El señor de las sagas

Si hablamos de sagas no podemos eludir la obra del señor de las sagas: J. R. R. Tolkien. Compartimos un recuerdo de una gran lectora con la primera vez que se cruzó con la obra de Tolkien en el verano de 1977, y un fragmento de la primera charla entre Gandalf y Bilbo, en El Hobbit, punto de partida de todos los caminos fantásticos que pueden recorrerse de la mano del autor. 

Ilustración de la primera edición de El hobbit, del año 1937.


Por María Pía Chiesino

Si nos disponemos a hacer un recorrido por las sagas que han tenido repercusión entre el público lector no solo en la Argentina, hay, sin dudas, una figura insoslayable: la de J. R. R. Tolkien, autor de El señor de los anillos. Todas las sagas literarias del siglo XX y XXl, reconocen un modelo en esa trilogía.
Aún en los casos en los que hay diferencias ideológicas claras, y en los que la historia se desarrolla en otros paisajes y con referencias culturales que pueden resultarnos familiares (pienso en la Saga de los Confines, de Bodoc), se advierte la lectura de Tolkien: los tres libros, la creación de universos y geografías con los mapas correspondientes para orientar a los lectores, los viajes, la guerra. Todos los condimentos de la épica fantástica.
Antes de la trilogía había llegado El Hobbit, que fue la novela que nos presentó a habitantes de la Tierra Media, a Gandalf, a los gnomos.
La primera vez que leí esta novela, tenía dieciséis años, y me la compré en una librería de Villa Gesell. No sé qué me llamó la atención. En ese momento, verano de 1977, Tolkien era para mí un completo desconocido. No sabía tampoco de la existencia de la saga, (de la que poco tiempo después Minotauro publicaría La comunidad del anillo).
El libro estaba editado por Los libros del Mirasol y la traducción era El hobito. En la tapa, con fondo amarillo, se reproducía el primer encuentro de Bilbo con Gandalf.  
Recuerdo que en esa primera lectura la aparición del mago me resultó completamente molesta.
Pensé que si los hobbits habían elegido la vida tranquila, presentarles una aventura en el horizonte cotidiano era completamente injusto. Después de esta primera charla, Gandalf se va, y deja una marca en la puerta redonda de la casa de Bilbo para que los gnomos, puedan identificarla.
A medida que estos personajes van llegando a tomar el té, el dueño de casa los atiende, con la hospitalidad y la educación que caracterizan a cualquier hobbit. A mí, como lectora me resultaba desesperante tanta educación con esa gente a la que nadie había invitado.
Le piden de todo: té, mermeladas, tarta de manzana, vino tinto, pasteles de carne y de queso, cerveza, café… Literalmente, le vacían la despensa. Bilbo está agotado. No esperaba a esa gente, no quiere saber de aventuras. Es hospitalario y disfruta cuando él invita, pero en ese momento se siente invadido. Lo único que desea es echarlos. El último es llegar es, por supuesto, Gandalf.
Después de cenar y de pasar la noche, Bilbo se entera del proyecto de la expedición y de a poco empieza a sentir curiosidad y deseos de dejar por un tiempo su madriguera de la Tierra Media. Para felicidad del público lector, que a partir se esta decisión va a conocer mejor a los hobitts (a los aventureros y los sedentarios), a los gnomos, los orcos, los elfos, en fin, los habitantes del universo de Tolkien. Salimos de viaje con esta primera expedición.
Y fundamentalmente nos preparamos para acompañar la siguiente, cuando Frodo, el sobrino de Bilbo, sea el elegido para continuar la ruta como Portador del Anillo, cuando se publiquen los tres libros de esa  impresionante saga, que para muchos lectores ha sido fundacional.


