La leyenda del Congreso de Tucumán

La historia es una construcción, una mirada, un punto de vista. La ficción histórica intenta encontrar cierta verdad en la literatura, una verdad a veces evidente pero fuera de todo rigor científico. En esta nota Laura Ávila nos habla de un Congreso acerca de la historia, y la lectura en clave de leyenda que, en el Bicentenario de la Independencia hicieron algunos autores de la LIJ.


Por Laura Ávila

Cuando estaba por cumplirse el Bicentenario de la Independencia, en 2016, muchas editoriales infantiles quisieron publicar libros que hablaran del Congreso de Tucumán.
Yo no estaba muy de acuerdo con publicar solo por una efeméride. El Congreso de Tucumán y yo no nos llevábamos bien, tampoco; siempre me pareció que no había resuelto gran cosa, que no había logrado su propósito de organizarnos bajo una Constitución y una forma de gobierno definida y que no había reparado los problemas de fondo del país, dividido y desigual.
Lo único bueno que tuvo fue que se hizo en Tucumán, lejos de Buenos Aires, y que algunos diputados querían incluir en él, representantes de los Pueblos Libres de Artigas.
Pero esas buenas intenciones se diluyeron, como presencias fantasmales, en los márgenes de las historias jamás logradas.
Los libros de LIJ que se escribieron ese año tienen nombres muy curiosos:
El fantasma de Francisca, Un misterio en Tucumán,  Un viaje inesperado,
La moneda maravillosa. Todos refieren a un arcano, una aparición, una sorpresa, un prodigio. Bien mirados, son títulos de leyenda más que de hechos históricos. Y es en ese pliego donde quiero detener la mirada, en esa combinación entre la fantasía y el devenir de la historia.
El libro que yo publiqué se llama Los espantados del Tucumán y sucede durante las deliberaciones del Congreso en la casa que doña Francisca Bazán les alquiló a los diputados.
El hecho del alquiler es real. También la cuestión de que esa casa no permanecía mucho tiempo alquilada: los inquilinos se iban muy rápido, sin terminar los contratos y muchas veces sin pagar.
Los congresales no fueron la excepción: se fueron antes de terminar la tarea de la Constitución, después de haber discutido casi un año en vano.
El condimento de leyenda que posee el libro es la aparición de un duende sombrerudo, bien tucumano, escapado de la Salamanca, el mítico lugar norteño en donde se podían hacer pactos con el Malísimo.
Es ese duende mitológico el que se encarga de estropear el Congreso y de hacer pelear a estos protounitarios y protofederales que lo componían. Es el duende el que consigue que los Anchorena tengan simpatías por el bajo pueblo y que los hombres probos de las Provincias Unidas, más interesados en las riquezas del puerto de Buenos Aires que en la Independencia, escuchen por un momento las ideas libertarias de Manuel Belgrano y San Martín.
Leyendas de duendes en Tucumán hay muchas: el petiso de sombrero, el enano del zanjón, el niño no bautizado (se trata de un angelito muerto antes del bautismo, que se diablizó y ahora vaga sin paz por el monte), el sátiro de dientes largos…
Algunos tienen una mano de lana y otra de hierro. Te ofrecen darte un golpe y que elijas una mano para que te lo de. Dicen que la mano de lana es la más dolorosa. Muchos aseguran que tiene cara de bebé y colmillos de vampiro. Además afirman que sus víctimas favoritas son las niñas, y que se las lleva a la Salamanca a la hora de la siesta.
La leyenda del duende norteño tiene su correlato en el litoral, donde se llama Yaciyateré, y aparece como un niño hermoso con un bastón de oro. Este ser tienta a los más pequeños con miel y frutas y luego los abandona en la selva. Otros litoraleños creen que el duende es el pombero.
Hay duendes más benignos, que más que duendes son dioses de la tierra. Uno es Coquena, protector de la naturaleza y amigo de los pastores: otro es el Yastay, hermano de la Pachamama.
Sabido es que los duendes se alejan con ofrendas de tabaco.
La leyenda del duende norteño y la Salamanca ya se conocía desde la época del Virreintato. Esconde una síntesis entre el mundo europeo y el mundo indígena, cuyas expresiones religiosas eran muchas veces sofocadas por los españoles dominantes. Recomiendo leer  Las salamancas de Lorenza, de Judith Farberman (2005), un ensayo histórico de magia, hechicería y curanderismo en el Tucumán colonial.
Para terminar, me quedo con esta reflexión: muchos escritores de la LIJ evocamos el Congreso en clave de fantasía y leyenda. Ese llamado a otro género, a otra forma de mirar, ¿no estaría escondiendo una Independencia que fue ficción, que todavía queda por hacerse?

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