Los Roldán: una familia de autores dedicada a promover la lectura en la infancia

Laura Devetach y Gustavo Roldán, juntos durante décadas, son dos referentes de la literatura argentina para chicos, y sus hijos mantienen viva esa tradición; el viernes se presenta un libro con poemas de los dos en un festival organizado en su homenaje. Compartimos esta nota de Natalia Blanc para el diario La Nación.



Los Roldán-Devetach son una familia literaria y " cuentacuentos". Laura Devetach y Gustavo Roldán heredaron de sus respectivos padres la pasión por narrar historias. Luego, ellos la transmitieron a sus hijos, Laura y Gustavo Roldán, a través de los relatos que les contaban en la infancia. "Cuando se le terminaron los mitos y las leyendas, mi papá empezó a inventarnos cuentos", recuerda Laura Roldán, que también es escritora y promotora de la lectura. Gustavo, el hijo menor de Roldán y Devetach, radicado en Barcelona, es autor y dibujante.

Ella le decía Roldán. Y él, Gringa. Compartieron sus vidas durante 55 años. Roldán, autor de La canción de las pulgas y El viaje más largo del mundo, entre otros libros para chicos, murió en 2012. "Había mucho del criollo y de la gringa en nuestras vidas, con costumbres muy distintas. Yo era la que comía ensaladas; él, no. Después, despacito, se hizo más verdulero que yo. Aprendí muchísimo de Gustavo y de su familia. Mi suegra era salteña y contaba historias con su tonada. Por eso a Gustavo también le gustaba relatar. Era muy divertido. Pocas veces se enojaba, pero cuando se enojaba, cuidado", cuenta Devetach, que en octubre cumple 83 años. "En mi casa se juntaron Europa y el Chaco conservador. Mi mamá y mi abuela eran muy católicas. Mi papá, nada que ver. Hubo una contienda sobre a qué colegio me iban a mandar, y yo, que soñaba con la Escuela Normal, terminé en la de monjas", dice la autora de La torre de cubos y Monigote en la arena, entre otros libros. "A mí me contaba historias mi papá, que era hijo de campesinos analfabetos de Eslovenia que se habían instalado por la guerra en el norte de Italia. Tenían un campito y una vaca y vivían de eso. ¡No sabés qué historia fundante fue para mí lo que él me contaba! Historias del hambre, del exilio".

Licenciada en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba, Devetach recibió el título doctora honoris causa de esa institución en 2008. En 2015, fue candidata al premio Hans Christian Andersen por la Argentina. "Yo leía todo lo que había en mi casa. Mi mamá, mi tía y mi abuela leían revistas como Para Ti, Vosotras, Maribel, y se las prestaban. Eran los años 40, la clase media estaba bien y se podían comprar el diario y una revista para cada uno. Yo era la mandadera: traía y llevaba las revistas. Así me empecé a enganchar con los cuentos; algunos estaban escritos por grandes autores. En la biblioteca de mi casa estaba todo mezclado. Buscaba y leía el que me gustaba por la tapa o por el título. Una vez al año, mi papá venía a Buenos Aires desde Reconquista con una valija vacía y se llevaba muchos libros. Dos veces me trajo a comprar usados. Así aprendí a hurgar entre los libros. Extraña forma de cosechar literatura", relata Devetach, que aprendió a leer con Pinocho.

Además de viajar por el país para dictar charlas y capacitaciones, Roldán hija es voluntaria desde hace doce años de la Biblioteca Popular Virrey del Pino, de La Matanza, donde organiza talleres y presentaciones de autores e ilustradores. En 2019, la biblioteca, que tiene como madrina a Devetach, cumple 20 años y lo celebra este viernes con un festival literario llamado Roldandevetacheada. A las 18, se presentará un libro muy especial, editado por Calibroscopio, que reúne a ambos autores. De un lado están los poemas de Devetach, La señora de la calle Cangallo; del otro, los de Roldán, Bajo el burlón mirar de las estrellas. Una exquisitez que invita a un doble camino de lectura, con ilustraciones de Juan Lima.

