Eduardo Abel Gimenez: “Más que la idea, es la expresión de la idea lo que importa”

En esta segunda parte de la charla con Eduardo, el escritor invitado nos habló de la ciencia ficción en general, y en particular de la ciencia ficción en la LIJ, con una mirada muy crítica; de las nuevas voces de la ciencia ficción que acá nos llegan poco y de la importancia que tiene, en la formación de los escritores, la lectura de buenas traducciones. Entre otras muchas cosas, nos dejó planteada una mirada sobre un futuro más bien negro, y cómo este se refleja en la literatura.



Eduardo Abel Gimenez: Hay mucha gente escribiendo cosas raras. Se diversificó mucho el género. Y en Argentina, aunque no lo parezca, es un carril grande el de lo fantástico hoy en día. Samanta Schweblin viene escribiendo cosas fantásticas, sistemáticamente, aunque no todo lo de ella es fantástico. Distancia de rescate es muy afín a la ciencia ficción y es un libro muy recomendable. Viene escribiendo ciencia ficción Marcelo Cohen desde hace tiempo. Hay dos novelas de ciencia ficción de Martín Felipe Castagnet. La segunda, que se llama Mantras modernos, es muy buena.

Alejandro Javier Alonso: ¿Te gustó más que Los cuerpos del verano?

EAG: A mí no me gustó Los cuerpos del verano, pero sí me gustó Mantras Modernos. Y así… hoy la ciencia ficción está en todos lados.

AJA: Laura Ponce también está sacando ciencia ficción… Héctor Toledo...

EAG: El tema es no cerrar los ojos a lo que está pasando ahora. Yo vine con un panorama de la antigüedad, queriendo poner en su lugar a Porrúa, y hablar de lo bien escrito. Yo hago talleres de escritura. El tema de la calidad de la escritura es clave, y en eso influye mucho lo que leemos. Como leemos tantas malas traducciones escribimos muy mal. Escribimos como las malas traducciones…

AJA: Hablaste de Kurt Vonnegut, y ahora lo están reeditando completo a través de La Bestia Equilátera.

EAG: Espero que bien traducido porque es clave cómo se lo traduce a Vonnegut.

AJA: Gardini.

EAG: Bueno, bien. O sea que Gardini dejó la traducción hecha. Porque falleció hace poco.

AJA: Sí, quedó la traducción de Gardini. Y tiene tapa de Liniers.

EAG: Es una buena noticia. Pero no vi esa edición. Confieso que en el tema de la ciencia ficción desde hace unos cuantos años vengo leyendo en inglés y de afuera. Y no estoy tan al tanto de lo que se traduce. Dije “basta de leer traducciones”. Me aparté de leer traducciones más o menos desde que dejó de existir Minotauro. Soy como muy fan de ese tema, entonces no estoy al tanto de estas cosas, pero si me encuentro con buenas traducciones de gente como Vonnegut, las voy a valorar. Sé que no hay nada bueno de Philip K. Dick, por ejemplo, que se pueda leer hoy en día, y eso es una pena. Y de algunos que escriben hoy. Se puede leer online algún cuento de Kij Johnson, por suerte. Búsquenla, en castellano hay algún cuento y hay muchos en inglés. Hay todo un universo nuevo hoy en la ciencia ficción, como hay una literatura nueva del siglo XXI, en todo. Y están las sagas, pero no solamente. Las sagas son valiosas, y hay mucha cosa para leer. Personalmente, dejé la ciencia ficción dura hace mucho tiempo. Leo cosas, si aparecen, pero me vuelco a la lectura de la cosa fantástica en el sentido más amplio que existe. Por ejemplo, me parece muy valioso George R. R. Martin, con sus libros que son difíciles. Yo no conseguí terminar el tercero, entonces voy muy atrasado con eso, y me niego a ver la serie. Por lo menos hasta haber leído todos los libros. Porque son planetas diferentes, si bien él colaboró en el guion, es una serie…

MM: Yo llegué hasta la mitad. Después divergieron.

EAG: George R. R. Martin es un caso particular para tener en cuenta, porque es un tipo que escribe muy bien y con mucha profundidad. La lentitud en su escritura es como la lentitud de Murakami. Con esa comparación me va a caer un rayo que me va a matar acá mismo. (Risas). Muchas de las novelas de Murakami son de fantasía. Lo tenemos en nuestro campo a Murakami. Cuando no está corriendo maratones escribe fantasía. Y tiene una lentitud… Hay momentos en los que se solaza en pasar veinte páginas con un estornudo, con cualquier cosa, con la nada misma. Le funciona. Tiene eso. A veces aburre y no se puede leer. Pero si uno se engancha y está con ánimo de  Murakami, no hay nada mejor que ese transcurso lento. Y George R. R. Martin tiene eso. Si bien son aventuras y la mar en coche, hay capítulos que son largos, con una escritura densa, con unas descripciones precisas y monomaníacas. Es único y muy intenso cómo escribe. Por supuesto que vale la pena leer la fantasía de Murakami, claro que sí. O El hombre duplicado, de Saramago…

Asistente: Ensayo sobre la ceguera tiene ciencia ficción…

Álvar Torales: ¿Tiene algo que ver con ese libro que usted nombró en el que quedan todos ciegos?

EAG: ¿El día de los trífidos? No creo. Esa fue una de las tantas ideas de “fin del mundo” que hubo, que circularon en los ’50. Hubo una película reciente de El día de los trífidos, pero nadie lo rescató. Y la verdad, dejo de hablar, porque me parece que me extendí mucho. Si quieren preguntar algo que pueda contestar…

MM: El contrato es hasta las 20 así que tenés tiempo. (Risas). Además de los que se han sumado hoy, viste que este es un taller-laboratorio. Los participantes escribieron reseñas, escribieron ficción, hoy tenían la tarea de pensar preguntas, así que vas a tener que contestar. Yo, antes de que hagan la primera pregunta quiero decir que hay un tema, porque el eje fue la ciencia ficción (y la semana que viene seguimos con el policial), pero siempre es dentro de la literatura infantil y juvenil. O por lo menos ahí cerca.

