Horacio González en las Jornadas de reflexión sobre el Martín Fierro
En 2019 se conmemoran 140 años de la publicación de La Vuelta de Martín Fierro. El año pasado, el Programa Bibliotecas para armar fue invitado a la Primera Edición de las Jornadas de reflexión sobre el Martín Fierro, que se realizaron en el Partido de San Martín, Provincia de Buenos Aires. Esta es la ponencia con la que Horacio González abrió el encuentro.
Muchas gracias a
todos. Muchas gracias a la intendencia y al intendente del Partido de General
San Martín. Muchas gracias a ustedes por su presencia. Y a mí me voy a
agradecer al final si me sale bien la charla.
Efectivamente, el
ámbito del desempeño geográfico, territorial, político y cultural de José
Hernández, se inicia en éste territorio que actualmente es el Partido de San
Martín. Abarca la ciudad de Paraná, Concepción del Uruguay, Corrientes, Santa
Ana do Livramento, en Brasil, Buenos Aires… Es un periplo existencial y
territorial que tiene una fuerte marca política. Es la “politicidad” de José
Hernández. Su historia es conocida. Conocida, porque el aparato escolar
argentino, nuestras instituciones escolares, han dado debida cuenta de la
fundamental importancia de su obra. Hay años sin embargo, los años de su exilio
Montevideo, por ejemplo, que no son muy conocidos. Los historiadores
profesionales se quejan de cierta escasa documentación en algunos períodos de
la vida de José Hernández. Pero esto de ninguna manera fue obstáculo para que
se creara un interesantísimo enigma respecto de este itinerario biográfico de
José Hernández, y del personaje llamado Martín Fierro. Este es un viejo
problema de la literatura, y es un viejo problema de nuestras vidas también. Si
hay una ficción o un personaje creado por nosotros o con el cual nos
identifiquemos, que recoja efectivamente aspectos de nuestra vida que
llamaríamos “real”. ¿Cuáles son los aspectos de Martín Fierro que pertenecen a
la vida real de José Hernández?
Este que parece
un problema sencillo, que cualquier crítico literario lo tomaría como una
cuestión de primer grado inferior, es decir, hasta qué punto hay un paralelismo
entre la vida y la obra, termina transformando la cuestión Hernández-Martín
Fierro en una cuestión crucial. Asó lo han considerado los más importantes
críticos que tiene la obra Martín Fierro,
que como ustedes comprenderán, es la prueba de fuego de la crítica argentina.
Hernández, Borges, Roberto Arlt, Piglia, Fogwill… cualquier crítico argentino
se prueba examinando y escribiendo sobre esas obras del pasado y del presente
que consideramos de carácter monumental.
Por eso parece de
alguna manera simple, en qué se parece un autor a un personaje. Estaría dado
por sabido que un autor que se precie de ser tal no escribe situaciones, y
ámbitos y peripecias que reproduzcan su vida. Esto sería una excesiva
simplificación.
Apenas indagamos
en la historia de la literatura, esta relación entre personaje y autor,
coincidimos que este tema ha rondado la imaginación crítica, y si pongo este
ejemplo se van a dar cuenta, alrededor de Shakespeare. La idea de que Hamlet
era hijo de Shakespeare, la idea de un hijo que puede haber tenido, es un tema
que los eruditos shakespearianos discuten hasta hoy. En el famoso capitulo 9
del Ulises de Joyce, existe una
discusión de este tipo entre dos personajes de la novela en la Biblioteca
Nacional de Dublín, respecto de si efectivamente se podría considerar que la
obra de Shakespeare traduce momentos de su vida. Si esto es así, entonces el
problema deja de ser un problema simple, y estamos en medio de un tembladeral.
¿Qué episodios de
la vida de José Hernández se trasladan entonces a este formidable libro? Que
está en nuestra memoria, está en nuestra capacidad recitativa, está en nuestras
primeras maestras y maestros. Está en la universidad, está en la crítica
literaria más eximia, está en la teoría crítica de la cultura nacional.
