Sobre Veinte sillas, de Florencia Fragasso y Julieta Dolinski

El último mes, en el Laboratorio de literatura infantil y juvenil trabajamos sobre la poesía. En este marco, Patricia Jawerbaum nos recomienda Veinte sillas, de Florencia Fragasso y Julieta Dolinsky, editado en 2019 por Mágicas Naranjas.


“Señora, ¿sería usted tan amable de correrse a un costado
que tengo que dibujar esa silla con urgencia?”

Por Patricia Jawerbaum*

Estos versos anuncian la urgencia del poema, del dibujo. Urgencia que surge cuando algo nos interpela, capta nuestra atención de un modo singular. Y es ese mismo impulso el que nos lleva a leer. Entonces pasa algo, en este caso con unas sillas, ¡tan parecidas a la que nos sostiene en este mismo instante!
De pronto también la nuestra cobra peso, se desplaza de su obvia función de continente, ama de nuestros cansancios o central operativa de nuestras tareas, renueva su sustancia y distancia y nos hace caer en la noticia de que eso que nos contiene puede ser una pregunta disfrazada de silla. Si un objeto puede dejar que a su alrededor revoloteen los acontecimientos que atrae, y es atraído por un repertorio de palabras y fórmulas que la experiencia del mismo suscita, eso es algo que hace que la poesía pueda habitarlo, habitarse de él.
Y ahí está la silla que tiende un puente en el tiempo...:
 “de silla a silla puedo darte un abrazo que dure hasta noviembre
(si aguantamos hasta noviembre sin reírnos)”
O:
“en el banco de piedra fabricado hace siglos
Me inquieto tanto que no me muevo”
…Y en el espacio.
“Sillas vacías dibujan un semicírculo
En medio del bosque

Si hacemos silencio se oyen
Muchas voces”

En el libro las sillas se ubican ordenando el espacio: Un poema a un lado, un dibujo al otro. Un poema tras otro, una silla tras otra, aparecen multiplicadas en sus acciones, sus debilidades, sus extrañados vínculos con lo humano.
No todas las sillas son obedientes. No todos los poemas se sientan igual en ellas. Algunos captan la fugacidad con buen humor frente a un momento díscolo de la lengua.
“Me corriste la silla y fue un desastre
Me senté en el aire y caí de traste”

La silla se hace visible en su ausencia, la silla que se vuelve de aire remata en risa de caída:
“de vergüenza
podrida y amarilla.
De odio por tu risa
Que estalló detrás de mí
Como un trofeo”

¿Pero quién es que deambula entre las palabras?, ¿quién observa a este ser entre las sillas y a los que se sienten-sientan, o no, en ellas?  Las sillas se alojan en una cadena de acontecimientos que las vuelven más o menos transparentes, en un espacio más o menos amable, más o menos exacto que, con un efecto de extrañeza hace su entrada por alguna puerta que el escalpelo de la justa palabra abre, y detecta otra regla al aguzar la mirada: Y así la belleza se produce, está al acecho con una dosis de ternura como se expone en la siguiente duda del poema:

“El niño es tan chiquito que se sienta
Y le cuelgan los pies
A cuarenta y siete centímetros del suelo

Puedo con una pila de libros
Construirle un escalón para que apoye

O dejarlo así
Liviano
Que se hamaque
Que sus piernas pendan como péndulo
De un lado a otro
Y me hipnotice”

Estas sillas que pasan por cada poema se empeñan en hacernos parte de la sensación, de la experiencia de aquel objeto para que lo extrañemos tanto como él pueda recordarnos. Como esa silla que, habla en primera persona, y se declara habitada por “tu” ausencia. Da testimonio del saber del cuerpo que la usaba:
“conozco tu espalada de memoria, el olor de tu remera”.
En este devenir animado la silla goza de olfato para reconocer a “su” humano. Exhibe  un rasgo-rastro de nuestra impermanencia en su permanencia de objeto material. Así enuncia y anuncia:
“la forma zizagueante
De tu columna vertebral
Está tatuada
Con tinta invisible
En mi piel de madera”

Texturas de cuerpos que se tocan, poemas que juegan con las velocidades propias del material de esa cosa llamada silla. Las pone a hablar, chirriar, incendiarse y hasta las oye romperse. Pone a prueba esta materia en función de la palabra con la memoria.
¡Tantas sillas suceden! Nos suceden, y de distintos modos. ¡Vaya cosa eran! Modulaciones con humor propio que atienden y tienden hacia aquellas infancias con las que hacer juego y no abandonan. Para captar eso que nota Merlau Ponty [1], citando a Bachelard, que sucede con las cosas: “una relación no tan clara, una proximidad vertiginosa”
Florencia Fragasso se pone a auscultar ese vértigo de las opciones de las sillas con mecanismos diversos: contemplar, captar el movimiento, enfocar y desenfocar, cambiar el modo de uso, alterar las direcciones del hábito, invertir, adelantar o atrasar en el tiempo, romper, desarmar, reflejar, volar, hacerlas sonar, enmudecer, abrazar, nombrar, cambiar la perspectiva. Y Julieta Dolinsky la sigue, mancha, ensancha, desarma, fragmenta, dialoga, encanta, las ausenta, con una antena a lo que se indaga, no cierra, explora con tintas. Así entre las dos, poeta e ilustradora empujan las sillas hacia el centro de producción de sentidos, de tal modo que, si al comenzar a leer sabíamos que era una silla, al pasar por el poema dudamos bastante. En definitiva, ¿quién sabe exactamente qué es una silla? Podría ser una h muda desde la cual contemplar el resto de la frase. Pasar del ser al no ser silla, o humana, dibujante o poeta, se habita entre preguntas que se vuelven experiencia en este libro, envoltura de presencia.
Son veinte modos de leer a las sillas, en veinte poemas. Es un número determinado, tangible, controlado, como el de la muestra para un experimento. Experimento que, invita explícitamente el prólogo, pide ser repetido para armar el propio muestrario.
Para la exploración poética de Fragasso con Dolinsky las sillas, sujetos de investigación, se ponen a trabajar con ellas, las escuchamos escucharlas. Elevadas a lugar de causa o incentivo, sujetas a, o liberadas de sus usos las oímos. Oímos como trabaja la madera, entre el ruido y el silencio, en el espacio entre la poeta y la dibujante, sin martillos, sin clavos, con tiempo, con tintas y con palabra. 


* Patricia Jawerbaum es licenciada en psicología, poeta, bailarina, a veces dibujante, narradora y realizadora de kamishibai (teatro de papel japonés). Está por recibir el título de postgrado de especialista en literatura infantil y juvenil por la UNSAM.



[1] “en Siete conferencias. Maurice Merlau Ponty. Fondo de cultura económica de la argentina S.A. México. 2002 segunda reimpresión, 2006


Veinte sillas
Florencia Fragasso y Julieta Dolinski, Mágicas Naranjas, 2019.


Comentarios

  1. Ah qué hermosa reseña Pat! Gracias por esa escucha-lectura milimétrica y ondulante

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