La valija de Frankenstein, de Luis Gusmán


En la célebre novela de Mary Shelley, la Criatura aprende a leer gracias a que encuentra El paraíso perdido de Milton, Las penas del joven Werther de Goethe y las Vidas paralelas de Plutarco, en una valija tirada en un bosque. A partir de esta situación, Luis Gusmán escribió un ensayo sobre la lectura, que parte de comienzos del siglo XlX y llega hasta nuestros días. Compartimos un fragmento.del segundo capítulo de La valija de Frankenstein.



Las muertes de Percy Shelley

                  Francisco Luis Bernárdez lleva en la cartera una hojita cortada en la
                          tumba de Roma. (Yo tengo dos, la otra la tomé de la tumba de      
                   Shelley, era una mañana de febrero, fría y seca, y en el cementerio
                   estábamos solamente un joven guardián y yo para tantos muertos)
                                                                “Imagen de John Keats”, de Julio Cortázar

El poeta Percy Shelley muere ahogado el 8 de julio de 1822 en un naufragio mientras navegaba entre Lerici y Livorno.
Ha sido arrastrado hasta la playa y presenta evidentes signos de descomposición, pero en los bolsillos de su chaqueta se encuentran dos libros que, extrañamente, han sobrevivido al naufragio. En su libro Los últimos días de Percy Shelley y Lord Byron, E. J. Trelawny describe esta escena: “la figura alta y delgada, la chaqueta, el volumen de Sófocles en un bolsillo y los poemas de Keats en el otro, doblados como si el lector los hubiera guardado apresuradamente, me resultaban demasiado familiares para albergar la menor duda de que aquel cadáver mutilado era el de Shelley”.

E.J. Trelawny, amigo de Percy, de Mary y de Lord Byron, que también era un “familiar” por todo lo que han vivido juntos, describe la ceremonia del último adiós que comienza con la pira funeraria que aguarda el cadáver de Shelley: “Una vez avivado el fuego, repetimos la ceremonia del día anterior y rociamos el cuerpo de Shelley con más vino del que había consumido durante toda su vida. El vino, sumado al aceite y a la sal, hacía que las llamas temblaran y crepitaran. El calor del sol y el fuego eran tan intensos que el aire se tornó nuboso y trémulo. El cadáver se abrió por la mitad dejando el corazón al descubierto”.

La escena que describe Trelawny la podría haber escrito Byron, Polidori, Mary Shelley o el mismo poeta muerto: “El hueso frontal, acaso alcanzado por el azadón, se partió en dos, y mientras la nuca reposaba sobre la parrilla al rojo vivo, los sesos literalmente bulleron e hirvieron durante largo tiempo, como si se estuvieran cocinando”.
La literatura gótica nos describe el último acto de Percy Shelley. Un paisaje envuelto en cenizas:“ Lo único que no se consumió fueron algunos fragmentos de huesos, la mandíbula y el cráneo; pero lo que más nos sorprendió a todos fue el hecho de que el corazón permaneciese intacto”. Trelawny rescata del fuego lo que ya se ha convertido en reliquia.

Trelawny salva los libros de las llamas. Esa y otras reliquias mortuorias, como los cabellos convertidos en cenizas, llegan, junto con el corazón, a manos de Mary Shelley. Ella, entonces, envuelve el corazón en la primera página de “Adonais”, el poema que Percy Shelley había escrito con motivo de la muerte de John Keats. Lo trae consigo, guardado en el interior de una bolsa. Esa fue la reliquia que se llevó a Inglaterra. Su propia valija. Un corazón vivo que estaba muerto. Un pedazo del cuerpo de su marido. Una página literaria.
El corazón está intacto, pero también los dos libros. Trelawny, cuando repara en el detalle de las hojas dobladas apresuradamente, nos describe la muerte de un lector.


La valija de Frankenstein
Luis Gusmán
Editorial Edhasa, 2018.

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