“En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero hobbit y eso significa comodidad.
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos: el hobbit era aficionado a las visitas. El túnel se extendía serpeando, y penetraba bastante, pero no directamente, en la ladera de la colina-la Colina, como la llamaba toda la gente de muchas millas alrededor-, y muchas puertecitas redondas se abrían en él, primero a un lado y luego al otro. Nada de subir escaleras para el hobbit: dormitorios, cuartos de baño, bodegas, despensas (muchas), armarios (habitaciones enteras dedicadas a ropa), cocinas, comedores, se encontraban en la misma planta, y en verdad, en el mismo pasillo. Las mejores habitaciones estaban todas a la izquierda de la puerta principal, pues eran las únicas que tenían ventanas, ventanas redondas, profundamente excavadas que miraban al jardín y los prados de más allá, camino del río.
Este hobbit era un hobbit acomodado y se apellidaba Bolsón. Los Bolsón habían vivido en las cercanías de La Colina desde hacía muchísimo tiempo, y la gente los consideraba muy respetables, no sólo porque casi todos eran ricos, sino también porque nunca tenían ninguna aventura ni hacían algo inesperado: uno podía saber lo que diría un Bolsón acerca de cualquier asunto sin necesidad de preguntárselo. Esta es la historia de cómo un Bolsón tuvo una aventura, y se encontró a sí mismo haciendo y diciendo cosas por completo inesperadas. (…) “…la madre de este hobbit-o sea, Bolbo Bolsón-era a famosa Belladonna Tuk, una de las tres extraordinarias hijas del Viejo Tuk, patriarca de los hobbits que vivían al otro lado de Delagua, el riachuelo que corría al pie de La Colina. Se decía a menudo (en otras familias) que tiempo atrás, un antepasado de los Tuk se había casado sin duda con un hada. Eso era, desde luego, absurdo, pero por cierto, había todavía algo no del todo hobbit en ellos, y de cuando en cuando miembros del clan Tuk salían a correr aventuras. Desaparecían con discreción, y la familia echaba tierra sobre el asunto; pero los Tuk no eran tan respetables como los Bolsón, aunque indudablemente, más ricos. (…)
Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, y Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies (bien cepillados), Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf! Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, y he oído muy poco de todo lo que hay que oír, estarías preparado para cualquier especie de cuento notable. Cuentos y aventuras brotaban por donde quiera que pasara, de la forma más extraordinaria. No había bajado a aquel camino al pie de La Colina desde hacía años y años, desde la muerte de su amigo el Viejo Tuk, y los hobbits casi habían olvidado cómo era. Había estado lejos, más allá de La Colina y del otro lado de Delagua por asuntos particulares, desde el tiempo en que todos ellos eran pequeños niños hobbits y niñas hobbits.
Todo lo que el confiado Bilbo vio aquella mañana fue un anciano con un bastón. Tenía un sombrero azul. Alto y puntiagudo, una larga capa gris, una bufanda de plata sobre la que colgaba una barba larga y blanca hasta más debajo de la cintura y botas negras.
-¡Buenos días!-dijo Bilbo, y esto era exactamente lo que quería decir. El sol brillaba y la hierba estaba muy verde. Pero Gandalf lo miró desde debajo de las cejas largas y espesas, más sobresalientes que el ala del sombrero, que le ensombrecía la cara.
-¿Qué quieres decir?-preguntó-. ¿Me deseas un buen día o quieres decir que es un buen día lo quiera yo o no; o que hoy te sientes bien; o que es un día en que conviene ser bueno?
-Todo eso a la vez-dijo Bilbo-. Y un día estupendo para una pipa de tabaco en la puerta de casa, además. ¡Si lleváis una pipa encima, sentaos y tomad un poco de mi tabaco! ¡No hay prisa, tenemos todo el día por delante! Entonces Bilbo se sentó en una silla junto a la puerta, cruzó las piernas y lanzó un hermoso anillo de humo gris que navegó en el aire sin romperse, y se alejó flotando sobre La Colina.
-¡Muy bonito!-dijo Gandalf-. Pero esta mañana no tengo tiempo para anillos de humo. Busco a alguien con quien compartir una aventura que estoy planeando y es difícil dar con él.
-Pienso lo mismo…En estos lugares somos gente sencilla y tranquila y no estamos acostumbrados a las aventuras. ¡Cosas desagradables, molestas e incómodas que retrasan la cena! No me explico por qué atraen a la gente- dijo nuestro señor Bolsón, y metiendo un pulgar detrás del tirante, lanzó un anillo de humo más grande aún, fingiendo ignorar al viejo. Pero el viejo no se movió. Permaneció apoyado en el bastón observando al hobbit sin decir nada, hasta que Bilbo se sintió bastante incómodo y aún un poco enfadado-. ¡Buenos días! –dijo al fin-. ¡No queremos aventuras aquí, gracias! ¿Por qué no probàis más allá de La Colina o al otro lado de Delagua? Con esto daba a entender que la conversación había terminado
-¡Para cuántas cosas empleas el Buenos días!-dijo Gandalf-Ahora quieres decir que intentas deshacerte de mí y que no serán buenos hasta que me vaya.
-¡De ningún modo, de ningún modo, mi querido señor! Veamos, no creo conocer vuestro nombre…
-¡Sí, si, mi querido señor, y yo sí que conozco tu nombre, señor Bilbo Bolsón!  Y tú también sabes el mío aunque no me unas a él. ¡Yo soy Gandalf, y Gandalf soy yo! ¿Quién iba a pensar que un hijo de belladona Tuk me daría los buenos días como si yo fuese vendiendo botones de puerta en puerta!
- ¡Gandalf, Gandalf! ¡Válgame el cielo! ¿No sóis vos el mago errante que dio al viejo Tuk un par de botones mágicos de diamante que se abrochaban solos y no se desabrochaban hasta que les dabas una orden? ¿No sóis vos quien contaba en las reuniones aquellas historias maravillosas de dragones y trasgos y gigantes y rescates de princesas y la inesperada fortuna de los hijos de madre viuda? ¿No el hombre que acostumbraba a fabricar aquellos fuegos de artificio tan excelentes? ¡Los recuerdo! El viejo Tuk los preparaba en los solsticios de verano.”



El Hobito
J. R. R. Tolkien
Los libros del mirasol, 1964.

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