Lecturas sobre Max

En el marco del Laboratorio de análisis y producción de LIJ, dentro del mes que le dedicamos a los temas de la identidad y la memoria, seguimos produciendo obras críticas. Esta, de Natacha Goransky, es un hallazgo.



Por Natacha Goransky*

Me pregunto si la moral se puede enseñar. Me pregunto también si la literatura, las series, o el cine se han vuelto los principales ámbitos en los que aprendemos a pensar sobre el bien y el mal.
Por medio una fascinante trama, Max –una novela dirigida al público juvenil– nos despierta cientos de interrogantes y a la vez nos brinda una gran clase de historia. Es más, nos permite sumergirnos en la Europa de los años treinta y cuarenta.
La autora logra un imposible: que, como lectores, aceptemos a un narrador adoctrinado por el nazismo. Un narrador cruel que tiene un discurso articulado desde que está dentro de la panza de su madre, que continúa contándonos su historia como bebé y después como niño. El ser testigos de lo que Max piensa y ve, y de sus acciones, nos lleva a percibir la lógica nazi desde adentro. Max, un denominado, “niño del futuro”, un “ario puro”, es producto del Proyecto Lebensborn; un programa creado por el gobierno alemán para aumentar el crecimiento de la población considerada de raza superior.
El libro incluye secciones de discursos de autoridades, canciones, frases de carteles para aprender de memoria, hasta ejercicios matemáticos “racistas”. Todo esto nos hace notar que el adoctrinamiento no daba tregua; y que argumentos delirantes eran constantemente presentados como una única verdad.
Uno de los problemas matemáticos dice así: “Por su cumpleaños, la madre de Helmut ha pedido un pastel. Si durante la noche los judíos saquean la pastelería y roban tres cuartos del pastel: ¿Cuánto pastel quedará para la fiesta de Helmut?”
A medida que Max crece y transita por situaciones complejas, se va dando cuenta de que la lógica con la que se crió no se condice con la realidad. Esa lógica termina por desplomarse cuando forma amistad con Lukas, un chico polaco al que los nazis raptaron para “germanizarlo” y luego entrenarlo como soldado. Lukas y Max comparten un secreto y esto los hermana.
Lo llamativo de esta historia es que Max nos cuenta de una manera atrapante, no solo el infierno por el que deben pasar las víctimas del régimen nazi, sino también la vida llena de carencias, violencia y maltrato que se vive dentro de la misma estructura del movimiento, donde el abuso de poder está presente en todas las relaciones. La bondad no es considerada una virtud sino una señal de debilidad.
Max nos hace parte del ritual de escuchar los discursos políticos por la radio, nos transmite la satisfacción que produce la destrucción ejercida cumpliendo órdenes, o en grupo, donde nadie es responsable de lo que sucede. Hay una escena en la que nos volvemos testigos de una gigantesca quema de libros llevada a cabo por niños y adolescentes mientras cantan y bailan.
Al acercarse el fin de la guerra, vemos una Alemania destruida. Percibimos el nivel de sufrimiento, hambre y desolación que cargan los que lograron sobrevivir; aparte del terror que sienten ante la inminente llegada de los rusos.
Al final del libro, en un apartado, la autora aclara que la novela está inspirada en hechos reales. Entre otros datos que menciona, nos cuenta que del Programa Lebernsborn nacieron más de 16.000 niños y que fueron más de 200.000 los niños raptados y trasladados a Alemania para ser “germanizados”. Los nombres de las autoridades políticas y militares, de los doctores y los directores de las instituciones que aparecen en esta historia son reales.
A pesar de lo difícil y a veces lúgubre de la temática, Max es una novela atrapante, imprescindible de leer para aprender sobre el pasado, reflexionar sobre la naturaleza del ser humano, sobre nuestros valores, y sobre los valores que sostiene nuestra sociedad.
Este libro nos da una clase magistral sobre los peligros que presentan los gobiernos autoritarios, la política transformada en religión y el fanatismo.

