La tradición puede ser mucho más que una vuelta al pasado
Hoy,
cuando se cumplen 184 años del nacimiento de José Hernández, autor del
"Martín Fierro", se celebra en la Argentina el Día de la Tradición. Esta
nota señala la trascendencia de los clásicos y reflexiona sobre por qué
volver al pasado puede también ser una forma de prepararse para el
futuro.
Por Mateo Niro
En la "Nota del autor" fechada en 1982, que antecede a la segunda edición de su novela Hijo de hombre, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos
plantea su "ética y poética de las variaciones". En realidad, decía con
palabras lo que ya estaba ejerciendo, ya que esa edición estaba signada
por transformaciones drásticas de la novela con respecto a la edición
anterior. Esa militancia por la versión aboga por un texto escrito que
nunca acaba de fijarse, más próximo a la tradición escurridiza de la
oralidad, siempre en constante mutación.
En aquel gesto de Roa Bastos sobre la militancia política a favor de la
variación existe un elemento fundamental que lo avala: se trata de la
versión del propio autor, quien, como propietario legal de la obra,
autoridad para con su propio fruto, va y vuelve por el camino como se le
dé la gana sin poder ser acusado de impertinente o, mucho peor, de
plagiador. ¿Hubiese sido posible esa segunda versión de Hijo de hombre
por otro autor que no fuese él? Digamos que sí, en tanto lo separe un
poco de tiempo, el suficiente que permita que esa obra se monumentalice.
De esa manera sería posible ir y volver las veces que sea necesario.
Martín Fierro, litografía de Carlos Alonso |
Existen importantes discusiones en la crítica literaria sobre la relación entre el gaucho real y la gauchesca. Pero lo que no se discute es que el Martín Fierro se inscribe en la vasta tradición de ese género literario popular que ya habían recorrido Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo, entre tantos. Centrémonos, más bien, en los ecos. Por ejemplo, en la versión que hace Jorge Luis Borges
con sus cuentos "El fin" y "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" está la
cifra de las nuevas lecturas que propone desligando la obra de José
Hernández de la épica lugoniana. Como así también en las recientes El guacho Martín Fierro (2011) de Oscar Fariña, donde se actualiza el protagonista en uno de los tantos personajes excluidos de la actualidad, o Las aventuras de la China Iron (2017) de Gabriela Cabezón Cámara, cuya protagonista es la que fue mujer de Fierro. O las versiones en prosa de Franco Vaccarini o el reordenamiento alfabético de Pablo Katchadjian.
Es que, en esa ética y política de las versiones se centran dos
movimientos fundamentales: la lectura del texto y todo lo que lo rodea; y
la puesta en circulación de nuevos sentidos, nuevas lecturas, nuevos
rodeos a partir de su reescritura. Es como el juego del teléfono
descompuesto pero a propósito y fuera de broma.
Que el 10 de noviembre se celebre en la Argentina el Día de la
Tradición trae a cuenta varias reflexiones: la primera, disruptiva, que
lo que se recuerde de un personaje de la historia (en este caso José
Hernández) sea un natalicio y no una muerte; que ese carácter de
tradición se haya dado en una obra literaria que permitió, más que una
mirada hacia un pasado definitivo e inmóvil, una constante actualización en idas y vueltas;
y que la tradición, entonces, pueda pensarse más bien como una práctica
heterogénea y transformadora, que parte del pasado solo para tomar
carrera.
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