Asistente: A mí se me prendió la lamparita cuando en un momento dijiste que dejaste de escribir ciencia ficción para adultos y empezaste a escribir para chicos. Esa es la pregunta que se viene…

EAG: Está bien. Ahora te contesto eso, pero tengo que decir, para ver si me puedo redimir un poco, que tanto Asimov como Robert Heinlein, que fue otro central de la era dorada, escribieron novelas juveniles. Heinlein con su nombre, Asimov con seudónimo. Hice una referencia a la literatura juvenil. ¿Me redimí? (Risas).

MM: ¿En nuestra literatura infantil y juvenil? ¿Ciencia ficción que te llame la atención, que te guste?

EAG: Muy poco. En un sentido amplio que incluya fantasía y demás, por supuesto que sí. Pienso que La Saga de los Confines es una maravilla total. Ahí sí, no tenemos ninguna duda. Ahora, ciencia ficción más estrictamente… me gustó mucho una novela humorística de Mariño, que es En el último planeta, que es muy divertida. Con elementos de ciencia ficción, y tomando todo a la chacota, con un nivel de absurdo muy bueno. No así una novela “seria” de ciencia ficción que tiene Mariño, de la que ahora, por supuesto, me olvidé el título, pero ustedes la deben conocer. No me gustó nada.

MM: ¿Lo único del mundo? Esa no te gustó…

EAG: No.

MM: La que decíamos que tenía una onda Blade Runner

EAG: Es difícil, porque se hicieron muchas cosas buenas. De las buenas, buenas. Afuera, y acá, pero antes. Y se hicieron muchas cosas berretas buenas, desde lo comercial. Incluso de esa ciencia ficción ingenieril de Asimov. Mi sensación es que la mayor parte de lo que se publicó como ciencia ficción para chicos acá consiste en textos breves improvisados, de gente que se fija qué puede agarrar de todo eso para mandar algo. Son muy flojos. Yo no digo que haya que conocer todo lo previo para poder escribir algo, o publicarlo, desde ya que no. Eso sería imposible. Y de hecho soy un convencido de que las cosas se reinventan.
Pienso en el rock, la música independiente, y todo eso. Los pibes de veinte años, cada diez años reinventan todo. Parece que fuera todo nuevo. No lo es, pero a la vez, sí. Es todo nuevo porque tocan distinto. Entonces me parece genial. Cada diez años hay bandas maravillosas de pibes de veinte, que hacen una música parecida y totalmente distinta a la de los anteriores. Me parece genial si uno escribe de esa manera.
A mí no me convence la liviandad con la que se publican libros para chicos que no profundizan en nada. Ni en la temática, ni en los personajes, ni en cómo tratan las cosas. Y muy particularmente en la ciencia ficción. No funcionan. Perdón si sueno enojado, trato de sonar convincente y eso por ahí se traduce en apariencia de enojo. No es la idea. Esto incluye gente a la que quiero mucho y que está escribiendo. Sí funciona mejor cuando entra algún elemento fantástico o aún de ciencia ficción dentro de una cosa más realista-costumbrista, en la vida cotidiana, o cuando hablamos de absurdo. En el terreno de lo absurdo esta novela de Mariño me pareció muy lograda; es una novela que tendrá más o menos veinticinco años. Y más recientemente, me parece logrado cuando hace algo más infantil y más tranqui.
Hay un libro para chicos de Cristina Macjus, La chica astronauta y las ganas de volver. El título me compró. Y, si quieren con altos y bajos, es un texto muy divertido, que toma arbitrariamente un viaje espacial, como podría haber tomado otra cosa, y ahí funciona. Porque es personal, porque no intenta parecerse a otra cosa, no intenta ser Asimov ni nada, es distinta. Confieso también que hay mucho que no leí. Una novela reciente, muy respetada, es Son tumikes, de Sebastián Vargas, que a mí, personalmente, no me gusta. Porque la veo muy previsible. Es una novela sobre la discriminación del otro. Que una novela sea sobre la discriminación, para mí, ya la condena. Ese es mi problema. Porque es obvio que la intención de la novela es plantear una postura contra la discriminación. Me parece genial como intención moral. Eventualmente, si uno hace una muy buena novela sobre qué pasa con los bolivianos en Buenos Aires, me parece genial. O una muy buena novela en la que a los bolivianos se los llama “tumikes”, porque sí, me parece bárbaro. Pero el mérito que tiene la novela de Vargas es que habla sobre la discriminación. Esa es la mirada que tengo. Entonces, ahí me pierden a mí. Cuando es “sobre algo”.

Asistente: Lo que dice Graciela Montes sobre “pisar el palito”.

EAG: “Pisar el palito”. Ahí está. Graciela Montes lo tiene muy claro. Es una referencia para todo esto, fue inmensamente valiosa como editora cuando lo fue, los pocos años que lo fue. Y muy valiosa como teórica. Me parece clave Graciela Montes. Y además fue la primera que me publicó para chicos. (Risas).


MM: No puedo dejar de decir que a mí sí me gustó. Estuve hablando acá y la mencionamos…

EAG: Lo sé. También soy muy extremo. Disculpen. Tiendo a ser muy extremo.

MM: Me parece que está bien. Vos tenías una pregunta…

Asistente: Vos decías que cuando tenías quince años la ciencia ficción se basaba en coches que volaban y cosas por el estilo. En el 2018, con la tecnología que ya no hay nadie que no conozca, ¿cómo ve Eduardo Abel Gimenez el mundo del futuro?