En todos esos
lugares está el Martín Fierro con su
voz. Su voz, que no es su letra. Pero la relación entre voz, letra, métrica de
la voz en relación a las letras, el tipo de poética y de retórica que emplea
José Hernández, es hoy, de alguna manera, un enigma que perdura. Y si un libro perdura es porque su enigma, es
decir, lo no explicable, que contiene eso que lo hace perdurar.
Por eso, ya que
cité la importancia que tiene José Hernández (o Martín Fierro) en la crítica literaria argentina, en relación a la
propia figura de Hernández, me atendré muy rápidamente, porque esta va a ser
una charla bastante sucinta, a por lo menos dos de los grandes libros que
tratan su obra qy que se relacionan muy íntimamente entre sí.
Uno es libro
publicado en 1948 por Ezequiel Martínez Estrada, que se llama Muerte y transfiguración del Martín Fierro. Otro es el libro
publicado en los años noventa por Tulio Halperín Donghi, uno de los máximos
historiadores argentinos, que se llama José
Hernández y sus mundos. Y el otro es un libro del gran filósofo argentino
Carlos Astrada, también publicado en 1948, llamado El mito gaucho. Estos tres libros se relacionan muy íntimamente
entre sí. Los dos primeros plantean específicamente, el problema que traté de
definir tan rápidamente: hay algo que define la relación entre el autor de la
obra y la obra. Y ese algo, esa partícula indescifrable, puesto que es lo
indescifrable lo que se presenta con nítida claridad ante nuestros ojos.
Aquello que no sabemos cómo se interpreta, y pone en marcha el vastísimo
mecanismo de la interpretación, es decir, de nuestro contacto con el enigma.
En el caso de
Martínez Estrada, intenta descifrar quién era José Hernández, a través de Martín Fierro, inspirado en una obviedad. Cuando fue senador de la
república, José Hérnández era llamado “el senador Martín Fierro”. Eso
habilitaría para ver en el Martín Fierro
rasgos de la vida de José Hernández. Estos rasgos serían el expatriado, el
perseguido, el desolado, el despojado de bienes, el que cruza la frontera y
descubre que ese cruce está teñido de sangre, la frontera está hecha de sangre.
¿Estamos habilitados para hacer este tipo de transposiciones y
transfiguraciones? Este gran crítico, Martínez Estrada, piensa a toda obra
literaria como una transfiguración. Es decir, nunca estamos ligados a una
figura inmutable, nunca estamos ligados a un momento en el que nuestro rostro
aparece como único e irreductible. Por eso todo está destinado a una
transfiguración. Y toda transfiguración es una manera de decir que todos somos
hijos de un destino, pero ese destino es inescrutable.
De este modo, en
este gran volumen que es extraordinario, Muerte
y trasfiguración de Martín Fierro, Martínez Estrada inaugura un tipo de
crítica literaria en la Argentina, que no existía hasta ese momento, y que no
existe aún ahora, donde la crítica literaria universitaria tiene cierta
posición de exterioridad respecto a la obra. Es decir, el crítico literario es
una figura que surge de un conjunto de saberes, que se sitúan frente a una obra
que se intenta descifrar o desentrañar. A esa obra le ve superficies, napas
interiores ocultas, y eso es efectivamente la tarea un crítico. Hacer que esos
planos interiores, subterráneos, e inconscientes de la obra surjan a la luz. En
el caso de Martínez Estrada, él va mucho más allá. Ve a la obra con sus
personajes con sus personajes debatiendo internamente, y de una manera que el
autor no había previsto. Por ejemplo, el famoso episodio de Cruz y Fierro, que
es un episodio que Borges llamó “la noche trascendental de la literatura
argentina”, primero para elogiarla y después para criticarla. Es el momento en
el que el sargento jefe de la partida se pasa al bando de un desertor.
