Marco Denevi: la paradoja de ser un “autor excepcional” y al mismo tiempo ignorado

Se cumplen cien años del nacimiento del escritor de “Rosaura a las diez” y “Ceremonia secreta”, textos leídos por años en escuelas secundarias, que fueron al cine y el teatro; sin homenajes ni reediciones, el recuerdo y el reconocimiento en la voz de profesores y autores.

Marco Denevi nació en Sáenz Peña en 1922De Desconocido - revista pajaro de fuego nro 29 sept 1980, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44451820





Escribió su primera novela, la celebrada Rosaura a las diez, cuando era empleado en la Caja Nacional de Ahorro Postal. Con ella, obtuvo el Premio Kraft en 1955 y se convirtió en un éxito de ventas. Mario Soffici la llevó a la pantalla grande en 1958, con la bella Susana Campos y Juan Verdaguer en el papel de Camilo Canegato. “No sabía que iba a ser escritor -declaró Marco Denevi-. Yo leía a Borges, y lo admiraba mucho, y una vez leyendo una frasecita de él que dice que con Bioy Casares discutían si era posible escribir una historia en la cual bajo una apariencia trivial se escondiera una historia atroz, empecé a imaginarla. Ya tenía en mente la idea de Canegato con Rosaura, pero era apenas una idea para un cuento. Y en esos día leí en el diario Noticias Gráficas que había un concurso de novelas con 30.000 pesos de premio. Era el año 54 y en ese entonces me dije que esa idea de Canegato y Rosaura podía ser una novela. Yo acababa de leer acababa de leer La piedra lunar, de Wilkie Collins, y le copié la técnica. La verdad que se la copié completamente: todas esas versiones sucesivas que terminan con una revelación final”. Hoy se conmemora el centenario del nacimiento de Denevi.

Marco Denevi fue novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista y articulista en LA NACION

En 1957 ganó el Premio Nacional con su comedia Los expedientes, estrenada el mismo año en el Teatro Cervantes. Y su novela corta Ceremonia secreta obtuvo el Primer Premio de la revista Life en castellano e inspiró el film homónimo de Joseph Losey, con Elizabeth Taylor, Mia Farrow y Robert Mitchum. Las novelas y cuentos de Denevi, además, fueron leídas por años en la escuela secundaria, lo que en parte condenó la literatura de este autor a un “proceso de escolarización” y acaso de pasteurización, como observa Facundo Nieto en Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas. Varios autores coinciden en que la crítica académica aún no ha abordado de modo exhaustivo la obra de Denevi.

Tres clásicos de Denevi: "Rosaura a las diez", "Ceremonia secreta" y "Los asesinos de los días de fiesta"

La novela Los asesinos de los días de fiesta -que tuvo varias reescrituras desde su lanzamiento en 1972 y está narrada en primera persona del plural- tiene como protagonistas a seis hermanos que concurren a diversos velorios con fines non sanctos hasta que se instalan en una mansión ajena. Días atrás, se estrenó la adaptación teatral de esta novela, a cargo del dramaturgo Hernán Costa y el director Marcelo Velázquez. También fue llevada al cine por el director italiano Damiano Damiani, con la actuación de Carmen Maura. Las veladuras, máscaras e iniciaciones rituales de seres disminuidos pueblan la obra del autor. En Enciclopedia secreta de una familia argentina, creó a los Argento, mezcla de tilingos y guarangos (como la familia de Casados con hijos). Otra gran novela suya también está ambientada en una casona señorial: Música de amor perdido, de 1990. En Falsificaciones, de 1966, adjudicó textos breves y apócrifos a autores como Kafka, Nietzsche y Denevi, y a otros inventados. Además de sus propias ficciones, reescribió clásicos en clave paródica, de la Orestíada al Quijote.

“Marco Denevi es uno de los escritores más injustamente olvidados por la crítica universitaria, ya que en muchos sentidos fue un auténtico precursor de diversos recursos literarios y un escritor de valía excepcional -dice la escritora y profesora Cristina Piña a LA NACION-. Novelista, cuentista, dramaturgo y autor de microficciones y reescrituras, merece la calificación del primero de los posmodernos argentinos, por sus reescrituras, sus cuentos autoficcionales y su hibridación genérica. Sus microficciones siguieron la línea de Borges y la ahondaron, lo mismo que sus reescrituras, en las cuales desplegó además un humor desopilante, que también marcó muchas de sus otras creaciones”.

Signo del olvido que afecta la obra de Denevi es que no haya hoy un homenaje en el día del centenario de su nacimiento, ni siquiera en la profusa programación cultural de la Feria del Libro porteña. Por si fuera poco, sus libros no han sido reeditados para la ocasión por diferencias entre los herederos.