EAG: Esa no la preparé… (Risas). ¿Querés una respuesta más o menos positiva o la verdad? (Risas). Sobre la tecnología… viene la distopía, nos vamos al cuerno. El futuro es cambio climático y un mundo de finanzas globalizadas. Y un mundo de grandes empresas tecnológicas que son las más grandes del planeta, con un dominio cada vez mayor, que nos dan gratis cosas indispensables. Yo, sin Google, no sé cómo viviría. A esta altura lo digo con toda sinceridad. Y a cambio, lo que uno entrega es otro tipo de cosa más espesa, más profunda. Los movimientos políticos del mundo apuntan en todas las direcciones equivocadas: la desigualdad, el no cuidado del clima, vamos muy mal por ese lado.
Hay, como siempre, grandes promesas, grandes avances científicos y técnicos, que vienen predominantemente de Estados Unidos, como siempre en el último siglo, las grandes  revoluciones vinieron de ahí. Como la ciencia ficción también. Y confunden. La promesa del auto eléctrico, la promesa del auto que se maneja a sí mismo, la promesa de la conexión universal al conocimiento humano y demás… todo viene y termina tergiversado por el interés económico, de una manera que acaba desvirtuando las cosas. Entonces, en un momento en el que desde el gobierno de los Estados Unidos se niega el cambio climático, y desde el resto del mundo no se hace gran cosa al respecto, creo que estamos fritos. Cuando en el año 2040 la mitad de Bangladesh esté bajo el agua, van a decir que fue porque eran los de Bangladesh. Como esa vieja historia: “Vinieron a buscar a los judíos pero a mí no me importó porque yo no soy judío”. Se ahogaron los de Bangladesh y se están muriendo de hambre los de Bangladesh, a mí no me importa porque no soy de Bangladesh. En realidad tengo una visión muy pesimista, mientras en la vida cotidiana, me dejo llevar: Google, y Facebook, y el celular. En mi vida cotidiana no voy en otra dirección, ni milito en otra dirección, ni hago nada. Lo que pasa con todos. Así vamos. Perdonen la metáfora trillada, vamos en un Titanic que cuesta comprender porque es un Titanic en cámara muy lenta, realmente. Se mueve tan lento que no se percibe. Es como estar mirando fijo la aguja de la hora en el reloj. Estoy cinco minutos y me embolé antes de ver que se mueve. Y los humanos somos muy malos en comprender los movimientos lentos. Estamos hechos para entender los cambios rápidos, en un mundo que se supone que permanece igual. Para eso estamos hechos. El mundo, en general, permanece igual, y lo que nos importa es ese movimiento rápido ahí al costado. Y lo inmediato. Hechos para eso, estamos fritos con vistas al futuro. Lo lamento. (Risas).

Asistente: Yo hablaba literariamente.

Asistente: No lo interrumpiste, igual…

EAG: Ah… literariamente.

Asistente: Vos cuando eras chico te sorprendías cuando un auto volaba. ¿Qué le podrías dar a un chico para que se asombre en este momento, con algo del futuro? Porque pareciera que el futuro lo tenemos acá…

EAG: Tendría que pensarlo, pero algo que podría ser, pensando utópicamente, es un futuro con la tecnología que tenemos hoy, más rápida, mejor, más barata, como realmente es la tecnología, pero donde además tengamos realmente acceso a toda la producción cultural y científica del mundo, sin restricciones. Donde todos tengamos acceso a un híper Spotify, pero de todo, y además, como un derecho humano. Que era un poco el sueño que había cuando empezó la web. El sueño compartido por muchos, que yo tuve también, era que alcanzábamos la vieja utopía de la ciencia ficción del acceso universal. Que con esto íbamos a tener acceso muy fácil a todo lo que se escribió, se fotografió, se actuó, se filmó, se esculpió, se pintó, se dibujó… Todo, en toda la historia de la humanidad. Más todo lo que se investigó, más todo lo que se dijo.
No, minga, claro que no. Está todo tapizado por paredes de copyright. El derecho de autor tapa todo. Por supuesto que la propiedad intelectual para el autor es una cosa muy importante, pero a la vez (miren en qué tema me metí), es un invento relativamente reciente, y en un mundo rico como es este (a pesar de la pobreza en el mundo), si todo fuera más igualitario igual habría grandes riquezas. El tema de la propiedad intelectual es menor, salvo para las grandes corporaciones que tienen propiedad intelectual para medicamentos, armamentos, cosas así. Si realmente hubiera un mecanismo por el cual se pueda compensar al autor, como hace Spotify, que no paga bien, pero pongámosle que sí, de manera que todos pudiéramos tener acceso a todo, imagínense la riqueza que habría. Hoy en día, todos pirateamos cosas, aunque sea porque no se consiguen de otro modo. Si yo quiero leer algo que no consigo, bueno, tengo que ver si me lo puedo bajar. Y aún así, no siempre lo encuentro. Yo no puedo bajarme un libro del que alguien acaba de imprimir doscientos ejemplares, porque ese libro no lo encuentro online. Tiene que ser más o menos conocido para que me lo pueda bajar. No puedo piratearme la música de alguien nuevo, salvo en el caso de los músicos que ahora están regalando su música online. Porque funciona así, porque a partir de la copia digital, la música grabada dejó de ser un objeto vendible, salvo a través de algo como Spotify. Respondiendo a la pregunta, algo que me gustaría poder decirles, así como fantaseando, sobre cómo podría ser un futuro utópico, sería un futuro donde nuestra tecnología nos permitiera acceder a todo lo que hay, sin restricciones.

Asistente: Ahora sí.

EAG: Viaje a las estrellas” era una serie de los sesenta, de cuando yo tenía doce años, que en los Estados Unidos en esa época fue una curiosidad. Ahora es objeto de culto esa serie, que era muy mala… la del Doctor Spock. El mundo de fondo de la serie era una Federación Terrestre, en el siglo XXIII, socialista, comunista…

Asistente: Todos compartían todo…

EAG: Sin dinero, sin propiedad, básicamente. Esto, en el año ’66, en los Estados Unidos.

Asistente: Eran milicos…

EAG: Eran milicos, pero no eran malos.

Asistente: ¡Eran malos!

EAG: De hecho, la actitud de la nave Enterprise es bastante imperialista, colonialista y la mar en coche.

Asistente: La primera directiva que hay es “No interferir”.


EAG: Salvo que se la pasan interfiriendo, pero como los demás son todos malos, no tienen más remedio que interferir. Pero además, las extraterrestres son todas tan lindas, que el capitán Kirk no tiene más remedio que levantárselas. (Risas). Pero el trasfondo era un mundo socialista.

MM: ¿Era Posadas el que decía que los marcianos tenían que ser comunistas porque si eran una sociedad avanzada tenía que ser así?

AT: En el marco de la ciencia ficción, y de adivinar el futuro, ¿a cuánto va a estar el dólar mañana? (Risas).

EAG: A mil. (Risas).

Asistente: Hablanos de esto. [Muestra un libro.]

