Horacio González en las Jornadas de reflexión sobre el Martín Fierro


En 2019 se conmemoran 140 años de la publicación de La Vuelta de Martín Fierro. El año pasado, el Programa Bibliotecas para armar fue invitado a la Primera Edición de las Jornadas de reflexión sobre el Martín Fierro, que se realizaron en el Partido de San Martín, Provincia de Buenos Aires. Esta es la ponencia con la que Horacio González abrió el encuentro.


Muchas gracias a todos. Muchas gracias a la intendencia y al intendente del Partido de General San Martín. Muchas gracias a ustedes por su presencia. Y a mí me voy a agradecer al final si me sale bien la charla.
Efectivamente, el ámbito del desempeño geográfico, territorial, político y cultural de José Hernández, se inicia en éste territorio que actualmente es el Partido de San Martín. Abarca la ciudad de Paraná, Concepción del Uruguay, Corrientes, Santa Ana do Livramento, en Brasil, Buenos Aires… Es un periplo existencial y territorial que tiene una fuerte marca política. Es la “politicidad” de José Hernández. Su historia es conocida. Conocida, porque el aparato escolar argentino, nuestras instituciones escolares, han dado debida cuenta de la fundamental importancia de su obra. Hay años sin embargo, los años de su exilio Montevideo, por ejemplo, que no son muy conocidos. Los historiadores profesionales se quejan de cierta escasa documentación en algunos períodos de la vida de José Hernández. Pero esto de ninguna manera fue obstáculo para que se creara un interesantísimo enigma respecto de este itinerario biográfico de José Hernández, y del personaje llamado Martín Fierro. Este es un viejo problema de la literatura, y es un viejo problema de nuestras vidas también. Si hay una ficción o un personaje creado por nosotros o con el cual nos identifiquemos, que recoja efectivamente aspectos de nuestra vida que llamaríamos “real”. ¿Cuáles son los aspectos de Martín Fierro que pertenecen a la vida real de José Hernández?
Este que parece un problema sencillo, que cualquier crítico literario lo tomaría como una cuestión de primer grado inferior, es decir, hasta qué punto hay un paralelismo entre la vida y la obra, termina transformando la cuestión Hernández-Martín Fierro en una cuestión crucial. Asó lo han considerado los más importantes críticos que tiene la obra Martín Fierro, que como ustedes comprenderán, es la prueba de fuego de la crítica argentina. Hernández, Borges, Roberto Arlt, Piglia, Fogwill… cualquier crítico argentino se prueba examinando y escribiendo sobre esas obras del pasado y del presente que consideramos de carácter monumental.
Por eso parece de alguna manera simple, en qué se parece un autor a un personaje. Estaría dado por sabido que un autor que se precie de ser tal no escribe situaciones, y ámbitos y peripecias que reproduzcan su vida. Esto sería una excesiva simplificación.
Apenas indagamos en la historia de la literatura, esta relación entre personaje y autor, coincidimos que este tema ha rondado la imaginación crítica, y si pongo este ejemplo se van a dar cuenta, alrededor de Shakespeare. La idea de que Hamlet era hijo de Shakespeare, la idea de un hijo que puede haber tenido, es un tema que los eruditos shakespearianos discuten hasta hoy. En el famoso capitulo 9 del Ulises de Joyce, existe una discusión de este tipo entre dos personajes de la novela en la Biblioteca Nacional de Dublín, respecto de si efectivamente se podría considerar que la obra de Shakespeare traduce momentos de su vida. Si esto es así, entonces el problema deja de ser un problema simple, y estamos en medio de un tembladeral.
¿Qué episodios de la vida de José Hernández se trasladan entonces a este formidable libro? Que está en nuestra memoria, está en nuestra capacidad recitativa, está en nuestras primeras maestras y maestros. Está en la universidad, está en la crítica literaria más eximia, está en la teoría crítica de la cultura nacional.
En todos esos lugares está el Martín Fierro con su voz. Su voz, que no es su letra. Pero la relación entre voz, letra, métrica de la voz en relación a las letras, el tipo de poética y de retórica que emplea José Hernández, es hoy, de alguna manera, un enigma que perdura.  Y si un libro perdura es porque su enigma, es decir, lo no explicable, que contiene eso que lo hace perdurar.