Sobre la tradición del relato oral, que nutrió la imaginación de sus padres y luego la suya y la de su hermano, Laura, que tiene 58 años, aporta: "Mis abuelos y mis padres fueron grandes narradores. Creo que la mayor culpable fue mi abuela Elodia, que murió cuando yo era chica. Después, mi padre me contaba sus versiones de los cuentos de la abuela. Leernos todas las noches era un ritual familiar. Cuentos populares, tradicionales, leyendas que no estaban en papel. Más adelante, empecé a escribir relatos de divulgación para revistas como Billiken y Humi y me pregunté por qué no hacer mis versiones de los cuentos que me contaban. Salieron en distintos libros".

En 2011, Laura y Roldán publicaron un libro en conjunto, Cuentos que sopla el viento, ilustrado por Roberto Cubillas, que incluye cinco relatos del padre y tres de la hija. Tenían planeado publicar otros más, pero no fue posible. "Hay libros de mi padre que me gustan mucho porque tienen que ver con los tiempos que hemos atravesado. Pero mi preferido siempre va a ser el que escribimos juntos, con cuentos del norte, animales y seres sobrenaturales. Alcanzamos a presentarlo en febrero de 2012 en el Chaco. Después se enfermó. Su aporte ha sido muy importante en la defensa de los derechos, la solidaridad, la cooperación. A través de sus cuentos, pudo hacerles decir a los animales todo lo que no se podía durante la dictadura. Trabajamos juntos en El Impenetrable con visitas a escuelas y capacitaciones. En 2006, hicimos una única y primera feria del libro. Un librero maravilloso de Villa Ángela llenó su camioneta de libros y nos acompañó".

Como lectora y oyente de los cuentos de sus padres, Roldán recuerda escenas conmovedoras: en una, su madre escribe en una máquina Remington, "que debe tener ya como 100 años y sigue estando en la familia". "Vivíamos en Córdoba, en Ituzaingó, que era un barrio obrero. Yo era hija de dos profesores de Letras y tenía la biblioteca a disposición. Fue un privilegio. Cerca vivía una dactilógrafa. Ya de adolescente, le llevaba el material de mi madre para que lo tipeara por triplicado. Luego, empezamos a compartir. Mi padre aparecía después de la cena con un original o un borrador y nos leía el cuento. Ser el primer oyente fue otro privilegio".

De la madre, su favorito es La torre de cubos. "Lo escribió cuando yo era chica. El personaje de Laurita soy yo. Y de mi padre, uno que tiene que ver con mi vida: La pulga preguntona. Está dedicado a la verdadera pulga preguntona LR. Uno de los primeros cuentos que recuerdo es El viaje más largo del mundo. Lo inventó cuando estábamos de vacaciones en las sierras de Córdoba. Yo tendría unos 9 años. Íbamos en carpa. Una noche, a la luz de un fogón, inventó esa travesía de animales que llegan a una ciudad, que era Córdoba. Cuando lo escribe y lo publica, lo cambia por Buenos Aires. De adolescentes, mi hermano y yo le pedimos que escribiera los cuentos que nos contaba, pero él no los recordaba. Entonces, le propusimos contarle los cuentos que él nos inventaba. Vivíamos en San Telmo y nos reuníamos a la tarde a tomar mate. Él anotaba y así empezó a recuperar esos cuentos que habían sido tan valiosos para nosotros".

En su libro La construcción del camino lector, Devetach asegura que "la lectura, en principio, se aprende leyendo la vida". Con voz suave y mirada dulce explica: "Lo que me dice una rama cuando se mueve con el viento, si ese viento viene del sur y, a lo mejor, hará frío. Gustavo y yo nos formamos observando la naturaleza y escuchando relatos. La oralidad te da capacidad de escuchar. Para mí, lo importante de la lectura siempre fue el sonido, la música de las palabras. Hay que saber escucharla. Tenés que dejarte ir, como en un tobogán. No vayas adonde vos quieras, andá adonde esa música te lleve".


Fuente: La Nación

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