EAG: Esto es El misterio del Planeta Mutante: un paseo por Camarjali. Es una novela publicada por Libros del Quirquincho, donde la editora era Graciela Montes, del año ’93.

MM: ¿Esta nueva edición está tocada?

EAG: No, muy poquito, apenas. Acá, Natalia Méndez me pidió que explicara mejor una cosa que no se entendía, y nada más. Natalia, que está ahí en el público, es la editora de esta versión del 2010, en Norma. Un paseo por Camarjali fue la primera novela corta que logré publicar en el año ’83 en la revista Parsec, a la manera de las revistas de ciencia ficción, que publicaban novelas en episodios, en tres partes. La mía salió así, en esa revista que hacían acá. Y no tuvo forma de libro.

Asistente: Perdón: ¿Como ciencia ficción para adultos?

EAG: Para adultos. Yo escribía para adultos, ni pensé que se podía escribir para chicos. Nada más lejos…

AJA: De hecho, cuando yo lo compré, ese libro ya estaba pensado para chicos, pero dentro del círculo de ciencia ficción se hablaba de que era un libro para adultos. Nunca me dijeron que era un libro para chicos.

EAG: Era para adultos, y tuvo un premio del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía, como mejor novela del año. Había como tres novelas publicadas. (Risas).
A principios de los ’90 yo trabajaba haciendo pasatiempos de matemática, acertijos, crucigramas y afines en Ediciones De Mente. Trabajé ahí dieciséis años. Estaba ahí, y me llamó Graciela Montes, porque me encontró a través de no sé quién (esos lazos que siempre se generan), porque quería publicar libros para chicos con acertijos, juegos de palabras y cosas así, y le parecía que yo podía hacerlos. Yo no tenía nada explícito, pero sí una especie de contrato de confidencialidad y de exclusividad con la editorial, y no podía. Entonces fui a hablar con Graciela, encantado de que me hubiera llamado y le dije que no podía hacer eso. Ni siquiera para chicos, porque no podía hacer nada que compitiera con la editorial. Pero que sí podía hacer alguna otra cosa. Y estuvimos hablando de qué hacía, qué tenía, y demás.
Salieron dos proyectos. Uno, le interesaba leer lo que tuviera escrito, entonces le llevé Un paseo por Camarjali, que era una novela adulta. Y otro, lo que después terminó siendo el Bichonario, que hice con Douglas Wright, un libro de humor creado especialmente para El Quirquincho, que fue un placer y una maravilla hacer. Graciela leyó en voz alta Un paseo por Camarjali, junto a su hijo que tenía once años en ese momento, y les gustó. El hijo seguramente porque se la leía ella. Y decidió publicarla como juvenil. Quien dice juvenil, en ese momento, piensa en doce, trece años. También era la época en la que Gustavo Bombini empezaba con su teoría de que la literatura juvenil no existe, que los jóvenes tienen que leer de todo.
Graciela la publicó como novela para chicos; yo no le cambié nada. Hubo, sí, un agregado, que quedó luego en la edición siguiente, que es esta primera página, que se titula “Quién cuenta esta historia”. Esto no estaba en la versión original. Porque hay una rareza, el narrador de esta novela es bastante experimental. Es un trío de personajes que habla todo el tiempo como nosotros. El narrador es el “nosotros” de los tres personajes. “Nosotros vamos, nosotros hacemos”. Pero nadie es “yo”. Fulano hace una cosa, Mengano hace otra y Zutano hace otra. Nunca hay un yo. Entonces, en “Quién cuenta esta historia”, me puse en autor de ciencia ficción, y le di una explicación a esto, diciendo que este narrador funciona como el narrador en los trabajos científicos. Cuando una investigación tiene varios autores, hablan así. Está escrito en “nosotros”. Dicen “uno de nosotros, el doctor tal, hizo tal o tal cosa”. Y “el doctor tal hizo tal otra”. Esos son los dos autores, un nosotros pero no un yo. De hecho, lo pensé así. Y bueno, lo expliqué a pedido de Graciela para que esa cosa tan rara se allanara.

AJA: ¿Quién te publicó en Parsec?

EAG: Era Sergio Gaut vel Hartmann, que en esa época hacía cosas hacía revistas y hacía cosas buenas. El dueño de Parsec era Daniel Mourelle, de Filofalsía, Clepsidra… Una editorial independiente que publicó mi segundo libro. En esa época no había “print on demand”, pero igual hizo en su momento trescientos ejemplares de un libro mío que en realidad es un juego literario para resolver. Hay que ir buscando hasta encontrar una solución. Se llama Días de fuga de la prisión multiplicada. Fue mi segundo libro publicado, y lo publicó Mourelle.
Bueno, esto de Graciela me embaló muchísimo para hacer cosas y para escribir para chicos. Lo que hice (lo cuento aunque me voy un poco de la pregunta), es que en el año ’92 me puse a escribir deliberadamente más novelas juveniles. Escribí dos. Y como justo viajé a España, dejé el material en varias editoriales de allá. No pasó nada, salvo que en su momento SM escribió que les interesaba una de las dos, pero si en vez de ochenta páginas tuviera ciento cuarenta, y en cierta parte la “alivianaba” un poco.

MM: Era otra cosa…

EAG: Quizás podría haberlo hecho, pero yo no tenía ganas de trabajar en la escritura en ese momento. Estaba en otro tema. No estaba metido en lo de escribir como profesión. Entonces les dije que no. Aparte, era todo muy lento, porque era todo por correo. Hablamos de principios de los ’90. Quedó en la nada. Y yo jamás me moví mucho; dejé de escribir libros, dejé de ocuparme del tema, no hice más nada. De esas dos novelitas que escribí, una terminó saliendo, pero también porque me pidieron algo, en Santillana, por el año ’96. Era Monstruos por el borde del mundo, que no se vendió nada. A los cinco años se descatalogó y quedó ahí, hasta que volvió a salir en Edelvives, hacia el 2012. De la otra que escribí en el año ’92, que era la que había interesado a SM, no me ocupé más, hasta que terminó saliendo en el año 2007, quince años más tarde, en Comunicarte, y es Quiero escapar de Brigitte.