Ese momento es un
momento central de la lógica interpretativa del Martín Fierro, desde el punto
de vista político. No le voy a dedicar mucho tiempo a esto, porque es un tema muy
conocido como Borges fue ensayando distintas interpretaciones de ese acto,
donde en el sargento Cruz vio la representación de un orden militar, y en
Fierro vio la representación del orden de la deserción y del cruce de la
frontera hacia la barbarie. Como en Borges siempre esto es muy sugestivo, esta
materia es la materia plástica de la amistad hecha en la obra de Borges, en los
años setenta, años muy conmocionantes para todos, Borges dijo una frase
concluyente. No en ninguna obra que él reconozca como cuerpo esencial de su
obra permanente, sino en un reportaje: que a la Argentina le va mal por haber
consagrado ese momento, que es el momento en el cual deserta un miembro del ejército.
Esto, dicho en la década del setenta tenía su condición interpelativa bastante
compleja. Estaba mirando las posibilidades de un ejército que no tuviera
fisuras internas y condenando a un desertor, pero no fue siempre esa la opinión
de Borges.
En Martínez
Estrada esto funciona de una manera totalmente diversa. Cruz aparece como
alguien que proclama su amistad con Fierro, descubierta súbitamente. Es decir,
se produce un momento de suma originalidad en un itinerario existencial. Un
momento irrepetible, donde alguien, para decirlo con palabras de Borges,
descubre quién es. Y Cruz, cuenta su historia después, que es una historia muy
semejante a la de Fierro. La de alguien que en la frontera es expulsado de sus
bienes, de su territorio, de su mujer, y siempre están en juego el comandante,
el juez de paz, que son las figuras del Estado que actúan con un papel
totalmente negativo. La fascinación que tiena la Ida de Martín Fierro, todo el
papel del Estado con sus tentáculos en los pequeños poblados donde había
productores. Y el Estado confunde su tarea de acompañar a los productores rurales,
y los transforma en soldados de indescifrables guerras. De ahí que son
personajes que huyen de la justicia, justicieros ellos mismos, porque son
poseedores de una estatura moral superior a la de los jueces.
Esa es la fuerza
que hoy sigue teniendo el Martín Fierro: el perseguido por el juez es alguien
que tiene más valor moral que el juez, que es apenas una marioneta de los
juegos oscuros y represivos del Estado.
Esto hablando con
un lenguaje actual de aquello que trascurrió como un poema político y literario
hace bastante más de un siglo.
En el caso de
Martínez Estrada, lo ve a Cruz como un enemigo de Fierro, cuando proclama su
amistad hacia Fierro en realidad lo ve como un personaje falsario. Y eso es un
modo de la crítica literaria muy origina, porque en ningún momento el autor lo
presenta así, ninguno de sus críticos lo presentó así, porque para presentarlo
como un falsario a Cruz, que en realidad es la visión que tienen los sucesivos
lectores de Fierro, aparece como alguien para quien es superior el valor de
defender a un valiente, sea quien sea ese valiente. Sea un desertor, sea
alguien que puede haber matado. Entonces es muy exigente ese valor. Si es un
valiente, quedan rebajadas todas las demás connotaciones que puedan manchar el
compromiso de un valiente. Por eso el sargento Cruz “no consiente que se trate
así a un valiente”.
También el
sargento Cruz para dar ese paso, esa frontera no territorial, que es la
frontera entre el orden y el desertor, y comenzar a pelear contra la partida de
la cual él era el jefe, también tenemos aquí un elemento que está en la
literatura de Borges, está en el Martín Fierro, y está en otro pensamiento
ético tomado en su máxima generalidad. ¿En qué lugar estamos? ¿Cómo se anudan
en nuestra vida los síntomas de la traición o los síntomas de la lealtad? Ese
anudamiento hace a nuestra consciencia permanentemente. ¿A qué somos leales? Y
si cometemos algo que pueda ser llamado
una deslealtad, ¿cuál sería el valor primigenios superior a aquel en el que
estamos incluidos, que justifique que cometamos tal acto que normalmente sería
reprobable?