Por eso, ya que cité la importancia que tiene José Hernández (o Martín Fierro) en la crítica literaria argentina, en relación a la propia figura de Hernández, me atendré muy rápidamente, porque esta va a ser una charla bastante sucinta, a por lo menos dos de los grandes libros que tratan su obra qy que se relacionan muy íntimamente entre sí.
Uno es libro publicado en 1948 por Ezequiel Martínez Estrada, que se llama Muerte y transfiguración del Martín Fierro. Otro es el libro publicado en los años noventa por Tulio Halperín Donghi, uno de los máximos historiadores argentinos, que se llama José Hernández y sus mundos. Y el otro es un libro del gran filósofo argentino Carlos Astrada, también publicado en 1948, llamado El mito gaucho. Estos tres libros se relacionan muy íntimamente entre sí. Los dos primeros plantean específicamente, el problema que traté de definir tan rápidamente: hay algo que define la relación entre el autor de la obra y la obra. Y ese algo, esa partícula indescifrable, puesto que es lo indescifrable lo que se presenta con nítida claridad ante nuestros ojos. Aquello que no sabemos cómo se interpreta, y pone en marcha el vastísimo mecanismo de la interpretación, es decir, de nuestro contacto con el enigma.
En el caso de Martínez Estrada, intenta descifrar quién era José Hernández, a través de Martín Fierro, inspirado en una obviedad. Cuando fue senador de la república, José Hérnández era llamado “el senador Martín Fierro”. Eso habilitaría para ver en el Martín Fierro rasgos de la vida de José Hernández. Estos rasgos serían el expatriado, el perseguido, el desolado, el despojado de bienes, el que cruza la frontera y descubre que ese cruce está teñido de sangre, la frontera está hecha de sangre. ¿Estamos habilitados para hacer este tipo de transposiciones y transfiguraciones? Este gran crítico, Martínez Estrada, piensa a toda obra literaria como una transfiguración. Es decir, nunca estamos ligados a una figura inmutable, nunca estamos ligados a un momento en el que nuestro rostro aparece como único e irreductible. Por eso todo está destinado a una transfiguración. Y toda transfiguración es una manera de decir que todos somos hijos de un destino, pero ese destino es inescrutable.
De este modo, en este gran volumen que es extraordinario, Muerte y trasfiguración de Martín Fierro, Martínez Estrada inaugura un tipo de crítica literaria en la Argentina, que no existía hasta ese momento, y que no existe aún ahora, donde la crítica literaria universitaria tiene cierta posición de exterioridad respecto a la obra. Es decir, el crítico literario es una figura que surge de un conjunto de saberes, que se sitúan frente a una obra que se intenta descifrar o desentrañar. A esa obra le ve superficies, napas interiores ocultas, y eso es efectivamente la tarea un crítico. Hacer que esos planos interiores, subterráneos, e inconscientes de la obra surjan a la luz. En el caso de Martínez Estrada, él va mucho más allá. Ve a la obra con sus personajes con sus personajes debatiendo internamente, y de una manera que el autor no había previsto. Por ejemplo, el famoso episodio de Cruz y Fierro, que es un episodio que Borges llamó “la noche trascendental de la literatura argentina”, primero para elogiarla y después para criticarla. Es el momento en el que el sargento jefe de la partida se pasa al bando de un desertor.
Ese momento es un momento central de la lógica interpretativa del Martín Fierro, desde el punto de vista político. No le voy a dedicar mucho tiempo a esto, porque es un tema muy conocido como Borges fue ensayando distintas interpretaciones de ese acto, donde en el sargento Cruz vio la representación de un orden militar, y en Fierro vio la representación del orden de la deserción y del cruce de la frontera hacia la barbarie. Como en Borges siempre esto es muy sugestivo, esta materia es la materia plástica de la amistad hecha en la obra de Borges, en los años setenta, años muy conmocionantes para todos, Borges dijo una frase concluyente. No en ninguna obra que él reconozca como cuerpo esencial de su obra permanente, sino en un reportaje: que a la Argentina le va mal por haber consagrado ese momento, que es el momento en el cual deserta un miembro del ejército. Esto, dicho en la década del setenta tenía su condición interpelativa bastante compleja. Estaba mirando las posibilidades de un ejército que no tuviera fisuras internas y condenando a un desertor, pero no fue siempre esa la opinión de Borges.