Asistente: Hay esperanza…

EAG: Hay esperanza. La otra que les decía, Juicio a las diez, está inédita. Yo tuve un recorrido muy irregular, me dediqué a otras cosas, escribí otras cosas, me fui de Ediciones de Mente e hice pasatiempos con Douglas, el otro autor del Bichonario. Salieron algunas de esas cosas en Libros del Quirquincho cuando la editora era Adela Basch, cosas para la revista AZ Diez, una historieta hicimos con Douglas para esa revista, cosas que salieron más tarde en Atlántida… No seguí escribiendo narrativa. Me metí a escribir un blog, me dediqué muchísimo a los blogs a partir del 2002, y después me dediqué mucho a proyectos en la web. Volví a escribir, concentrado en escribir para chicos a partir del 2009 o algo así, una cosa bastante irregular. Por eso tampoco son tantos los libros que tengo. Me ocupé de otras cuestiones.
En todo lo que contesto me extiendo mucho. Tengan cuidado con lo que preguntan. (Risas).

MM: Tenían tarea. ¿Quién tiene otra pregunta?

AJA: Yo quería preguntarte, dentro de la ciencia ficción hay una parte que es la de literatura fantástica. Y no sé… o no quiero estar de acuerdo. Me parece que decir que la ciencia ficción es parte de la literatura fantástica es quitarle autonomía a la ciencia ficción. Porque hay cosas que escapan a eso. Si yo pienso en los cuentos de Bestiario, de Julio Cortázar, es literatura fantástica, no lo dudo. Sin embargo me cuesta, a pesar de que vos nombraste Historias de cronopios y de famas, me parece que ahí hay una línea clara con Minotauro y El Péndulo, pero hay otra línea que me parece que se perdió, o que sigue otra línea. Yo estoy más en la línea de El Péndulo, que es la que recorrí. Sin embargo, pensando un poco, me parece que es una línea que se perdió y que es la que tiene más autonomía dentro de la ciencia ficción, más allá de Oesterheld. Quería, si se puede, desarrollarlo un poco más. Me parece que hay escritores fantásticos culposos, que entonces hacen cierto realismo o siguen una lógica que no es la de los cuentos fantásticos. O quizá son escritores realistas…

EAG: Cuando vos hablás de una línea distinta que se perdió, ¿te referís a temáticas? ¿A formas de encararlo?

AJA: Quizá como literatura popular de un mundo, con una idea de verosímil un poco más fuerte. Hay una lógica, un verosímil, aun en los escritores más delirantes, que no son los mismos que en lo fantástico. Como Philip Dick…

EAG: Por ejemplo, Oesterheld, El eternauta, es claramente popular. Fuertemente. Y no tiene nada de ciencia. Ni lo pretendía. Lo que sí tiene, y es muy fuerte para nosotros, es que ocurre acá. Reconocer Buenos Aires, ver la cancha de River… Hay que pensar que este efecto lo tienen los habitantes de Nueva York con la ciencia ficción tradicional. Nosotros no lo vivimos del mismo modo porque no vivimos en Nueva York. Pero esto que hizo Oesterheld con Buenos Aires, otros lo hicieron con otros lados. Por otra parte, es claramente una corriente popular que sobrevive en la historieta, y que sobrevive en los libros, pero fue cambiando el eje. Cuando yo era chico, adolescente, joven, salían libritos populares en los kioscos, que los que leíamos libros “serios” mirábamos de lejos, como se miraba a la historieta. Eran libritos chiquitos, berretas, de kiosco. Bruguera tenía una colección. Como los de Corín Tellado, y los de vaqueros, también había de ciencia ficción. Estaban las románticas, las policiales, las de vaqueros y las de ciencia ficción. Entraban en cualquier bolsillo y eran una literatura popular. Eso desapareció de los kioscos, como tanta otra cosa. No podría poner fecha pero diría que en los ’80 eso ya dejó de existir.

Asistente: Y en la literatura infantil estaban los “Bolsillito”.

EAG: No había tanta literatura infantil.

Asistente: La editorial Abril hizo algo con “Chiquilibros”, o algo así.

EAG: Abril publicaba mucho, sí.

Asistente: Estaban los que venían troquelados.

EAG: De los troquelados no me acuerdo.

Asistente: Eran de Sigmar.

EAG: Eso no lo conocí, no lo vi. No estaba muy al tanto de los libros para chicos cuando era chico, y después de adolescente y en mis veintipico. Lo que existía como muy popular en la literatura, era eso. Y después fue sustituido por las sagas fantásticas. El material escrito perdió interés, o perdió público, o no sé qué pasó, pero desapareció ese nivel de popularidad en la ciencia ficción, y apareció lo fantástico. Harry Potter, por ejemplo. Que es un fenómeno comercial popular inmenso. Terminó de imponer algo que ya venía pero a lo que Harry Potter le dio la forma final, que es la saga. Y terminó de imponer una temática. Entonces está la línea juvenil, heredera de Harry Potter y de otras fantasías, que son muy populares y masivas, y está la línea no juvenil de sagas, que pueden ser más o menos masivas, que van en un terreno muy amplio: La Saga de los Confines de Bodoc, por un lado, y Juego de Tronos por otro.


Asistente: Vos nombraste Los juegos del hambre, y eso es ciencia ficción.

EAG: Claramente. Los juegos del hambre es una rareza, porque no abundan las sagas claramente de ciencia ficción como esa. Apuntan mucho más a la construcción de un mundo fantástico, si uno se pone a separar. Salvo otras que hay, que yo no leí porque no me atraen tanto…

MM: ¿La saga de Ender?

EAG: La Saga de Ender es muy de ciencia ficción.  Y ya no es tan contemporánea, empezó creo que en los ’80.

AT: En literatura juvenil popular, ahora Clarín reeditó a Salgari. Toda la saga de Sandokán.

EAG: Siguen acudiendo a lo mismo. Sería bueno que acá se pudieran escribir cosas así, populares y bien escritas, que hubiera un lugar para eso, pero realmente no lo hay.

Asistente: Igual, lo de lo popular yo lo decía más pensando en esa época. Pensaba más en si había cierta autonomía de la ciencia ficción para tener un terreno propio, y para no ser subsidiaria de la fantasía. No sé si hablar de ficción especulativa, para poner otro nombre. La fantasía no especula. Crea un mundo, y no lo explica mucho.