Escena del film "Rosaura a las diez", de Mario Soffici, con guion del director y DeneviMubi

Piña estuvo a cargo de la selección de Cuentos selectos de Denevi. “Tanto Rosaura a las diez como su nouvelle Ceremonia secreta le dieron un renombre que se fue incrementando con el correr de los años y de los libros -sostiene-. En su obra dramática también practicó el criterio ‘micro’ pues escribió muchas piezas, publicadas en sus libros de cuentos y microficciones, que no alcanzaban siquiera a un acto de una obra dramática habitual. Poseedor de un estilo cuidado y deslumbrante en su capacidad de reproducir el lenguaje coloquial y convocar imágenes que seducen al lector, estas virtudes lo convirtieron en un maestro de la ficción”. Se lo nombró miembro de la Academia Argentina del Lunfardo en 1978 (renunció en 1979) y de la Academia Argentina de Letras en 1987. En 1995 fue reconocido con el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes y el título de Personalidad Emérita de la Cultura Argentina por la Secretaría de Cultura de la Nación.

“Ha sido un escritor excepcional en el panorama de la literatura argentina, dueño de una sutileza y una profundidad difíciles de hallar -dice el escritor, académico y abogado Eduardo Álvarez Tuñón-. Es el autor de, al menos, tres obras maestras: Rosaura a las diez, Ceremonia secreta, una historia breve, misteriosa y poética, con un clima único, y Falsificaciones, pequeños relatos que vuelven sobre los mitos. Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo. Era un hombre austero, que rehuía a la fama, y muy generoso. Mi primer contacto con él fue epistolar, en mi juventud extrema. Corría el año 1980 y el poeta Jorge Smerling me dijo que le enviara a Marco Denevi mis libros de poesía, que era un lector extraordinario y hacia excelentes devoluciones por carta. A la semana recibí su respuesta, donde analizaba mis textos, señalaba sus caídas y sus aciertos, mencionaba poetas para releer y polemizaba sobre las nuevas corrientes. A partir de ese entonces comenzamos a escribirnos, sin conocernos personalmente”.

Cuando Álvarez Tuñón publicó El diablo en los ojos, su primera novela, se la envió de inmediato y esperó su respuesta. “Me iniciaba en su género y aguardaba sus comentarios -recuerda-. Como se demoraba y siempre me escribía muy rápido, lo llamé varias veces por teléfono. Una mañana llegó su carta, que aún conservo y con la que hice un pequeño cuadro. En un papel con membrete solo decía: ’Eduardo: Usted es la persona más ansiosa que he conocido en mi vida’. Al mes me envió una crítica detallada y sabia. A partir de ese incidente, comenzamos a vernos y compartimos varios cafés. Vivía de noche y luego de cada encuentro yo corría a leer lo que él me mencionaba, porque aun habiéndolo leído, no había llegado a ver lo que él veía. Cuando termino de escribir un libro me pregunto, siempre, cómo lo habría juzgado él”.

Su primera novela está narrada desde cinco puntos de vista diferentes. “Desde su aparición, Rosaura a las diez no ha dejado de reeditarse -destaca la escritora Mercedes Giuffré-. Se la vinculó con el policial clásico, aunque en mi opinión es también una novela de indagación psicológica. El eje central es su protagonista, Camilo Canegato, un hombre común que se nos devela a medida que avanzamos en la lectura. A pesar de tratarse de una ópera prima, acierta en el trabajo lingüístico de los relatos que la componen, de manera que con cada uno de ellos adquirimos una perspectiva sobre el crimen y, a la vez, una forma de ver la realidad compleja. He leído que el recurso lo tomó de Wilkie Collins, cuyas novelas más conocidas se habían publicado en El Séptimo Círculo. En todo caso, lo llevó a un punto interesante porque, con el humor criollo que aflora por momentos, Denevi se suma a una operación recurrente en el policial argentino: cuestionar a los modelos importados, un poco parodiarlos, y darle así al género una impronta local”.

Él mismo colaboró en el guion de la versión cinematográfica de Rosaura a las diez y del film Los acusados, de Antonio Cunill. Escribió los guiones del programa televisivo División Homicidios, dirigido por Martín Clutet, hasta que fue reemplazado por otra “olvidada”, la escritora María Angélica Bosco.

En LA NACION, Denevi publicó artículos sobre actualidad política a partir de la década de 1980. A diferencia de muchos de sus colegas, era bastante discreto con su ideología y, como muchos otros, consideraba a la Argentina una anomalía histórica. “El argentino tiene una mentalidad de huésped de hotel, el hotel es el país y el argentino es un pasajero que no se mete con los otros -escribió-. Si los administradores administran mal, si roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros a quienes en otro sitio los espera su futura casa propia, ahora en construcción. […] Quizás algún día los argentinos nos convenzamos de que este hotel de tránsito es nuestro único hogar y que no hay ninguna Argentina -visible o invisible- esperándonos en ninguna otra parte”. Murió a los 76 años, en 1998, en la ciudad de Buenos Aires.
Un microrrelato de Denevi

El emperador de China

Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador.

-¿Veis? -dijo-. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.

El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.

Fuente: La Nación

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