Episodios de una Guerra Interminable, de Almudena Grandes

Una mirada sobre El lector de Julio Verne, la segunda novela de la saga histórica de Episodios de una Guerra Interminable, de Almudena Grandes. 


Por María Pía Chiesino

Lo primero que se puede puntualizar cuando se hace referencia a los Episodios de una Guerra Interminable de Almudena Grandes, es que rompe con una regla central de las sagas: no nos encontramos ni con los mismos escenarios, ni con la continuación de la vida de un personaje, ni con el progreso de un viaje, ni con criaturas maravillosas surgidas de la imaginación.
Cuando la autora se planteó escribir esta serie de seis novelas, (de las que ya se publicaron cuatro), eligió como tema la posguerra civil española. El eje no pasa por lo fantástico, sino por lo histórico. Y su modelo explícito fueron los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.
 Grandes ya había escrito sobre este momento dramático de la historia de España en El corazón helado, pero el contexto era mucho más acotado y familiar. Con los Episodios… trazó un proyecto narrativo más extenso que va desarrollando distintos momentos de la resistencia española a la dictadura franquista.
Así, en las novelas publicadas hasta ahora se nos narran la invasión al Valle de Arán, episodios de guerrilla rural, el nacimiento de la resistencia clandestina desde las cárceles, y la organización  de la red de ayuda a los jerarcas nazis organizada en España por Clara Stauffer, que tuvo ramificaciones en Buenos Aires.
En cada una de las novelas hay guiños en los que aparecen lugares o personajes que ya encontramos en otra, pero son pequeñas menciones. Aparecen también como personajes, figuras históricas de España, como Jesús Monzón, o la ya mencionada Stauffer.
Lo que distingue a El lector de Julio Verne de las otras novelas de la saga, es que Nino, su protagonista, es un chico de nueve años, hijo de un guardia civil y que vive con su familia en el cuartel del pueblo de Fuensanta de Martos.
Desde la inocencia de la mirada infantil la visión que se ofrece a los lectores de la resistencia guerrillera rural, no está atravesada por los prejuicios adultos, ni por la enemistad política, ni por la desconfianza.
Así, Nino puede construir una amistad con Pepe el Portugués, un personaje adulto que se instala en un molino abandonado y que aparentemente no tiene la menor idea de lo que sucede en Fuensanta, a pesar de que unas páginas antes de que se conozcan, Nino, desde sus nueve años, decía: “Hay muchas cosas en el monte para quien sepa encontrarlas. Por eso, y aunque por una razón una razón o por la contraria nadie lo dijera nunca en voz alta, todos sabíamos que los montes de mi pueblo estaban llenos de gente”.
Nino se tapa los oídos o canta “Vamos a contar mentiras” para no escuchar los ruidos cotidianos que noche tras noche se escuchan en ese cuartel que es su casa. Y tiene una “ventaja”: es más pequeño que la mayoría de los chicos de su edad. Le dicen “Canijo”. Esa pequeñez que su padre vive como una limitación, afirma a Nino en la única certeza que tiene durante toda la novela: no quiere ser guardia civil.
Gracias a la influencia de Pepe el Portugués, el chico comienza a tomar clases de mecanografía con una de las Rubias: una familia de mujeres, a las que en Fuensanta miran bastante de costado. En su casa además, hay una biblioteca repleta de libros de aventuras que van a abrirle a Nino un horizonte con el que antes ni siquiera soñaba: “…aquellos libros me irían llevando hacia otros libros, otros autores, a quienes leería con la misma avidez, porque me descubrirían mundos distintos pero igual de fascinantes, que terminaba de explorar haciendo preguntas sobre asuntos cuya existencia había ignorado siempre…”
NO todos los descubrimientos que se hacen durante el crecimiento nos conducen a la felicidad. Así, la lectura le aporta lucidez, pero lo separa inevitablemente de ese padre y de esa familia, porque le permite dimensionar el espanto de la guerra, y del bando en el que le tocó en suerte al nacer: “ Así no se puede vivir, decía mi madre, pero así vivíamos, así vivía ella, así vivía yo, y mi padre, y mis hermanas, así vivían todos los que no se habían atrevido a escoger el camino del monte para sobrevivir como animales, sí, pero con sus propias reglas humanas. Nosotros no podíamos escapar, porque habíamos elegido aquella mierda de vida, habíamos bajado la cabeza para ofrecerle el cuello a aquella violencia infinita…”
En esa afirmación, Nino carga demasiado las tintas cuando usa la primera persona del plural. Ningún chico puede hacerse cargo de que la vida es espantosa si le toca crecer en una posguerra civil. No es justo consigo mismo cuando se refiere a la situación de su familia como si él hubiera tenido posibilidades de nacer en un mundo más amigable.
Si pudiera reflexionar un poco más, (una posibilidad que quizá tenga con los años), acaso podría entender (sin justificar) hasta aquellas cosas que separan a su padre de los guardias civiles que le dan las órdenes.
Y acaso podría reservar para sí mismo, una mirada que le permita comprender la enorme importancia que tiene haber sido un lector incansable desde niño, para poder tomar distancia de los horrores de la guerra, aunque el camino que deba seguir desde ese momento sea el de la distancia.



El lector de Julio Verne
Almuneda Grandes
Tusquets, 2012.

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