EAG: Sí, hace una mezcla muy curiosa. Tenés razón con que la fantasía en general no trata de explicar. Una buena parte de la ciencia ficción, tampoco. Pero sí en la ciencia ficción tradicional, en los que la leíamos, hay un espíritu de grupo separado muy notable, que se sale de la línea del resto. Entiendo que lo plantees. A mí me pasó leyendo ciencia ficción, y no quería otra cosa. Me parecía muy central. Medio que me fue sacando de la manito, de a poco, gente como Porrúa, que publicaba cosas que iban para otro lado, o Marcial Souto, en El Péndulo. De hecho, yo empecé a escribir muy ciencia ficción pero no explicaba nada. Un paseo por Camarjali, primero o El fondo del pozo, después, son novelas en las que no se explica lo que pasa, hay mucha ambigüedad, se va describiendo a los personajes que investigan, quieren entender. De hecho, es el eje en ambas novelas. Quieren entender lo que pasa y no lo logran, no se explica. Lo que parece después una explicación y un final, no lo es. Es una especie de subversión… A ver, Kim Stanley Robinson, en los ’90, en Marte Rojo, explica. Lo hace magistralmente, es una cosa espléndida. Acá las cosas se explican, tienen motivos y se entienden. Hay motivos racionales, es un mundo explicado. De hecho, Robinson se caracteriza porque en sus novelas sobre el futuro pone años específicos. Y habla de la situación del cambio climático en ese año específico. Creo que es en el segundo de los libros, en Marte Verde, que algunos de los que se fueron a vivir a Marte logran volver a la Tierra de visita años después, y una cosa que ven, (esto es más o menos en el año 2100)…

AJA: Es en Marte Azul

EAG: En Marte Azul, entonces, aparece un Londres en el que hay seis metros de agua en las calles. Y tiene otras novelas en las que desarrolla mucho más eso. Robinson es muy claramente un autor de ciencia ficción no contaminado.

AJA: Yo tenía entendido que formaba parte del equipo de asesores presidenciales de los Estados Unidos.

EAG: Mirá… No sabía eso. Sí sabía que estuvo en la NASA muchos años. Es un tipo muy de izquierda, Robinson, muy socialista. Muy a la izquierda de cualquier mainstream en los Estados Unidos. Así que no sé lo de su rol de asesor del gobierno. No de este…

AJA: No, del anterior.

Asistente: Vania y los planetas, para vos, ¿es lo que está más cerca de la ciencia ficción, o es de lo que está más lejos?

EAG: Muy buena forma de decirlo… Las dos cosas, me encanta esa mirada. Si vos le hacés caso a todo lo subjetivo de la novela, es ciencia ficción de una, y de hecho me divertí escribiendo la ciencia ficción de esa novela. Al final, por ejemplo, me divertí mucho haciendo la explicación de cómo funciona esa nave espacial. El leve problema que hay es que no sabemos si todo eso es cierto. (Risas). Salís de lo subjetivo y no es ciencia ficción, pero es. Yo viví sumergido en la ciencia ficción. Mi adolescencia, buena parte de mi infancia estuve así. La ciencia ficción es lo que soy. Yo sé que el mundo no es eso. Vania y los planetas es la novela mía que más quiero. Lejos. Después de escribirla sentí que era lo que quería escribir. Soy yo de chico, mirando este mundo desesperante, todo horrible, y con la cabeza llena de ciencia ficción, que es el universo que vale la pena. Y con la posibilidad que se abre al final de que a lo mejor hay un futuro así. Ojalá fuera así la vida en realidad, porque es lo que vos decís, es la más cercana y la más lejana. Es una novela en la que me encontré reconociendo que la ciencia ficción podía ser puramente subjetiva, podía no responder para nada a la realidad aunque yo la creyera como chico.

MM: Marcelo tiene una…

Marcelo: ¿Usted en El fondo del pozo pensó en La Divina Comedia?

EAG: No. Ni idea, no la leí. Sí, bajan una escalera interminable dos días… Uno puede pensar que ese es un descenso al infierno, de hecho lo es. Bajan y bajan y bajan… es un descenso al infierno, pero yo solo conozco la expresión como la conocemos culturalmente. “El descenso al Infierno”, es un cliché lingüístico, pero no leí a Dante, ni idea. Sé lo que sabemos por leer un artículo de Wikipedia, digamos.

Asistente: Hay algunas cosas, alguna situación…

EAG: Decímelas… Si lo plagié al Dante… (Risas). Es bueno ligar las dos cosas. Por ahí, tendría que leerlo. Me despertaste una duda grande en la cabeza.

Asistente: ¿Qué recomendaciones podrías dar, cuáles son los riesgos del tópico? Viste que los géneros suelen tener ciertos tópicos en los cuales cuando uno empieza a escribir suele caer rápidamente. Por eso te pregunto qué tópicos dirías que hay que descartar.

EAG: Es difícil hacer una lista. No sé cómo contestar, pero, por ejemplo, una cosa que ya cansó es la lucha contra las máquinas, “el robot que se vuelve contra su dueño”. Eso cansa, si uno agarra un tema así es obvio que hay que tratarlo de otra forma. Igual… Uno mira la historia de La guerra de las galaxias, y en general, lo que está haciendo Hollywood, el Bien contra el Mal, de la manera más clásica imaginable. Y ahí, lo que funciona son los efectos especiales, por supuesto, y el drama personal; la resistencia, por ejemplo, es un tema clásico maravilloso. Es tópico, sí, claro. Y uno puede escribir una vez más una distopía del futuro, donde hay núcleos que resisten al invasor extraterrestre, al Mal. En Los juegos del hambre hay una resistencia, llamada así, además, de la Capital contra los dictadores. Es un tema súper clásico, y es el mismo a lo largo del tiempo. ¿Es un tópico a evitar o no? Porque siempre hay una mirada nueva. Más que la idea, es la expresión de la idea lo que importa.

Asistente: Me acordé porque te escuché, de una cosa tuya que encontré en internet…

EAG: Si está en internet, es cierto. (Risas).

Asistente: Hablabas un poco de que no se trata de hablar de otros mundos, sino de hablar de este.

