Quiero el beso de sus Boquitas pintadas
Continuamos conmemorando los 50 años de la publicación de Boquitas pintadas, de Manuel Puig. En este caso, compartimos una nota de Paula Bianchi en la que se refiera a la novela utilizando el género epistolar.
Por Paula Daniela Bianchi
Queridas y queridos lectores: soy ferviente
admiradora de Puig. No me refiero a Arturo, el actor de los ojitos claros, sino
al escritor, dramaturgo, guionista de Maldición
eterna a quien lea estas páginas (1980), La traición de Rita Hayworth (1968), The Buenos Aires affair (1973).
Les escribo para contarles que ya pasaron
cincuenta años de la publicación de la novela Boquitas pintadas de Manuel Puig. Sí apareció en 1969. ¡Qué
melodrama! ¡Qué culebrón! ¡Cuántas cartas! Quisiera saber yo ¿Qué hubiera sido
de Juan Carlos Etchepare, el galán de la novela, sin la correspondencia que
mantuvo con Nené y el tendal de mujeres que lo rodeó?
La novela cuenta en un intercambio de cartas,
la relación entre Juan Carlos y Nené; aunque en esas letras se entremezclan los
secretos, las mentiras, los enmascaramientos y descubrimientos otros personajes
del folletín. En las primeras páginas, Nené nos hace saber que Juan Carlos
murió y entonces nos preguntamos ¿para qué seguir leyendo si nos contó el
final, la pavota?
Pero esa es apenas la punta del iceberg. Recuerdo que le escribe a Leonor,
la madre devota del susodicho aunque es Celina, la hermana celosa del finado,
la que recibe las cartas. Nené, la calentona –lo digo porque todo el tiempo
cree que todo va a arder- que a toda costa quiere quemar las cartas de Juan
Carlos y cremar su cadáver, porque era el deseo de este.
Pero eso ya lo saben, lo que yo quisiera
saber, y por eso escribo como Nené, es qué decían las cartas que Juan Carlos le
garabateó a Nené desde Cosquín. Es decir, qué contenían en realidad, porque hay
que ver cómo pasaron de mano en mano. Ya nada es confiable. Juan Carlos las
escribía, el compañero de pensión les daba una miradita y se las corregía para
que quedaran mejor. Después le llegaban a Nené que las leía con pasión; pero la
pasión se apagó por un rato y las cartas volvieron al dueño. No obstante, después
de su muerte, fueron a parar a las manos de la terrible Celina, que se las restituye
a Nené. Ésta se las da a un escribano y cuando ella
está en el lecho de muerte, las recoge Massa, su inminente viudo, que decide no
leerlas e incinerarlas como lo pidió su mujer. Entonces, me vuelvo a preguntar:
¿las habrá quemado de verdad o seguirán escondidas en algún secreter bajo siete
llaves? Ya no se puede creer en nada.
Pero bueno, retomo el hilo de mi carta, al
final la novela comienza con la muerte de Juan Carlos y el reclamo de Nené por
querer recuperar esas líneas. Para mí, esto sucede porque Nené, de alguna
manera, reemplaza en su imaginario las cartas por el cuerpo de Juan Carlos. Con
esas cartas quiere revivir la pasión y el deseo de estar juntos. Por eso es que
insiste en que lo cremen como era su deseo pero que no quemen las cartas
El fuego para Nené representa la desaparición
de todo deseo posible, la extinción de la chispa final. Solo el fuego podría
aniquilar esa posibilidad de consumar la carnalidad que no pudieron concretar
en vida; solo las palabras escritas podrían funcionar como el sustituto
simbólico del cuerpo deseado de su novio. Tantos temores, queridos, para finalmente
ir de patitas al asador como todo bicho que camina. Juan Carlos que quería ser
cremado fue enterrado y no le cumplieron su deseo. Nené pidió ser cremada y que
su esposo quemara las cartas, cosa que cumplió. Quizás ella, pensó que así por
fin podrían acabar juntos pero no. Cada muerto quedó por su lado.