Ese y otros
episodios hacen a la fuerza del Martín
Fierro. No obstante, Martínez Estrada lo que dice es que en el propio
relato que hizo José Hernández del sargento Cruz, que es un relato paralelo al
despojamiento que sufre Martín Fierro, están los síntomas de alguien que estaba
destinado a ser siempre traidor.
Pero dice algo
más: que arruina la obra. A partir de ese encuentro, Martín Fierro ya no es el
mismo. Es un Martín Fierro que se desnutre, que pierde su vivacidad, que pierde
su voz propia. Es grave que un crítico diga eso de alguien que tiene una voz,
porque como se dijo siempre, y Borges
inició muy especialmente esa idea, en realidad toda la literatura está
concebida como un montaje no superfluo sino necesario sobre otro elemento aún
más necesario, que es la voz. Por eso quien tiene una voz tiene un destino.
Y es más complejo
aún cuando se trata de la voz del gaucho que se ha perdido, y alguien tiene que
reinventarla. Cuando la reinventan, y esto también lo dice Borges, ya los
gauchos no hablaban así. La tienen que volver a leer de los doctores de la
ciudad, o de los letrados de la ciudad, que reinventan esa voz y comienzan a
hablar nuevamente de un modo gauchesco que se había perdido. Por eso, toda voz
necesita pasar por una literatura. Por un tamiz, por un escalón, por un
estamento, por un arbitrio que la reconstruya como voz, al ver que hay una
originalidad que ha sido perdida para siempre. Esa es la complejidad de la voz
del gaucho, y diría que de nuestra propia voz también. Porque la creemos muy
auténtica, y necesitamos creerla muy auténtica, pero al mismo tiempo es algo
que proviene de nuestra educación, de nuestra enseñanza, de nuestros debates,
de nuestros gritos, de nuestra angustia, de nuestros sentimientos encontrados.
Todos estos
temas, que son los temas de la vida vivida con angustia, de los que trata Martín Fierro.
Y Martínez
Estrada en 1948, con Muerte y
transfiguración del Martín Fierro, lo que dice es que Picardía, el hijo de
Cruz, fue escrito antes, fue pensado antes por José Hernández, y es el boceto
de Fierro. Son como hipóstasis, digamos, para poner una figura retórica. Una
figura encierra a la otra mejor desarrollada. Y otro que interviene después,
Cruz, arruina todo, porque es el traidor no percibido.
Esta es una gran
originalidad desde el punto de vista de la crítica; un volumen como el de
Martínez Estada que ocupa más o menos mil páginas, y que es una gran
investigación que les recomiendo, porque quizás es lo más alto que se ha
escrito sobre el Martín Fierro,
porque nos trae la absoluta novedad de que el autor no escribe para arruinar
sus personajes, entonces todo libro se manifiesta ligado a cierta divinidad, a
cierta entidad superior que son los dioses, que escriben los libros. Y en ese
sentido lo compara a la Divina Comedia del Dante, que es la máxima comparación
que se puede hacer con el Martín Fierro. Y algo que trae el mismo autor,
arruina su obra.
Estamos entonces
ante un horizonte crítico de profunda originalidad. Cierta crítica de carácter
conmemorativo que usualmente se hace al Martín Fierro, permite que se digan
estas otras cosas, que son la base por la cual el Martín Fierro sigue siendo
algo que no solo interrogamos sino que él también nos indaga.
Y Martínez
Estrada, que es una figura complejísima de la cultura argentina, complejísima,
ni me atrevo ahora a decir por qué, intuye que tiene que rescatar al Martín
Fierro como un libro dedicado a los dioses. No dice cuáles. Porque
efectivamente ese es el choque que tiene la obra de Martínez Estrada con el
aparato crítico argentino. Una obra es literal, metafórica, y al mismo tiempo
dedicada a los dioses.