En Martínez Estrada esto funciona de una manera totalmente diversa. Cruz aparece como alguien que proclama su amistad con Fierro, descubierta súbitamente. Es decir, se produce un momento de suma originalidad en un itinerario existencial. Un momento irrepetible, donde alguien, para decirlo con palabras de Borges, descubre quién es. Y Cruz, cuenta su historia después, que es una historia muy semejante a la de Fierro. La de alguien que en la frontera es expulsado de sus bienes, de su territorio, de su mujer, y siempre están en juego el comandante, el juez de paz, que son las figuras del Estado que actúan con un papel totalmente negativo. La fascinación que tiena la Ida de Martín Fierro, todo el papel del Estado con sus tentáculos en los pequeños poblados donde había productores. Y el Estado confunde su tarea de acompañar a los productores rurales, y los transforma en soldados de indescifrables guerras. De ahí que son personajes que huyen de la justicia, justicieros ellos mismos, porque son poseedores de una estatura moral superior a la de los jueces.


Esa es la fuerza que hoy sigue teniendo el Martín Fierro: el perseguido por el juez es alguien que tiene más valor moral que el juez, que es apenas una marioneta de los juegos oscuros y represivos del Estado.
Esto hablando con un lenguaje actual de aquello que trascurrió como un poema político y literario hace bastante más de un siglo.
En el caso de Martínez Estrada, lo ve a Cruz como un enemigo de Fierro, cuando proclama su amistad hacia Fierro en realidad lo ve como un personaje falsario. Y eso es un modo de la crítica literaria muy origina, porque en ningún momento el autor lo presenta así, ninguno de sus críticos lo presentó así, porque para presentarlo como un falsario a Cruz, que en realidad es la visión que tienen los sucesivos lectores de Fierro, aparece como alguien para quien es superior el valor de defender a un valiente, sea quien sea ese valiente. Sea un desertor, sea alguien que puede haber matado. Entonces es muy exigente ese valor. Si es un valiente, quedan rebajadas todas las demás connotaciones que puedan manchar el compromiso de un valiente. Por eso el sargento Cruz “no consiente que se trate así a un valiente”.
También el sargento Cruz para dar ese paso, esa frontera no territorial, que es la frontera entre el orden y el desertor, y comenzar a pelear contra la partida de la cual él era el jefe, también tenemos aquí un elemento que está en la literatura de Borges, está en el Martín Fierro, y está en otro pensamiento ético tomado en su máxima generalidad. ¿En qué lugar estamos? ¿Cómo se anudan en nuestra vida los síntomas de la traición o los síntomas de la lealtad? Ese anudamiento hace a nuestra consciencia permanentemente. ¿A qué somos leales? Y si  cometemos algo que pueda ser llamado una deslealtad, ¿cuál sería el valor primigenios superior a aquel en el que estamos incluidos, que justifique que cometamos tal acto que normalmente sería reprobable?
Ese y otros episodios hacen a la fuerza del Martín Fierro. No obstante, Martínez Estrada lo que dice es que en el propio relato que hizo José Hernández del sargento Cruz, que es un relato paralelo al despojamiento que sufre Martín Fierro, están los síntomas de alguien que estaba destinado a ser siempre traidor.
Pero dice algo más: que arruina la obra. A partir de ese encuentro, Martín Fierro ya no es el mismo. Es un Martín Fierro que se desnutre, que pierde su vivacidad, que pierde su voz propia. Es grave que un crítico diga eso de alguien que tiene una voz, porque como se dijo siempre,  y Borges inició muy especialmente esa idea, en realidad toda la literatura está concebida como un montaje no superfluo sino necesario sobre otro elemento aún más necesario, que es la voz. Por eso quien tiene una voz tiene un destino.
Y es más complejo aún cuando se trata de la voz del gaucho que se ha perdido, y alguien tiene que reinventarla. Cuando la reinventan, y esto también lo dice Borges, ya los gauchos no hablaban así. La tienen que volver a leer de los doctores de la ciudad, o de los letrados de la ciudad, que reinventan esa voz y comienzan a hablar nuevamente de un modo gauchesco que se había perdido. Por eso, toda voz necesita pasar por una literatura. Por un tamiz, por un escalón, por un estamento, por un arbitrio que la reconstruya como voz, al ver que hay una originalidad que ha sido perdida para siempre. Esa es la complejidad de la voz del gaucho, y diría que de nuestra propia voz también. Porque la creemos muy auténtica, y necesitamos creerla muy auténtica, pero al mismo tiempo es algo que proviene de nuestra educación, de nuestra enseñanza, de nuestros debates, de nuestros gritos, de nuestra angustia, de nuestros sentimientos encontrados.
