La leyenda de Sleepy Hollow

Hoy se cumplen 160 años de la muerte de Washington Irving, autor de los Cuentos de la Alhambra. Quizá su obra más popular sea La leyenda de Sleepy Hollow, una novela corta que volvió a circular como lectura para jóvenes después de que Tim Burton la llevara al cine. La leyenda del jinete sin cabeza, es una versión gótica, mucho más oscura y terrorífica que la novela que le dio origen, en la que hay unos cuantos toques de humor. Compartimos el comienzo de La leyenda de Sleepy Hollow.



“En lo más profundo de una de las inmensas ensenadas de playas que el Hudson acaricia en sus orillas orientales, se produce un enorme ensanchamiento al que los viejos marinos holandeses llamaron en tiempos Tappan Zee; para navegarlo, recogían las velas las prudentemente mientras invocaban a San Nicolás. Justo allí se alza una pequeña aldea con su puerto recoleto, a la que algunos dan el nombre de Greensburg, pero a la que la mayoría de la gente llama Tarry Town. Recibió este nombre, por lo que sabemos, en tiempos antiguos; se lo dieron las buenas mujeres de un villorrio vecino, pues era en las tabernas de Tarry Town donde sus maridos se demoraban muy largamente en los días de mercado. Eso es lo que dicen; yo no puedo dar fe de ello, pero aquí lo hago constar en aras de la autenticidad de los hechos que se narran.

No muy lejos de esta villa, acaso a un par de millas, se abre un valle pequeño, al que acaso haya que llamar simplemente una lengua de tierra entre las altas colinas, que desde luego no tiene igual en todo el mundo por la tranquilidad que allí se respira. Un arroyuelo cruza el valle con su rumor delicioso que le obliga a uno a descansar. Allí, ningún ruido turba tu paz, salvo, acaso, el canto súbito de una codorniz o el repiqueteo de un pájaro carpintero en cualquier árbol, nada más; el resto, tranquilidad plena.

Recuerdo que, siendo yo niño, hice mi primera cacería de ardillas en un bosque preñado de nogales no muy altos que derramaban su sombra a uno de los lados de aquel pequeño valle. Vagabundeaba por allí al mediodía, en esas horas en las que la naturaleza se muestra particularmente inmóvil, y me sobresaltó el estruendo que hizo mi propia escopeta al disparar, pues en la profanación de aquel silencio sabático el disparo se eternizó en el aire hasta que al fin el eco me lo devolvió con furia. Si alguna vez deseara retirarme del mundo y todas sus tentaciones buscando el solaz de los lugares más encantadoramente apacibles y gratos, no dudaría en dirigirme a este pequeño valle, pues ningún otro lugar conozco que tanta paz ofrezca.

Este lugar, desde tiempos remotos, desde que se asentaron aquí los primeros colonos holandeses, se conoce como Sleepy Hollow, sin duda por las características tan peculiares de los descendientes de los colonos holandeses, gente apacible, serena, acaso indolente... También desde antiguo se llama a los mozos del lugar, en los pueblos vecinos, los muchachos del valle soñoliento (…) Y ciertamente parece este lugar, aún hoy, envuelto en un poderoso hechizo que llena de extrañas fantasmagorías las cabezas de esas buenas gentes que lo habitan, haciéndoles caminar de continuo en una especie de duermevela. Creen, por supuesto, en los más raros poderes; suelen caer a menudo en trance y tienen visiones; escuchan en el aire voces y músicas indescifrables... No hay vecino que no tenga noticia de algún hecho extraordinario o que no se sepa alguna historia maravillosa 

El espíritu dominante, sin embargo, el que más influjo tiene sobre la imaginación de las gentes, el que parece someter a todos los espíritus que habitan los aires, es un fantasma, auténtico rey de esta región encantada; un fantasma decapitado que se aparece a lomos de un caballo... Para algunos, no es otro que el espectro de un soldado que sirvió en la caballería de Hesse; un soldado al que una bala de cañón arrancó de cuajo la cabeza en una batalla de la Guerra Revolucionaria y que aún galopa, como llevado por el viento, en las noches más oscuras. Sus dominios, empero, no son únicamente los del valle, y muchos aseguran haberlo visto por caminos más alejados y especialmente en las cercanías de una iglesia apartada del pueblo. Los historiadores de la región más dignos de aprecio aseguran que, tras haber estudiado en detalle todas las versiones que se dan sobre el jinete decapitado, y tras haberlas contrastado, han llegado a la conclusión de que el cuerpo de aquel soldado recibió sepultura en el camposanto de aquella iglesia junto a la que se aparece, sí, pero que su fantasma vaga por las noches y pena en busca de su cabeza en lo que fue campo de batalla; después, antes de que amanezca, ha de regresar a su tumba... Por eso atraviesa a galope tendido el valle poco antes de que comience a clarear el día.

(…)

En este apartado rincón de la naturaleza vivía en una época ya remota de la historia americana, esto es, hace unos treinta años, una bellísima persona llamada Ichabod Crane, que se «aletargaba», cual gustaba decir, en Sleepy Hollow, para instruir convenientemente a los niños del pueblo. Era natural de Connecticut, un Estado que abastece a la Unión de aventureros de obra y de pensamiento y del que cada año parten miles de hombres para trabajar como leñadores en las fronteras con los otros estados o como maestros de escuela en los mismos.

(…)

Era, en efecto, un hombre a la vez sagaz y crédulo, incluso simplón en estos aspectos... Su apetencia de saberes acerca de lo maravilloso, su afán de conocer cosas acerca de lo sobrenatural, eran tan extraordinarios como su capacidad de digerir cuanto de todo ello tenía noticia, algo que se hizo más fuerte en él tras un cierto tiempo de estancia en Sleepy Hollow. Ni la narración terrorífica más infame o monstruosa le revolvía las tripas o le parecía increíble. Cuando cerraba su escuela a la caída de la tarde, solía ir a tumbarse plácidamente sobre los tréboles arracimados que le ofrecían un dulce lecho a la orilla del arroyo y allí se daba a la lectura de las truculentas historietas narradas por el viejo Mather, hasta que la oscuridad hacía que las líneas de las páginas aparecieran borrosas ante sus ojos. Era entonces cuando, de camino a la granja en la que se hospedara por aquellos días, evitando tierras de légamo y atravesando bosques tan frondosos como oscuros, su imaginación, con cada crujido de una rama, con cada rumor de hojas o de plantas silvestres, se impresionaba sin duda por lo que había leído antes, llenándose el maestro de un pavoroso escalofrío tan fuerte como constante. El graznido de un ave nocturna, el croar de una rana, el canto hiriente de una lechuza, un aleteo de pájaros asustados ante sus pisadas, lo estremecían; se asustaba incluso de las luciérnagas, que tanto brillan en la oscuridad y que tan a menudo le salían al paso; y si una cucaracha voladora se estrellaba contra su cabeza, creía estar poseído al momento por un maleficio fatal. Así, no era capaz de hallar paz más que entonando alguno de los salmos, lo que además le ayudaba a evitar tan turbadores pensamientos, pero con ello no hacía sino llevar el pánico a las pobres gentes de Sleepy Hollow, que en mitad de aquella hora crepuscular, sentadas a las puertas de sus casas…”







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