Reflexión extra

A partir de leer Max, comencé a preguntarme cuánto puede enseñarnos leer ficción basada en hechos reales y cuán importante es que sepamos sobre historia. También pensé sobre la diferencia de leer sobre el pasado como un ritual de memoria en honor los que sufrieron y a los que no ya están, o leer como ejercicio para analizar lo que pasó.
Cuando me enseñaron historia en la escuela hubo mucho que falló. Las fechas, números y apellidos se amontonaban en forma caótica y todo se trataba de manera superficial. Jamás leímos un documento o una carta original de la época que estábamos estudiando. Como casi no había conocimiento, tampoco había reflexión.
Nunca llegamos a imaginar lo que significaron en su tiempo ciertos episodios de la historia, ni como repercutieron en la vida de la gente común.
A través de este libro aprendí sobre la ideología nazi, específicamente sobre el programa Lebernsborn y sobre un tema que desconocía: el secuestro y “germanización” de niños de los países ocupados. Me sorprendí al darme cuenta que los nazis consideraban que el cambio de identidad (los arrancaban de sus familias, les cambiaban el nombre, no les permitían hablar en un idioma que no fuese el alemán, les enseñaban a despreciar su cultura de origen, etc.), era en beneficio de los mismos chicos.
Por otro lado, creo que, cuando uno tiene una formación teórica básica como es mi caso, tendemos a simplificar. Separamos el mundo entre buenos y malos, y sólo registramos los hechos más estremecedores o los más resonantes. Esto termina invisibilizando a los que tienen menos impacto, o los que incomoda que salgan a la luz.
Las cifras gigantescas de judíos asesinados en manos de los nazis, nos hace no tener tan presente el asesinato en masa de homosexuales, de gitanos, de discapacitados, de enfermos psiquiátricos y de disidentes políticos.
Una de las maravillas de la época en que vivimos es que cuando un libro abre un interrogante, Internet nos da la posibilidad de entrar a investigar.
Leer Max por segunda vez me llevó a buscar información sobre un tema que, por cuestiones familiares, siempre me interesó: ¿cuál fue la postura de Argentina ante a los nazis que huían de Europa al terminar la guerra?
Está probado que el gobierno argentino, en colaboración con la Cruz Roja y el Vaticano le dio refugio a alrededor de 10.0000 nazis, incluidos entre ellos criminales de guerra como Adolf Eichmann (quien organizó la logística de los campos de concentración y de exterminio), Joseph Menguele (doctor que hacía experimentos con humanos en Auschwitz), o Erich Priebke (miembro de las SS y responsable de la muerte de cientos de civiles en Italia).
De lo que poco se habla es que el gobierno argentino también le dio refugio a alrededor de 7.000 miembros del Ustasha, el partido ultranacionalista que gobernó Croacia de 1941 a 1945. Las masacres que cometieron los ustashas son consideradas aún más brutales que las de los nazis, por la forma en que fueron perpetradas.
Varios criminales de guerra ustashas no solo consiguieron ingresar a la Argentina, sino que fueron protegidos por el estado y trabajaron para él. Ante Pavelic, el dictador croata fue responsable de la muerte de más de 500.000 personas. Buscó refugio en Argentina y fue protegido por la iglesia y por el primer y segundo gobierno de Perón; mientras desde Europa llegaban pedidos de extradición. 
¿Qué repercusión tiene tanta vieja historia en el presente? Aquí va un ejemplo: Dinko Sakic fue jefe del mayor campo de concentración croata, estuvo refugiado en la Argentina desde 1947. Se cree que este mismo personaje fue uno de los intermediarios del contrabando de armas a Croacia durante la guerra de los Balcanes. Siempre usó su nombre real y recién en 1998, tras una investigación de un canal de televisión que expuso su historia, Sakic fue extraditado a Croacia donde fue condenado por sus crímenes. Murió en la cárcel en el 2008.
Hace un par de semanas los principales responsables del contrabando de armas a Croacia fueron absueltos.
La historia continúa.

*Natacha Goransky es ilustradora. Ha colaborado en distintos proyectos con Bibliotecas para armar y es asidua concurrente de los encuentros con autores en La nube, así como del Laboratorio de análisis y producción de literatura infantil y juvenil. Es también, como se ve, una lúcida lectora.


Max
Sarah Cohen-Scali
Seix Barral 2014
Gallimard Jeunesse 2012


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