100 años de Evita: tres historias bolivianas
El
7 de mayo de 2019 se cumplió un siglo del nacimiento de Evita. ¿Qué no se
escribió sobre ella? Todo. O casi todo. Hoy, para recordarla, van tres apuntes
desde las montañas, dos políticos y uno genial e inmortal como ella.
Por Pablo Cingolani*
Andrés Solíz Rada, primer ministro de hidrocarburos de Evo Morales, fue también ideólogo de la izquierda nacional boliviana, a la vez que periodista de fuste e historiador. En este último rol, ligando la lucha política con la labor de rescate del pasado, indagó sobre la vida de Carlos Montenegro, el autor de Nacionalismo y Coloniaje, obra brújula del nacionalismo revolucionario boliviano del siglo XX.
Indagó,
de manera especial, en el exilio argentino de Montenegro que coincide con el
primer gobierno del esposo de Evita, el General Juan Domingo Perón. Es un
ensayo fervoroso, como casi toda la producción intelectual de los militantes de
la izquierda nacional, que escribió alrededor de -2005 o 2006 Confieso: sigue
perdido entre mis archivos digitales y me arrepiento de no tener una versión
impresa en papel, el dichoso papel que vence al tiempo.
Solíz Rada afirma dos cosas:
1.
Que Montenegro, apreciado por Perón (a diferencia de la distancia que mantuvo
con Víctor Paz, también exiliado en Buenos Aires, algo que también confirma su
hijo Ramiro), trabajaba en la cancillería argentina y que fue uno de los que se
aplicaron a la construcción de lo que se llamó la “tercera posición” peronista
–en criollo: ni yanquis ni marxistas- y que luego parió el Movimiento de los
Países No Alineados
2.
Que Montenegro pudo haber sido el “escritor
fantasma” del libro espejo de Evita: La razón de mi vida. Fin
de la primera historia.
La
segunda historia es más escueta y es una leyenda urbana: dice que Evo Morales fue
bautizado así por ella, por Eva, que su nombre es su masculino: Evo. Sus padres
Evo fueron, efectivamente, migrantes a la Argentina. Hay un video conmovedor de
su visita a la escuelita donde estudió y en donde Morales cuenta sus recuerdos
de Argentina cuando acompañó a sus padres a la zafra azucarera. Pero en ningún
momento, del video y de su vida, hace alusión al origen de su nombre que, por
cierto, puede ser leído como el masculino de Eva. Esto ya se lo dije a muchos
amigos progresistas que insistían en encontrar esa ligazón. Aunque, y esta es
otra historia, Evo debería haberse llamado Evo por Eva…
La
última historia, ya lo dije, es genial y es inmortal y vale la pena anotarla
como homenaje a esa mujer que empeñó su vida por la justicia social como nunca
antes había sucedido en la historia. A diferencia de las anteriores, fui
testigo fiel.
Era
el año 1994 y andábamos navegando la Bolivia profunda con el Gastón Ugalde, el
“gordo” Aguirre y una tropa de intrépidos grabando ese documental que bautizamos
como Imagina Bolivia.
Los
caminos de Bolivia, esos días, eran como los caminos de la vida, ese vallenato
que tanto sigue conmoviendo. Veníamos de Tarija a donde habíamos tenido la
oportunidad de grabarlo al mismísimo Víctor Paz, en su retiro de San Luis. Con
él, hablamos de literatura –hablamos de Mishima- y nos mostró su álbum de fotos
de nubes: una joya. De Tarija, subimos la cuesta de Sama y nos fascinamos
grabando escenas de la vida en Iscayachi, en la puna tarijeña. Luego, se nos
fue anocheciendo y, ya de noche acechante, llegamos a Villa Abecia, Chuquisaca.
En
esos años no eran como ahora que hay carreteras pavimentadas y puentes viales
por todos lados: esos años llegar a un pueblo, y más de noche, era siempre el
mismo polvo, el mismo olvido, el mismo abandono. Amaba igual, a esos pueblos.
