“No descanses en paz, alza los brazos…”
En homenaje a los cien años del nacimiento de Eva Perón, desde Libro de arena vamos a repasar las obras literarias que dan cuenta de la vida y la tragedia de quien, a pesar de haber participado unos pocos años en la vida política, se transformó en una poderosa figura de la historia argentina y mundial.
Este 7 de mayo se cumplen cien años del nacimiento de Eva Perón. Sin dudas, una de las personalidades fundamentales en la política del siglo XX.
Su historia personal puede asociarse con lo que en el análisis literario se conoce como “el periplo del héroe”: hija no reconocida de un padre que intentaba ocultar lo que en Los Toldos era un secreto a voces, una intensa vocación por la actuación que la llevó a viajar a Buenos Aires, sola, a los quince años, su incursión en radioteatros, el cine y el teatro, viviendo en pensiones y comiendo salteado. Hasta que todo cambia drásticamente cuando conoce a Juan Domingo Perón en 1944, momento desde el cual lo acompañará tanto en la vida como en la construcción política del movimiento peronista.
Evita llegó a ocupar espacios de poder desde los que promovió políticas sociales que impactaron profundamente en la vida de toda la población. Las mujeres en la Argentina le deben, además, la posibilidad de hacer uso de sus derechos políticos, ya que gracias a su insistencia permanente, se discutió y finalmente se sancionó la Ley 13.010 de sufragio femenino el 9 de septiembre de 1947.
Su enfermedad y prematura muerte a los treinta y tres años agregaron una dimensión mítica a su biografía. Esa dimensión fue determinante para la cantidad de representaciones literarias que dan cuenta de su vida, de su muerte, y de su peso en el imaginario de la infancia de esos autores.
Rodolfo Walsh, David Viñas, Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez, Néstor Perlongher, Juan Diego Incardona, Copi, son algunos de los que escribieron sobre Eva, o que produjeron obras inseparables de su existencia y de su actividad política.
Y el abordaje tiene múltiples sentidos: desde la ausencia, que es la presencia de mayor peso en “Esa mujer” o en “Señora muerta”, pasando por el análisis de la creación del mito en Santa Evita, o el de “Evita vive (en cada hotel organizado)”, de Perlongher, que desató una intensa polémica cuando se publicó en la revista El Porteño en 1989. Particularmente significativo es el poema que le dedicó María Elena Walsh en 1976, y que transcribimos a continuación.
Durante el mes de mayo, en Libro de arena vamos a volver sobre estos textos que dan cuenta de la vida y la tragedia de Eva Perón. Para homenajear los cien años del nacimiento de esta mujer, que a pesar de haber participado unos pocos años en la vida política, se transformó en una poderosa figura de la historia argentina y mundial.
EVA (M.E. Walsh)
Calle Florida, túnel de flores podridas.Y el pobrerío se quedó sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.
Sombríos machos de corbata negra
sufrían rencorosos por decreto
y el órgano por Radio del Estado
hizo durar a Dios un mes o dos.
Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.
Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona
El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla "amémonos".
Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro, sedas virreinales,
vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando
venganza en sótanos y con picana.
Y el amor y el dolor que eran de veras
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos,
Madrecita de los Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lágrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro
mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas
pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.
Días de julio del 52
¿Qué importa donde estaba yo?
II
No descanses en paz, alza los brazos
no para el día del renunciamiento
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.
No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?
Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.
Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje
empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.
Cuando juntas las reas y las monjas
y las violadas en los teleteatros
y las que callan pero no consienten
arrebatemos la liberación
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.
Tener agallas, como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta
aunque nos amordacen con cañones.
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