Todos estos temas, que son los temas de la vida vivida con angustia, de los que trata Martín Fierro.
Y Martínez Estrada en 1948, con Muerte y transfiguración del Martín Fierro, lo que dice es que Picardía, el hijo de Cruz, fue escrito antes, fue pensado antes por José Hernández, y es el boceto de Fierro. Son como hipóstasis, digamos, para poner una figura retórica. Una figura encierra a la otra mejor desarrollada. Y otro que interviene después, Cruz, arruina todo, porque es el traidor no percibido.
Esta es una gran originalidad desde el punto de vista de la crítica; un volumen como el de Martínez Estada que ocupa más o menos mil páginas, y que es una gran investigación que les recomiendo, porque quizás es lo más alto que se ha escrito sobre el Martín Fierro, porque nos trae la absoluta novedad de que el autor no escribe para arruinar sus personajes, entonces todo libro se manifiesta ligado a cierta divinidad, a cierta entidad superior que son los dioses, que escriben los libros. Y en ese sentido lo compara a la Divina Comedia del Dante, que es la máxima comparación que se puede hacer con el Martín Fierro. Y algo que trae el mismo autor, arruina su obra.
Estamos entonces ante un horizonte crítico de profunda originalidad. Cierta crítica de carácter conmemorativo que usualmente se hace al Martín Fierro, permite que se digan estas otras cosas, que son la base por la cual el Martín Fierro sigue siendo algo que no solo interrogamos sino que él también nos indaga.
Y Martínez Estrada, que es una figura complejísima de la cultura argentina, complejísima, ni me atrevo ahora a decir por qué, intuye que tiene que rescatar al Martín Fierro como un libro dedicado a los dioses. No dice cuáles. Porque efectivamente ese es el choque que tiene la obra de Martínez Estrada con el aparato crítico argentino. Una obra es literal, metafórica, y al mismo tiempo dedicada a los dioses.
De algún modo Hernández los sospecha, cuando dice que: “no ha de llover en el rancho donde esté este libro”. Es un libro que se refiere a sí mismo en el propio transcurso de su ejercicio narrativo.
En ese sentido, Tulio Halperín Donghi, que es tan problemático como Martínez Estrada, y de algún modo su discípulo, aunque nadie quiera reconocer tan fácilmente, esta íntima relación entre las dos obras, por supuesto que no es un crítico literario (lo dice en su libro), es un historiador,  es un historiador que escribe sobre el tiempo, el tiempo es su escritura, un historiador que no está fuera del tiempo (eso es difícil de encontrar), un historiador que no ve los acontecimientos sentado en su sillón de actualidad, sino que se desespera por querer acompañarlos en el momento en que ocurrieron, y eso solo ocurre en el drama de la escritura. Porque no existe la máquina del tiempo, a menos que un genio argentino la invente en estos momentos, y no sepamos reconocerlo, esa máquina del tiempo forma parte de la literatura fantástica.
Y de algún modo, la escritura del historiador, forma parte de la escritura fantástica. Es el único libro que traje, José Hernández y sus mundos. Y en el último capítulo, que se llama La transfiguración del Fierro, toma el término “transfiguración”, o sea… más Martínez Estrada, imposible. Lo que quiero señalar tanto para Halperín Donghi como para Martínez Estrada es que funcionan en lugares diferentes de los recovecos bibliográficos argentinos. Uno está acá, otro está allá, sin embargo, no hay Halperín Donghi sin Martínez Estrada. Con todas las diferencias políticas, de época, de lecturas, de universidades… Uno es un consagrado profesor, el otro es un consagrado marginal. Pero hay algo que los anuda muy firmemente: Halperín Donghi toma ( y no solo en su escritura, que se parece mucho a la de Martínez Estrada), la idea de la transfiguración, la idea de que Picardía es el esbozo, la idea de que Cruz no es una amenaza para el libro (eso Halperín Donghi no lo aceptaría), sino que no aceptándose como crítico literario, porque dice “no lo soy”, quiere explicar por qué un periodista del montón (lo llama así), como José Hernández, escribió el Martín Fierro. Esa es una pregunta que nos genera mucha inquietud, porque a priori nadie le dice a Martín Fierro… a José Hernández, y aquí cometí el lapsus que revela hasta un punto esa asociación shakespeareana entre Shakespeare y su hijo llamado Hamlet, que es posible en la charla coloquial… Bueno, periodista del montón para José Hernández, es señalar con cierto atrevimiento despectivo, probablemente quien lo dice después puede rebajarlo para sugerir que lo dijo para que pensemos lo contrario, porque la obra periodística de José Hernández es formidable. Ojalá tuviéramos periodistas así: era un periodista de combate, como lo son todos los que tenemos en nuestra lectura diaria, pero Halperín Donghi llama al momento en el que actúa Hernández, el momento más faccioso de la historia argentina.