De algún modo
Hernández los sospecha, cuando dice que: “no ha de llover en el rancho donde
esté este libro”. Es un libro que se refiere a sí mismo en el propio transcurso
de su ejercicio narrativo.
En ese sentido,
Tulio Halperín Donghi, que es tan problemático como Martínez Estrada, y de
algún modo su discípulo, aunque nadie quiera reconocer tan fácilmente, esta
íntima relación entre las dos obras, por supuesto que no es un crítico
literario (lo dice en su libro), es un historiador, es un historiador que escribe sobre el
tiempo, el tiempo es su escritura, un historiador que no está fuera del tiempo
(eso es difícil de encontrar), un historiador que no ve los acontecimientos
sentado en su sillón de actualidad, sino que se desespera por querer
acompañarlos en el momento en que ocurrieron, y eso solo ocurre en el drama de
la escritura. Porque no existe la máquina del tiempo, a menos que un genio
argentino la invente en estos momentos, y no sepamos reconocerlo, esa máquina
del tiempo forma parte de la literatura fantástica.
Y de algún modo,
la escritura del historiador, forma parte de la escritura fantástica. Es el
único libro que traje, José Hernández y
sus mundos. Y en el último capítulo, que se llama La transfiguración del
Fierro, toma el término “transfiguración”,
o sea… más Martínez Estrada, imposible. Lo que quiero señalar tanto para
Halperín Donghi como para Martínez Estrada es que funcionan en lugares
diferentes de los recovecos bibliográficos argentinos. Uno está acá, otro está
allá, sin embargo, no hay Halperín Donghi sin Martínez Estrada. Con todas las
diferencias políticas, de época, de lecturas, de universidades… Uno es un
consagrado profesor, el otro es un consagrado marginal. Pero hay algo que los
anuda muy firmemente: Halperín Donghi toma ( y no solo en su escritura, que se
parece mucho a la de Martínez Estrada), la idea de la transfiguración, la idea
de que Picardía es el esbozo, la idea de que Cruz no es una amenaza para el
libro (eso Halperín Donghi no lo aceptaría), sino que no aceptándose como
crítico literario, porque dice “no lo soy”, quiere explicar por qué un
periodista del montón (lo llama así), como José Hernández, escribió el Martín
Fierro. Esa es una pregunta que nos genera mucha inquietud, porque a priori
nadie le dice a Martín Fierro… a José Hernández, y aquí cometí el lapsus que
revela hasta un punto esa asociación shakespeareana entre Shakespeare y su hijo
llamado Hamlet, que es posible en la charla coloquial… Bueno, periodista del
montón para José Hernández, es señalar con cierto atrevimiento despectivo,
probablemente quien lo dice después puede rebajarlo para sugerir que lo dijo
para que pensemos lo contrario, porque la obra periodística de José Hernández
es formidable. Ojalá tuviéramos periodistas así: era un periodista de combate,
como lo son todos los que tenemos en nuestra lectura diaria, pero Halperín
Donghi llama al momento en el que actúa Hernández, el momento más faccioso de
la historia argentina.
No podemos decir
que haya tantas diferencias con el momento que vivimos hoy.
Pero para seguir
empleando la palabra faccioso, efectivamente es el momento de la organización
nacional. José Hernández es un federal. No así toda su familia. José Hernández
está al servicio de Urquiza en un primer momento, es autor del gran alegato “En guardia General Urquiza”, después del
asesinato del Chacho Peñaloza; es el máximo panfleto escrito en la historia de
la panfletería argentina. Si digo el máximo, es porque conozco los panfletos
que se han escrito a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años, y los que
se han escrito desde la Revolución de Mayo en adelante, y ese es el máximo
panfleto. Y de algún modo tiene ingredientes de lo que es el Martín Fierro.