EAG: Por ahí exageré, no sé, es una forma de decir. Hay una frase que me encanta que es de Paul Eluard, el poeta, que no la dijo por la ciencia ficción, pero aplica, que fue: “Hay otros mundos, pero están en este”. Es una gran frase. Con el tiempo, yo fui cambiando de idea sobre la ciencia ficción. En épocas de este libro [La ciencia ficción en Argentina, antología de Marcial Souto, Eudeba], si miran estas preguntas, yo contesté un delirio en el que creía en esa época: que la ciencia ficción es una especie de generalización de la literatura. Como si la literatura fuera un punto y la ciencia ficción fuera la recta. Porque no se limita a describir nuestro mundo, como todo lo demás, sino que inventa otros mundos. Ahora pienso que esa es una lectura superficial, que obviamente esa es una lectura juvenil. Obviamente siempre es el mismo mundo, porque somos nosotros los que hablamos. En el medio leí otras cosas, y ahora pienso que hay otros mundos pero están en este. No hay manera de describir algo que no sea humano. Siempre se valoró mucho, en la ciencia ficción, a la gente que podía elaborar otros mundos de manera muy diferente, como que realmente escribían otra cosa. Pienso por ejemplo en Jerry Pournelle, que no me acuerdo con quién escribía, en unas novelas de los ’70, que inventaron una civilización en un planeta… Era muy original lo que decían, y uno lo lee y sigue siendo profundamente humano. Mucho más allá de eso, Stapledon, al que nombré antes, cuenta en El hacedor de estrellas, una novela de 1930, la historia de un tipo que se trepa a la colina que está cerca de su  casa, una noche estrellada, se acuesta, mira hacia arriba y tiene una visión, le ocurre algo, empieza como a levitar, viaja por el espacio y llega a otro planeta que es como otra Tierra. Tiene semejanzas con la nuestra pero es una civilización distinta, es muy descriptivo todo, no hay un argumento, salvo este viaje, cuenta cómo es que aprende de esa otra Tierra, y de pronto se separa de ahí y va a un lugar más distante, y cuanto más se aleja, más distinto de la Tierra es. Encuentra civilizaciones más diferentes, más raras. Hacia el final del libro, después de haber pasado por cosas cada vez más extrañas (es un ejercicio de imaginación notable), termina hablando de la inteligencia de las estrellas, que se comunican entre sí. Y cuando termina, al final, llega a una luz deslumbrante, a tener una visión más bien remota de lo que puede ser un dios. Y vuelve a la Tierra. Fin. Eso es todo. El ejercicio es alejarse cada vez más, ser cada vez más remoto. Y lo logra, pero en términos humanos.
Con respecto a los extraterrestres, hay una cantidad de clichés como con respecto a cualquier cosa: el enanito verde, el plato volador que baja, la luz que chupa a alguien. Y así con muchas cosas, incluso las más elaboradas, intelectuales y extrañas también son profundamente humanas. Los extraterrestres más raros que vi no son más raros que los nativos de Borneo. Al contrario. Sorprenden más los nativos de Borneo, incluso, porque no tienen raíz en la misma cultura. Esas tribus que todavía están aisladas entre montañas en un valle perdido. Son tan distintos, pero tan distintos, que yo siento más cercano el último lugar que visitó el personaje de Stapledon, que es de nuestra misma cultura; es europeo en definitiva…

MM: ¿Sabés en cuál de los que yo leí me parece el mundo más diferente? Invierno, el de Ursula K. Le Guin en La mano izquierda de la oscuridad. Pero no por el hermafroditismo, sino porque logra sacar el eje de lo que somos. No hay deseo sexual, entonces el enviado no entiende.

EAG: Es muy sorprendente La mano izquierda de la oscuridad. Muy sorprendente. También, curiosamente, es muy humana. Las emociones son intensas, y todas muy reconocibles.

MM: Pero no se guían por las mismas ideas. Los guía el Shifgredor, esa idea de prestigio o algo así que Genli Ai no puede entender…

EAG: Es verdad.

AJA: Hay algo de eso que mencionabas recién, de lo que hizo Chiang, de lo difícil de hacer extraterrestres que no se parecen en nada. Siempre necesitás un reflejo humano en esos personajes extraterrestres, que va a ser incomprensible salvo para los ojos de un humano.

EAG: Fíjense que, de lo que hizo Ted Chiang, el aspecto más extraño de los extraterrestres es que en ningún momento explican o justifican qué están haciendo acá, y por qué se comportan así. En la película Arrival, que es muy buena, eso se ve. Pero se ve mucho más en el texto de Chiang. Es una novela corta, y los extraterrestres hacen cosas realmente sin sentido. Son sin sentido para nosotros, para empezar. ¿Y quién las inventó? Un humano. Inventó cosas para las que él no tiene explicación, que son comparativamente fáciles de inventar. Está muy bien usado, no lo estoy criticando. El truco se puede hacer cuando no explicás. El truco es fácil, yo lo hago todo el tiempo; yo, que no explico nada…

AJA: Pasan un montón de cosas que no se entienden…

EAG: A ver, Las sirenas del Titán también es muy creativo en como ocurren las cosas. Uno piensa que ese es un mundo que no tiene nada que ver con lo conocido. Te hace un personaje que se mueve en el tiempo, pero atraviesa la realidad, en ciertos momentos, de modo muy loco. Les voy a spoilear el final, porque vale la pena, igual se puede leer. Al final, lo que sucede es que nuestro personaje llega a Titán, donde hay un robot extraterrestre, y resulta que toda la historia de la Humanidad fue provocada a distancia por el planeta de ese robot, para que finalmente este personaje le llevara una piecita de metal, la parte con la que se abre una lata o algo por el estilo, que es exactamente el repuesto que necesita para arreglar su nave. La única manera que tenía de conseguirlo era generar una humanidad que terminara llegando a Titán y llevándole esa piecita.

AJA: Es maravilloso, pero no tiene un sentido humorístico…

EAG:
No, es trágico. Cuando llegás ahí, no te reís.