No podemos decir que haya tantas diferencias con el momento que vivimos hoy.
Pero para seguir empleando la palabra faccioso, efectivamente es el momento de la organización nacional. José Hernández es un federal. No así toda su familia. José Hernández está al servicio de Urquiza en un primer momento, es autor del gran alegato “En guardia General Urquiza”, después del asesinato del Chacho Peñaloza; es el máximo panfleto escrito en la historia de la panfletería argentina. Si digo el máximo, es porque conozco los panfletos que se han escrito a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años, y los que se han escrito desde la Revolución de Mayo en adelante, y ese es el máximo panfleto. Y de algún modo tiene ingredientes de lo que es el Martín Fierro.
Esta es una advertencia a Urquiza que después será asesinado por los hombres de López Jordán. Y uno de los hombres de López Jordán será también José Hernández. Por eso su historia no es una historia gentil. Es una historia que tiene el rastro que tiene la historia argentina.
Es un rastro complejo, es un rastro que tiene salpicaduras de un ingrediente que no voy a mencionar, pero salpica permanentemente. Por eso Martín Fierro las tiene en sus planos interiores. En ese sentido, la idea de Halperín Donghi de decirle “periodista del montón”, es muy sugestiva. Porque sería lo que hoy llamaríamos un desarrollista, incluso. Porque quiere que las fronteras tengan escuelas, iglesias, cultivos.
En la primera parte del Martín Fierro presenta una situación edénica. El gaucho vivía en un Edén, esperando que pase el ferrocarril, y lo impiden poderes oscuros, aviesos, los poderes de Buenos Aires, los poderes que los que él en el panfleto llama “salvajes unitarios”. Pero en realidad, traza planes para ferrocarriles, encuadra maneras de proceder del estanciero, cuando es senador quiere reconocer pero sobre la base de la gran propiedad fundiaria… La vuelta de Martín Fierro, como tantas veces se dijo, y eso es indiscutible, viene a desdibujar de alguna manera esa huella sanguinolienta que tiene, y que son los mejores momentos del relato: los combates con el indio, el resbalarse en la sangre del niño asesinado por un indio, cuando vuelve desencantado de la toldería. Esos son grandes momentos éticos del libro, porque se abre una ética de la ciudad a la toldería, que es una ensoñación poética argentina constante.
Hay una contraética, que está en el mismo libro, que está en La Vuelta, de la ciudad contra la toldería. Todo eso transcurre en una consciencia ética y podríamos llamar a esta altura, una buena consciencia dialéctica que tiene el poder de representar los debates políticos argentinos.
Bueno, Halperín Donghi, uno de los grandes historiadores que todos admiramos por su escritura, que en general hace huir de espanto a los estudiantes de Historia,  que la quieren más fácil, digamos. Pero lo cierto es que hay que pasar por la escritura de Halperín Donghi, que es leer paso del tiempo, que se escurre como arenilla entre los dedos. Si sabés describir eso, estás haciendo Historia, escribiendo sobre historia. Escritura y tiempo. Por eso la pregunta es “por qué un periodista del montón”, y aclaro otra vez que no era un periodista del montón.  Fundó diarios, en Paraná, en Concepción del Uruguay, en Corrientes, el Nacional Argentino en Paraná, otro en La Plata también, del que no me acuerdo el nombre.  ES un “diarista”, como se diría, es un periodista de combate. Hacía “periodismo de guerra”, según una expresión argentina que escuchamos hace poco, en los debates de nuestro país. “¿Cómo ese periodista escribió el Martín Fierro?” Es como preguntar por qué uno de los periodistas de los grandes medios que están todo el día, no escribe una gran obra. Los fabricantes de palabras, la industria de las palabras, la industria de la consumación de la vindicta sobre persona concretas a través de las palabras, escritas por el fugacísimo periodismo, ¿quién de ellos (y no voy a mencionar a ninguno, todos los conocemos) escribirá una obra consular que se incorpore al torrente circulatorio de la vida argentina?