Esta es una
advertencia a Urquiza que después será asesinado por los hombres de López
Jordán. Y uno de los hombres de López Jordán será también José Hernández. Por
eso su historia no es una historia gentil. Es una historia que tiene el rastro
que tiene la historia argentina.
Es un rastro
complejo, es un rastro que tiene salpicaduras de un ingrediente que no voy a
mencionar, pero salpica permanentemente. Por eso Martín Fierro las tiene en sus
planos interiores. En ese sentido, la idea de Halperín Donghi de decirle
“periodista del montón”, es muy sugestiva. Porque sería lo que hoy llamaríamos
un desarrollista, incluso. Porque quiere que las fronteras tengan escuelas,
iglesias, cultivos.
En la primera
parte del Martín Fierro presenta una
situación edénica. El gaucho vivía en un Edén, esperando que pase el
ferrocarril, y lo impiden poderes oscuros, aviesos, los poderes de Buenos
Aires, los poderes que los que él en el panfleto llama “salvajes unitarios”.
Pero en realidad, traza planes para ferrocarriles, encuadra maneras de proceder
del estanciero, cuando es senador quiere reconocer pero sobre la base de la
gran propiedad fundiaria… La vuelta de
Martín Fierro, como tantas veces se dijo, y eso es indiscutible, viene a
desdibujar de alguna manera esa huella sanguinolienta que tiene, y que son los
mejores momentos del relato: los combates con el indio, el resbalarse en la
sangre del niño asesinado por un indio, cuando vuelve desencantado de la
toldería. Esos son grandes momentos éticos del libro, porque se abre una ética
de la ciudad a la toldería, que es una ensoñación poética argentina constante.
Hay una
contraética, que está en el mismo libro, que está en La Vuelta, de la ciudad contra la toldería. Todo eso transcurre en
una consciencia ética y podríamos llamar a esta altura, una buena consciencia
dialéctica que tiene el poder de representar los debates políticos argentinos.
Bueno, Halperín
Donghi, uno de los grandes historiadores que todos admiramos por su escritura,
que en general hace huir de espanto a los estudiantes de Historia, que la quieren más fácil, digamos. Pero lo
cierto es que hay que pasar por la escritura de Halperín Donghi, que es leer paso
del tiempo, que se escurre como arenilla entre los dedos. Si sabés describir
eso, estás haciendo Historia, escribiendo sobre historia. Escritura y tiempo. Por
eso la pregunta es “por qué un periodista del montón”, y aclaro otra vez que no
era un periodista del montón. Fundó
diarios, en Paraná, en Concepción del Uruguay, en Corrientes, el Nacional
Argentino en Paraná, otro en La Plata también, del que no me acuerdo el
nombre. ES un “diarista”, como se diría,
es un periodista de combate. Hacía “periodismo de guerra”, según una expresión
argentina que escuchamos hace poco, en los debates de nuestro país. “¿Cómo ese
periodista escribió el Martín Fierro?” Es como preguntar por qué uno de los
periodistas de los grandes medios que están todo el día, no escribe una gran
obra. Los fabricantes de palabras, la industria de las palabras, la industria
de la consumación de la vindicta sobre persona concretas a través de las
palabras, escritas por el fugacísimo periodismo, ¿quién de ellos (y no voy a
mencionar a ninguno, todos los conocemos) escribirá una obra consular que se
incorpore al torrente circulatorio de la vida argentina?
