Op Oloop, de Juan Filloy

Hasta hace pocos años, Juan Filloy era casi desconocido. Mempo Giardinelli (a cuya obra está dedicado el ciclo), lo entrevistó varias veces en las décadas del 80 y el 90. Este año esas entrevistas se estrenaron como documental. "Don Juan", se proyectará en el encuentro de Literatura y Cine, el martes de la semana próxima. Esta tarde, Mario Méndez va a trabajar Op Oloop, una de las novelas del autor cordobés de la que compartimos un fragmento.


10 Hs.
Sonaron las diez. Ya había escrito todas las invitaciones. Solo le faltaba redactar el sobre de la última para su amigo más íntimo: Piet Van Saal. Pero una fuerza enorme le inhibió. Algo así como dos garras plúmbeas se posaron en sus hombros. Y lo sustrajeron a su empeño.
Permaneció largo rato con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón giratorio. La laxitud parecía hacerle la barba. Después abrió los ojos con dulzura. Y como engañando a la fatiga, lentamente aproximó de nuevo su busto al escritorio. Miró a izquierda y derecha, lleno de cautela-como quien va a cometer una mala acción-y tomó la pluma. Pero no pudo escribir más que la S de Señor. Una ese mayúscula fina y elegante en forma de gancho de carnicería. Y colgó en ella la carne: su cansancio, y el alma: su fastidio.
Op Oloop acababa de convencerse una vez más que no es posible ser traidor a sí mismo. “DOMINGO: ESCRIBIR DE SIETE A DIEZ”, era la regla. Cuando la vida está ordenada como una ecuación no se pueden saltar las coyunturas matemáticas. Era incapaz de cualquier impromptu allende las normas preestablecidas; aún del levísimo impromptu gráfico de poner el nombre y domicilio en un sobre ya empezado.
-Lo veré personalmente-se consoló.
Verdugo paulatino de toda espontaneidad, Op Oloop era ya el método en persona. El método hecho verbo. El método que canaliza en profundo las ilusiones, las sensaciones y las voliciones. El método ya consubstanciado que evita los respingos del espíritu y los corcovos de la carne. ¿Cómo romper su vaivén rítmico? ¿Cómo alterar su influencia consuetudinaria?
-Es inútil. No podré nunca emanciparme. El hábito me ha forjado una tiranía atroz. Yo no quise nada más que trabajarme, hacerme grande desde la pequeñez, como una de esas joyas diminutas del Renacimiento, cinceladas sobre la paciencia, que ostentan el decoro de una fresca intuición y una larga sagacidad. Pero me he adiestrado idiotamente en una amarga escuela de constricción. He hecho de mi espíritu un cronómetro de exactitud ineluctable, con timbre despertador y esfera luminosa… Oigo y veo mi “exacto” fracaso a cada instante. Y sufro no poder vencerme, venciendo el arte indigno que ahogara desde el escrúpulo más tenue al impulso más poderoso. Un factor novel de rebeldía, tímido ayer, implacable ahora, trabaja la populosa pena de mis ideas. Estérilmente. Me he castrado el afán de ser algo, ¡algo notable! en el concepto del mundo. Y solo he logrado ser algos, en el sentido patológico de la palabra: un dolor vivo que se desliza oculto bajo las horas y la mentira de mis propias sumisiones.
No hablaba. Su voz era dirigida hacia adentro, a un daimon acurrucado en la conciencia.
El valet entró en ese momento.
-Señor, me permito recordarle que hoy, domingo, a las diez y media, debe usted tomar su baño turco. No le quedan más que pocos minutos para llegar a tiempo. ¡Pido el auto!
-¡Todavía esto! Ya le he dicho que no olvido nunca nada. El auto está pedido. Entregue hoy mismo esta correspondencia a sus respectivos destinatarios.
Un movimiento automático de la cabeza cercenada hizo chocar la barbilla con el tórax del mucamo. Se contrajo a entregarle el sombrero, el bastón y los guantes.
Hay personas que conocen los días en que viven por los boletos de combinación que expenden los tranvías, por los avisos bancarios de próximos vencimientos, o por los almanaques de las oficinas donde llenan gratuitamente de tinta la pluma fuente. Op Oloop no era de esos. Su casa era una agenda viva, un archivo meticuloso, un emporio de mementos. Cada pared ostentaba profusión de tablas sinópticas, mapas estadísticos y diagramas policromados. Cada mueble era un almacén repleto de datos y reseñas, de estudios y experiencias. Cada cajón, un fichero que custodiaba la fidelidad de su memoria.”


Op Oloop
Juan Filloy
Paidós, 1967. 

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