La caída de las caretas en Boquitas Pintadas
En el marco de la conmemoración de los 50 años de Boquitas Pintadas, compartimos una mirada de María Pía Chiesino, en la que se revisa la presencia del delito en la novela, y se observa la sucesiva caída de máscaras que va poniendo en escena Manuel Puig a lo largo de la narración.
Por María Pía Chiesino
Hace
30 años, en su cátedra de Teoría Literaria ll, Josefina Ludmer dictó un
programa que tenía como eje la relación entre la literatura y el delito.
En
un corpus de textos que empezaba con El casamiento de Laucha y circulaba
(entre otros textos) por Los siete locos, Los lanzallamas y Operación
masacre, una de las novelas era Boquitas Pintadas, de Puig.
En
la novela (subtitulada como Folletín), los vínculos entre hombres y
mujeres están atravesados por el deseo, sí, pero también por la doble moral,
las conveniencias económicas, y lo socialmente correcto, en ese pueblo rural
bonaerense en el que transcurre gran parte de la acción.
Los
personajes femeninos son potentes; más allá de haber tomado decisiones que las
han hecho más o menos felices, pudieron decidir sobre sus vidas. Aquellas que tuvieron historias de amor más o
menos intensas con Juan Carlos, no se quedaron a su lado para ser “la viuda de
un tuberculoso”. Cada una construyó su vida como pudo, de acuerdo con lo que
marcaba la moral social de la época.
Mabel
y Nené se casan con quienes pueden, Celina “se queda” soltera, y la Raba, la
única que manejó su vida sexual sin hipocresía, (aun a costa de ser madre
soltera), es la que cuando cierra la novela, además de tener hijos y nietos,
vive con un hombre al que quiere y por el que se siente querida. Puede decirse
que es feliz.
Mas
allá de las relaciones sentimentales, que se asocian de inmediato con el
folletín y que atraviesan la novela, cuando se encara el texto pensando el eje
entre literatura y delito, hay un primer gran crimen, sangriento, que es el
parte aguas de la moral de los personajes: el asesinato de Pancho.
Raba
es la culpable, y por lo que se ve, sale legalmente bien parada, al ponerse de
acuerdo con Mabel y hacer pasar una venganza por una autodefensa, en la línea
de la Emma Zunz borgiana.
Puede
parecernos repudiable que Mabel haga semejante acuerdo con su empleada
doméstica para poner a salvo su imagen de mujer respetable, pero se corresponde
con los prejuicios y con la moral social que se imponía a las mujeres solteras
de clase media en ese momento.
En
Boquitas…, el universo femenino funciona a partir de la necesidad de satisfacer
las expectativas de los hombres; el horizonte de estas mujeres es el
matrimonio. Y en la década del cuarenta, había que casarse virgen.
Ni
Nené, ni Mabel se casan vírgenes. Pero se ocupan muy bien de ocultarlo.
Raba,
que pertenece a otro sector social, vive su sexualidad con Pancho de manera más
libre, y queda embarazada, pero la expectativa de casarse con él también está
presente y es bien concreta. Entre otras cosas, darse cuenta de que fue “una
más” es lo que despierta en ella la furia con la que lo asesina.
Esta
trama de ocultamientos, que a los personajes femeninos de la novela les permite
funcionar sin el repudio de la sociedad, llega a un punto culminante al final
de la novela, cuando se expone ante los lectores la voz de un personaje que ni
tiene nombre propio: una jovencita que
fue violada por Juan Carlos nueve años antes de morir.
Este
es el segundo delito espantoso que se menciona en las últimas páginas de la
novela. La violación de una chica de trece años nos enfrenta nada menos que a
la figura de Juan Carlos como a la del criminal que fue. Para enojarnos a
destiempo además, porque ya está muerto.
Ya
nos cayó más o menos simpático, con esa apostura de Don Juan pueblerino, un
poco bruto (sus cartas a Nené llenas de faltas de ortografía), un poco
desamorado (sus relaciones con varias mujeres sin amar a ninguna), y rodeado
además de la pena que produce la enfermedad y la muerte joven, que lo sitúan,
hasta cierto punto en el lugar de un mártir.
Hasta
que el día de su velatorio, en primera persona, y reproduciendo las pautas de
ese machismo de pueblo que Puig criticó ferozmente toda su vida, una voz dice:
“…desde entonces todos los días pedí que se muriese y pido perdón de
todo corazón que estoy arrepentida de haberle deseado la muerte a ese pobre
muchacho que se murió ayer, y que tanto lo odiaba ¡hace tantos años!, el 14 de
setiembre de 1937 (…) me hizo lo peor que le puede hacer un muchacho a una
chica, me sacó la honra para siempre ¿no me lo vas a creer? al cielo le pido
ante todo salud para toda la familia, (…) Ave María Purísima ¿yo le deseé la
muerte y alguien me habrá oído?... quiero quitarme el pecado, él no tuvo la
culpa, fui yo que me dejé tentar…”
Ese
monólogo interior de dos carillas, en el que la voz registra hasta la fecha de
la violación, y llega a auto incriminarse, tira abajo la careta que faltaba
demoler en Boquitas pintadas.
Porque
se puede pensar que Nené eligió la comodidad de casarse y tener hijos sin amor;
o que Mabel por lo menos decidió estudiar, aunque sea para vivir por fuera de
la burbuja de un marido proveedor, o que la Raba salió adelante mucho mejor que
las otras dos, en lo que a felicidad se refiere. Pero ninguna de las caretas
que esas mujeres se ponen a lo largo de la novela oculta un delito.
Ocultan
transgresiones a una moral social que las aplasta.
La
careta de Juan Carlos, es la última que se cae y la que nos devela la peor cara
de la novela, porque lo que se esconde detrás de la máscara es repugnante.
Quizá
haya que pensar en que para los lectores y lectoras hay dos cosas que matan a
Juan Carlos Etchepare. La primera es la tuberculosis, que lo acompañó durante
toda la narración.
La
segunda muerte del personaje, la que nos hace imposible rescatar ninguna de sus
otras facetas o apiadarnos de él, es esa revelación final con la que
magistralmente, Puig reemplazó la imagen del Don Juan por la del violador, en menos
de dos carillas.
Me encantó la reseña, andaba buscando algo parecido por la red y me topé con algo preciso. Muchas Gracias por eso. Aún sigo horrorizado por la violación, quizás buscaba que alguien comulgara con mi espanto y mi tristeza. Excelente análisis!
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