Esa pregunta la
podríamos hacer hoy. La hace Halperín Donghi. ¿Y cuál es la respuesta de un
historiador que escribe para debatir y combatir con los mitos como es Halperín
Donghi? Toda su obra es el modo, quizás fracasado diría yo, porque debatir con
un mito te lleva al fracaso, pero vaya si no hay otro debate más importante que
ese. Lo reconozco…
Halperín Donghi
condenado a debatir con los mitos en el momento de enceguecimiento de la
sociedad, el momento en el que la sociedad, no sabe reconocer sus fuerzas
laicas efectivas, la solución que encuentra para el hecho de que un periodista
del montón haya escrito esa obra monumental, es una intuición súbita. Es decir,
el que debate con los mitos, el que hace de los mitos una construcción
artificiosa para producir un poder autobiográfico que después jugará en los
naipes de la política, tiene que aceptar que hay una inspiración poética, que
hay una poética, y que eso ya incluye una inspiración que lo lleva a alguien,
no sabemos por qué, (y ese no saber por qué es sumamente extraordinario), a
escribir una obra donde compara al gaucho con los brahamanes persas, con lo
cual le da a la Argentina una antigüedad ilusoria de tres mil años.
Mientras Lugones,
en El payador, que trata este mismo
tema de otra manera, lo hace descender de los héroes griegos. Por lo tanto, a
la Argentina le da menos edad ilusoria y metafórica. El prólogo del Martín
Fierro le da tres mil años. Ilusorios,
pero a los efectos de una literatura que un periodista del montón que por un
impulso súbito, un movimiento imprevisto, una oportunidad que no sabe descifrar
él mismo, un misterio, un enigma, escribió éste libro.
Y el otro libro,
ya para terminar, porque me parece interesante que sea mencionado acá, también
del ’48, disputa con el de Martínez Estrada, (los dos escritos en pleno primer
peronismo), es El mito gaucho, de
Carlos Astrada. También se basa en la idea de transfiguración, y como Astrada
en ese momento estaba bajo la influencia de Heidegger, que encuentra en la voz
indescifrable de los poetas la magia posible que si se sigue su itinerario
llevaría a construir una comunidad que se vea a sí misma como constructiva del
sentido de una Nación. Para construir un destino.
Por supuesto que
son todos elementos discutibles de una poética. Lo cierto es que El mito gaucho fue un libro muy leído,
menos hoy, pero fue muy leído en los sesenta y en los setenta, veinte o treinta
años después de que se hubiera escrito. Porque en El mito gaucho, de Carlos
Astrada, no solo se condena el mito, se lo refuerza. Y la nación argentina se
salvaría si escuchase el mensaje encerrado en esas sextinas, en esos octosílabos,
en esa desesperación, en esos cruces, en esa ruptura de la guitarra, en esos
lagrimones, en esos duelos… si se escuchase eso, la Argentina encontraría la
veta de la justicia social. O el equivalente que pongamos desde el punto de
vista que llamaremos sociopolítico. Por eso, en una de las vertientes que
Carlos Astrada reconoce en el Martín Fierro, incluso ve vertientes
orientalistas, que están. Hay mucho en el Martín
Fierro de las lecturas erráticas que hacía José Hernández.
En uno de sus
capítulos, llamado Los hijos de Fierro,
ve en el Martín Fierro una promesa,
una profecía. Los hijos de Fierro, que como ustedes saben se cambian todos el
nombre, y se desperdigan, ese cambio de nombre también interesa. El cambio de
nombre le da a una obra el indicio feroz de su perdurabilidad. No se cambia el
nombre así nomás. Incluso Martín Fierro es un arquetipo, dice Martínez Estrada.
Halperín Donghi con una palabra que le es muy característica dice “una
estilización”, es decir, un concepto que reúne muchos elementos dispersos, y se
puede decir una frase que si no se parece a una metáfora, mejor. En Carlos
Astrada, siempre se está esperando Los hijos de Fierro. Por eso en los años
sesenta hubo una gran película de Pino Solanas llamada efectivamente así. En
ese momento, ese gran director de cine estaba esperando a los hijos de Fierro. NO
sé si puedo terminar haciendo esta misma pregunta. Si este no es también un
momento de una espera de esta filialidad pero aclarando bien que una espera no
es una forma dela pasividad sino una forma de compromiso activo. Muchas
gracias.
APLAUSO FINAL
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