200 años del nacimiento de Walt Whitman

Se cumplen doscientos años del nacimiento de Walt Whitman, a quien muchos consideran el padre de la poesía moderna, y la voz poética estadounidense más importante del siglo XlX. La totalidad de su obra poética está reunida en Hojas de hierba.



Por María Pía Chiesino

Whitman es el poeta que da cuenta del nacimiento de la nación estadounidense, mucho antes de que los Estados Unidos se convirtieran en un imperio. Antiesclavista, antibelicista, es autor de extensos poemas dedicados a distintos presidentes, a la libertad y la democracia, a los soldados de la guerra civil (en la que peleó uno de sus hermanos y  en la que él mismo se desempeñó como enfermero voluntario) y a la celebración de la paz. Una de las zonas destacadas de su poesía es también la referida al amor. Esta dio lugar a controversias sobre la homosexualidad o bisexualidad del poeta. Todas las entradas que quieran hacerse a la obra de un poeta son válidas. Intentar agotar la lectura de un poeta de las dimensiones de Whitman en la discusión sobre sus preferencias sexuales, es como intentar ponerle un límite a la pampa. Su poesía entra en ese terreno, por supuesto, pero está lejos de agotarse allí.
Utilizó el verso libre y una métrica paradójicamente imposible de medir. En su obra se refiere tanto a Abraham Lincoln (en un extenso poema dividido en dieciséis partes), como a su familia, a su ciudad, a sus amantes, y por supuesto, a sí mismo. Compartimos tres poemas del inagotable Walt Whitman, en esta celebración de su bicentenario.


Nosotros, dos chicos juntos, agarrados

Nosotros, dos chicos juntos, agarrados,
sin separarnos nunca uno del otro,
recorriendo juntos los caminos – hacemos excursiones
    de norte a sur,
disfrutamos el poder – estiramos los codos
    –  apretamos los dedos,
armados y sin temor – comiendo, bebiendo, durmiendo, amando,
sin admitir más ley que la nuestra – navegando, militando,
    robando, amenazando,
alarmamos a tacaños, serviles y curas – tomando aire,
    bebiendo agua, bailando en el pasto o en la playa,
cantamos con las aves – nadamos con los peces
    – con los árboles echamos ramas y hojas,
inquietamos a las ciudades, despreciamos la comodidad,
    nos burlamos de los estatutos, perseguimos la debilidad,
    completamos nuestro ataque.



No sólo sobre vos caen las manchas oscuras,
la oscuridad dejó caer sus manchas también sobre mí,
lo mejor que había hecho me pareció vacío y sospechoso,
lo que creí mis grandes pensamientos, ¿no eran en realidad muy pobres?
no sos el único que sabe lo que es ser malo,
soy yo el que supo lo que era ser malo,
yo también tejí el viejo nudo de la contrariedad,
balbuceé, me ruboricé, me molesté, mentí, robé, envidié,
tuve astucia, furia, lujuria, deseos ardientes que no me atreví a expresar,
fui caprichoso, vanidoso, glotón, superficial, ladino, cobarde, maligno,
el lobo, la serpiente, el cerdo, no faltaron en mí.
La mirada tramposa, la palabra frívola, el deseo adúltero, no me faltaron.

Rechazos, odios, aplazamientos, maldad, pereza, nada de esto me faltó,
fui uno con el resto, los días y los sucesos del resto,
fui llamado por mi apodo más íntimo por las voces fuertes y claras de hombres jóvenes,
cuando me veían llegar o pasar,
sentí sus brazos en mi cuello al pararme, o el contacto negligente de su carne contra mí al sentarme,
vi a muchos de los que amé en la calle o en el ferry o en las asambleas públicas, pero nunca les dije        una palabra,
viví la misma vida con el resto, la misma vieja risa, mordisqueo, sueño,
representé el papel que aún recuerda el actor o actriz,
el mismo viejo rol, el rol que es lo que hacemos, tan grande como nos guste,
o tan pequeño como nos guste, o grande y pequeño a la vez.


Vi crecer un roble en Louisiana,
se erguía solo y el musgo colgaba de las ramas,
crecía allí sin compañero, emitía hojas alegres de un verde oscuro,
y su aspecto, rudo, sólido, vigoroso, me hizo pensar en mí,
pero me pregunté cómo podría emitir hojas alegres parado allí solo,
/sin su amigo cerca, porque sabía que yo no podría,
y rompí una ramita con algunas hojas y le envolví un poco de musgo,
y me la llevé y la puse a la vista en mi habitación,
no necesito que me recuerde a mis queridos amigos,
(creo que últimamente no pienso en otra cosa),
pero persiste ante mí como una señal curiosa, me hace pensar en el amor viril;
por todo eso, y aunque el roble brilla allí en Louisiana, solitario /
en un amplio espacio abierto,
y emite hojas alegres toda su vida, sin su amigo o amante cerca,
sé muy bien que yo no podría.



Hojas de hierba
Walt Whitman
Editorial Losada, 2009.

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