Esa pregunta la podríamos hacer hoy. La hace Halperín Donghi. ¿Y cuál es la respuesta de un historiador que escribe para debatir y combatir con los mitos como es Halperín Donghi? Toda su obra es el modo, quizás fracasado diría yo, porque debatir con un mito te lleva al fracaso, pero vaya si no hay otro debate más importante que ese. Lo reconozco…
Halperín Donghi condenado a debatir con los mitos en el momento de enceguecimiento de la sociedad, el momento en el que la sociedad, no sabe reconocer sus fuerzas laicas efectivas, la solución que encuentra para el hecho de que un periodista del montón haya escrito esa obra monumental, es una intuición súbita. Es decir, el que debate con los mitos, el que hace de los mitos una construcción artificiosa para producir un poder autobiográfico que después jugará en los naipes de la política, tiene que aceptar que hay una inspiración poética, que hay una poética, y que eso ya incluye una inspiración que lo lleva a alguien, no sabemos por qué, (y ese no saber por qué es sumamente extraordinario), a escribir una obra donde compara al gaucho con los brahamanes persas, con lo cual le da a la Argentina una antigüedad ilusoria de tres mil años.
Mientras Lugones, en El payador, que trata este mismo tema de otra manera, lo hace descender de los héroes griegos. Por lo tanto, a la Argentina le da menos edad ilusoria y metafórica. El prólogo del Martín Fierro le da tres mil años.  Ilusorios, pero a los efectos de una literatura que un periodista del montón que por un impulso súbito, un movimiento imprevisto, una oportunidad que no sabe descifrar él mismo, un misterio, un enigma, escribió éste libro.
Y el otro libro, ya para terminar, porque me parece interesante que sea mencionado acá, también del ’48, disputa con el de Martínez Estrada, (los dos escritos en pleno primer peronismo), es El mito gaucho, de Carlos Astrada. También se basa en la idea de transfiguración, y como Astrada en ese momento estaba bajo la influencia de Heidegger, que encuentra en la voz indescifrable de los poetas la magia posible que si se sigue su itinerario llevaría a construir una comunidad que se vea a sí misma como constructiva del sentido de una Nación. Para construir un destino.
Por supuesto que son todos elementos discutibles de una poética. Lo cierto es que El mito gaucho fue un libro muy leído, menos hoy, pero fue muy leído en los sesenta y en los setenta, veinte o treinta años después de que se hubiera escrito. Porque en El mito gaucho, de Carlos Astrada, no solo se condena el mito, se lo refuerza. Y la nación argentina se salvaría si escuchase el mensaje encerrado en esas sextinas, en esos octosílabos, en esa desesperación, en esos cruces, en esa ruptura de la guitarra, en esos lagrimones, en esos duelos… si se escuchase eso, la Argentina encontraría la veta de la justicia social. O el equivalente que pongamos desde el punto de vista que llamaremos sociopolítico. Por eso, en una de las vertientes que Carlos Astrada reconoce en el Martín Fierro, incluso ve vertientes orientalistas, que están. Hay mucho en el Martín Fierro de las lecturas erráticas que hacía José Hernández.
En uno de sus capítulos, llamado Los hijos de Fierro, ve en el Martín Fierro una promesa, una profecía. Los hijos de Fierro, que como ustedes saben se cambian todos el nombre, y se desperdigan, ese cambio de nombre también interesa. El cambio de nombre le da a una obra el indicio feroz de su perdurabilidad. No se cambia el nombre así nomás. Incluso Martín Fierro es un arquetipo, dice Martínez Estrada. Halperín Donghi con una palabra que le es muy característica dice “una estilización”, es decir, un concepto que reúne muchos elementos dispersos, y se puede decir una frase que si no se parece a una metáfora, mejor. En Carlos Astrada, siempre se está esperando Los hijos de Fierro. Por eso en los años sesenta hubo una gran película de Pino Solanas llamada efectivamente así. En ese momento, ese gran director de cine estaba esperando a los hijos de Fierro. NO sé si puedo terminar haciendo esta misma pregunta. Si este no es también un momento de una espera de esta filialidad pero aclarando bien que una espera no es una forma dela pasividad sino una forma de compromiso activo. Muchas gracias.

APLAUSO FINAL







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