No
fue el caso de Villa Abecia, Chuquisaca, en el año del señor de 1994. Tras
darle una vuelta a la plaza vacía, encontramos un cartel tan insinuante que no
pudimos evitarlo. Decía: Posada del Bandolero o algo así. Era una señal, una
marca de algo diferente en medio de tanta desolación. Nos apeamos y nos
decidimos a saber de qué se trataba.
Golpeamos
a su puerta y alguien, como esperándonos, nos abrió. La posada, la cantina, lo
que fuera, era un cuartucho de paredes blanqueadas que tenían su encanto, un
par de mesas y unas cuantas sillas; nada de luz (velas sí). Y se podía degustar
el vino y el singani que el propio cantinero producía. Villa Abecia es parte de ese sano proveedor
geográfico del espíritu que empieza en el valle de la Concepción y culmina en
Camargo: el corazón vitivinícola de Bolivia.
Fuimos
descorchando una botella tras otra y la noche no agonizaba: se encendía. Cuando
entramos en tren confesional, el hombre, el cantinero, el viñatero, la luz en
medio del olvido, nos contó que el nombre de su pascana venía de los dos
bandidos más famosos de esos lados del mundo y de otros lados también: Butch y
Sundance, como diría fraternalmente Luis
Sepúlveda.
La
noche no agonizaba: seguía encendiéndose. Fue allí donde las confesiones se
fertilizaron de manera aluvional e inolvidable. El hombre, el cantinero, el
viñatero, el personaje medular de este texto, el que contaba un aluvión de
historias, me contó una, inolvidable. Y me la contó porque –dijo- “vos gaucho
tenís que saber…”
―
¿Y qué tengo que saber? ―le pregunté intrigado.
―
Tenís que saber que acá nació…
―
¿Quién, quién, dime? ―el alcohol entusiasma, la noche abisma las confidencias.
―Aquí
en Villa Abecia nació Eva Perón, aquí en Villa Abecia nació la Evita ―recuerdo
que su afirmación era tan contundente que no dejaba fisuras y porque una cosa
lleva a la otra y porque lo peor de todo en la vida, lo más necio, lo más
absurdo, es provocar el naufragio de las buenas historias, fue que le dije:
―A
ver contame, hermano…
Conté
tantas veces personalmente esta historia… pero nunca la había escrito. Ahora
que se cumplen cien años del natalicio de Eva, me resulta tan potente y tan
cercana como su presencia infinita.
Que
un hombre del pueblo, que un agricultor, que alguien que trabajando con sus
manos era un virtuoso y a esa virtud le agregaba el arte de la narrativa, de la
oralidad, te asegurase que ella, que
Eva, que Eva Perón, había nacido en Villa Abecia, en su pueblo, triste, perdido
y olvidado como yo lo conocí, es el mejor homenaje que concibo para una mujer
del pueblo. Otra virtuosa, que supo elevarse hasta las alturas insondables de
la historia y la memoria de ese pueblo, trasvasando fronteras absurdas, y hacerse
carne del mito y la leyenda de la Patria Grande.
Por
eso, parafraseando a la mejor consigna de todas las consignas, diré que si
Evita viviera también sería boliviana y que si Evita viviera, lo buscaría a ese
agricultor chuquisaqueño para decirle que sí, claro que sí: “yo también nací en
tu pueblo, yo nací con vos en Villa Abecia”, y lo abrazaría con amor y
seguirían caminando juntos hacia el destino que nos merecemos. Ese destino por
el cual vivió, luchó y murió Eva Perón, la Evita de todos, la Evita que nace
siempre y cada vez que la llama de la fraternidad humana, el compromiso con los
pobres y los humildes y la liberación popular se fragua, se agita y se
enciende.
Pablo
Cingolani
Antaqawa,
5 de mayo de 2019
*Pablo Cingolani nació
en Argentina en 1963. Vive en Bolivia desde 1987. Estudió historia. Es escritor
y periodista. Su obra publicada incluye libros como Toromonas, Amazonia
Blues, Aislados y Nación Culebra, una mística de
la Amazonia.
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