AJA: En ese sentido, con lo humorístico en las sagas es una cosa muy parecida…

EAG: Sí, ahí hace cosas extremadamente raras para nosotros pero humanas también…


Asistente: Ante lo de la incomprensión absoluta, pensaba en Solaris. Si se piensa en un humano que interpreta, en Solaris no es posible…

EAG: No sé si leyeron o vieron Solaris. Hay una expedición científica a otro planeta distante, donde hay una especie de océano. Y la gente que está en esa base, en medio de ese océano, tiene alucinaciones y vive cosas muy raras. Los visitan parientes y personas muertas, pero son reales. Es todo catastrófico, es una cosa terrible. Finalmente ese océano es una entidad inteligente extraterrestre, que actúa quién sabe cómo y por qué, haciendo quien sabe qué cosas a los humanos, y uno se queda… ¿Qué es esto, qué vi, me abrieron la puerta a dónde? Lem era muy extremo en esas cosas, y era un escritor espléndido.

MM: Cómico a veces.

EAG: Cómico a veces, sí. No en este libro, que es muy terrible. Pero una vez más, el truco, que lo confieso porque lo uso permanentemente, es no explicar. Vos enunciás algo y no lo explicás… así es fácil inventarlo.

Asistente: Los motivos están ocultos… Si vos lo supieras sería humano por definición.

EAG: Sería humano. Cuando hay explicaciones al final de las series de libros, de las sagas y esas cosas, arruinan todo. Tengo varias experiencias con eso. Hay una serie, lo que sería una saga, pero de hace cuarenta años, de Philip José Farmer, un escritor que amamos todos los que leíamos en esa época, y que después se perdió de vista. Murió hace unos años y es como que a nadie le interesa más Philip José Farmer, que en ese momento era un escritor de culto. Escribió un libro del cual luego hizo continuaciones, que se llamaba A vuestros cuerpos dispersos, que es un verso de un poema de no recuerdo quién. En el libro, la humanidad entera, de todas las épocas, despierta entremezclada, en las orillas de un río aparentemente infinito. Los personajes centrales de la novela (y de su continuación, que también fue espléndida)… uno es Mark Twain, pero como Sam Clemens, el hombre que fue Mark Twain actuando como Samuel Clemens que organiza a la gente. Están desnudos, les dan una especie de cilindro donde hay comida, y con los elementos que encuentran ahí, dirigidos por Sam Clemens empiezan a hacer un barco para navegar en el río. En el primero de los libros, el protagonista es Richard Burton que no es el actor sino un explorador de África, real, del siglo XIX. Farmer lo revive y lo pone como un tipo que activamente busca entender qué está pasando ahí, qué es eso. Farmer inventó la matrix antes de Matrix. La novela empieza cuando este Richard Burton despierta atrapado en una especie de red, de grilla de humanos desnudos en grandes hileras. Matrix. Y después vuelve a dormirse. Y se despierta en el río. Entonces se pregunta quién armó eso, qué pasó. Esa visión de la Matrix le hace pensar que tiene que haber una explicación, que tiene que haber alguien que hizo eso. Y se pone a recorrer el río. Descubre que la mejor manera de explorar ese río es en el Expreso del Suicidio. Si se tira al río y se ahoga, despierta de nuevo en otro lugar. Al azar, aparentemente. Distante, entre otra gente. Lo hace de forma continua y así va aprendiendo. La primera novela es maravillosa. La segunda, donde aparece Samuel Clemens, también. Y en ninguna de las dos explica nada, es eso. La tercera no es tan buena, pero sigue sin explicar nada… Son cinco o seis. En la última, al final, encuentran a los extraterrestres que hicieron todo eso como experimento para ver qué pasaría con una raza (dice raza, no especie, como correspondería). Es una basura. ¿Por qué me lo arruinó así? Lo leí para disfrutar de todo lo anterior, eso es una desgracia.

Asistente: En Cita con Rama pasa algo parecido.

EAG: Cita con Rama es un buen ejemplo también. Es una genialidad de Clarke, el autor de 2001 y de El fin de la infancia, y Cita con Rama es impecable. Se detecta un objeto en el espacio, que tiene toda la pinta de ser una cosa artificial. Se arma una expedición para ver qué es, y efectivamente es una construcción artificial cerrada, que tiene varios kilómetros de longitud y varios de ancho, una especie de cilindro. Y la novela es llegar ahí, entrar y describir lo que encuentran adentro. Adentro no hay seres vivos pero sí robots, máquinas que se mueven, hay unos banquitos que caminan girando sobre sus tres patas, y todo es en tercetos, todo es por tres. El número tres domina todo lo que hay ahí adentro. Logró meter de las formas más inverosímiles el número tres en cada una de las cosas que se ven. La novela transcurre con mucho drama entre quienes exploran ese lugar, las cosas que pasan, si van o no van a poder desviarlo para no estrellarse en el sol… Finalmente logran salir de ahí, eso sigue su ruta, no se estrella en el sol, y vuelven a la Tierra. Se encienden de vuelta las cosas, se vuelven y eso sigue su viaje.

Asistente: Ahí tendría que haber terminado.

EAG: Bueno, pero hay una genialidad. La frase final de Cita con Rama dice “Ah, pero quienes lo construyeron hacen todo por tres”. Te da a entender que van a venir dos más. Pero no dice nada más.

Asistente: Y no creo que Clarke lo haya pensado.

EAG: Yo tampoco, creo que es un giro, al final, que se le ocurrió y lo puso. Es una frase. Y es una genialidad. Y a todos nos encantó. Después hubo una segunda parte, una tercera, una cuarta pero que ya no escribió Clarke. Aparecen otros personajes, y como siempre, terminan llegando a ese centro galáctico donde están los extraterrestres. Los que hicieron todo. Y una vez que se explica, se pierde toda la gracia. Se acabó. Es muy raro que la explicación contenga la gracia de la cosa.

Asistente: Pero en ese mundo hay una coherencia que es muy racional.

Asistente: El tres es un número mágico.

EAG: Es muy brillante eso de Clarke. Fue una pena que aceptara esas continuaciones, que no escribió él, y que terminan achatando todo. Esa es la pena.

MM: Eduardo, tenemos que terminar, una lástima. Me parece que lo menos que se merece nuestro invitado es un aplauso. Nos has dado una clase, realmente. Buenísima.

EAG: Gracias a ustedes por darme la oportunidad de hablar de estas cosas que me encantan, y que me escuchen. Yo soñaba con esto, toda la vida. El sueño del pibe. Glorioso.

APLAUSO

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