Pero estos no son los únicos cadáveres de la
novela. Me gustaría contarles algo sobre la Raba, la muchacha que trabajaba en
casa de Mabel Sáenz, otra que estuvo con Juan Carlos y también con el Pancho,
novio de la Raba. Para este entonces ya los triángulos amorosos forman un
conjunto trigonométrico de engaños. Pancho traicionó a la Raba con su patrona y
la muchacha, cuchillo en mano, lo pasó para el otro lado, de policía se
transformó en un fiambre apuñalado.
Al final en esta novela, todos dicen ser un
tipo de persona/je y terminan siendo otra cosa. La simulación es un arte que
despliega cada personaje en Boquitas
pintadas.
Una de las mejores es Nené, ella y Raba se
llevan los laureles, para mí. Juan Carlos embauca a todas las mujeres y a todos
sus amigos, hasta le roba a la viuda. Pancho la engaña a Raba y por eso muere.
Mabel le miente al novio y a Raba. Raba, un personaje entrañable, trabajador,
amoroso, tiene que adulterar la verdad frente a la policía, al sistema judicial
y al hospital, en palabras de Josefina Ludmer, usa las tretas de la débil,
burla al sistema punitivo y queda libre en complicidad con Mabel. La burla a
ese estado punitivo pertenece al mundo de los varones (recordemos que el Código
Procesal Penal fue escrito por varones) y de los jueces como sistema simbólico
junto con el de los policías. Los oficiales en lugar de condenar y encarcelar a
la Raba, la dejan en libertad, porque creen su farsa y, de ese modo, consigue
una justicia paralela, una justicia literaria donde los malos pierden y las
buenas ganan.
Raba que es estafada en lo sentimental por
Pancho porque además de abandonarla con su hijo se hace policía del pueblo, es
la única que recibe un premio en el final de la historia, alimenta a su hijo
que nace sano -no como el nieto de Mabel que será tullido- y su hija se casará
enamorada del tumbero del cementerio. Celina
adultera información a Nené en las cartas y Nené engaña a Leonor, la madre de
Juan Carlos, que nunca llega a leer la correspondencia porque quien las recibe
y responde haciéndose pasar por Leonor es Celina. Así que por todos estos
embustes podría afirmar que Boquitas
pintadas es una novela de la sospecha, el juego del ¿quién es quién? Y me
sigo preguntando si las cartas realmente terminaron en el fuego o permanecen
ocultas en algún sitio.
PD: Ya no tengo mucho más que contarles.
Tantos engaños me han hecho daño, se han clavado como un puñal en mi alma, sin
embargo, se suma a mi añosa memoria la película de Leopoldo Torre Nilsson, ¿cómo
supo hacer una película de esas boquitas que terminaron en el oscuro violeta de
la desdicha? La rodó en 1974 y claro yo a Juan Carlos me lo imaginaba un hombre
viril, de labia y mirada certera pero cuando lo interpretó Alfredo Alcón, casi
me muero. Superó todas las expectativas de mi imaginación. Y Mabelita, esa
mosquita muerta, fue Luisina Brando, pero qué linda era y la Nené, la gran Marta
González. Suspiré con la novela, me enamoré con la película y esperaré a
encontrar esas cartas. Me lo dijo una gitana, una tal Mecha, Oritz creo que se
apellidaba: ojo con las cabecitas adoradas que mienten amor…
Ya no recuerdo. Gracias por leer estas
páginas que no serán eternas ni malditas. Las saludo y los saludo a todxs.
*Paula
Daniela Bianchi es licenciada y doctora en Letras por la Universidad de Buenos
Aires. Docente de la Universidad Nacional de Avellaneda y la Facultad de
Filosofía y Letras (UBA). Investiga temas relacionados con género, ciudadanías
y violencias en la literatura latinoamericana.
Manuel Puig
Seix Barral, 1994.
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