar el frasco de tinta mira sus manos y al notar manchados
los dedos que sostenían la lapicera, se dirige a la pileta de lavar los platos.
Con una piedra quita la tinta y se seca con un repasador. Toma el sobre,
humedece el borde engomado con saliva y mira durante algunos segundos los
rombos multicolores del hule que cubre la mesa.
Querida Doña Leonor:
¡Qué consuelo fue recibir su carta de
contestación! La verdad es que no me la esperaba, creía que usted no me iba a
perdonar nunca. Su hija Celina en cambio veo que me sigue despreciando, y como
usted me lo pide le escribiré a la Casilla de Correo, así no tiene discusiones
con ella. ¿Sabe hasta lo que pensé cuando vi su sobre? Pensé que adentro
estaría mi carta sin abrir.
Señora... yo estoy tan triste,
no debería decírselo a usted justamente, en vez de tratar de consolarla. Pero
no sé cómo explicarle, con nadie puedo hablar de Juan Carlos, y estoy todo el
día pensando en que un muchacho tan joven y buen mozo haya tenido la desgracia
de contraer esa enfermedad. A la noche me despierto muchas veces y sin querer
me pongo a pensar en Juan Carlos. Yo sabía que él estaba enfermo, que había ido
de nuevo a las sierras de Córdoba para cuidarse, pero no sé por qué... no me
daba lástima, o debe ser que yo no pensaba que él se estaba por morir. Ahora no
hago más que pensar en una cosa ya que él no iba nunca a la iglesia, ¿se
confesó antes de morir? Ojalá que sí, es una tranquilidad más para los que
quedamos vivos, ¿no le parece? Yo hacía tiempo que no rezaba, desde hace tres
años cuando mi nene más chico estuvo delicado, pero ahora he vuelto a rezar. Lo
que también me da miedo es que él haya hecho cumplir lo que quería. ¿Usted se
enteró alguna vez? ¡Ojalá que no! Ve, señora, eso también me viene a la cabeza
cuando me despierto de noche: resulta que Juan Carlos me dijo más de una vez
que a él cuando se muriese quería que lo cremaran. Yo creo que está mal visto
por la religión católica, porque el catecismo dice que después del juicio final
vendrá la resurrección del cuerpo y el alma. Yo como no voy a confesarme desde
hace años ahora he perdido la costumbre de ir, pero voy a preguntarle a algún
Padre Cura sobre eso. Sí, señora, seguro que Juan Carlos está descansando, de
golpe me ha venido la seguridad de que por lo menos está descansando, si es que
no está ya en la gloria del Cielo. Ay, sí, de eso tenemos que estar seguras,
porque Juan Carlos nunca le hizo mal a nadie. Bueno, espero carta con muchos
deseos. La abraza,
Nélida
En un cajón del ropero,
junto al pequeño rosario infantil, la vela de comunión y las estampitas a
nombre del niño Alberto Luis Massa, hay un libro con tapas que imitan el nácar.
Lo hojea hasta encontrar un pasaje que anuncia la llegada del juicio final y la
resurrección de la carne.
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