Graciela Montes: “La lectura tiene una cualidad de casa, de lugar donde estar, de alguna manera, resguardado”
El viernes 10 de mayo, para dar un inicio de
lujo al 21º Congreso internacional de Promoción de la Lectura y el Libro, la
Fundación El Libro convocó a Graciela Montes, quien en el marco de la 45º Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires fue entrevistada por Mario Méndez. Ante
una Sala Borges colmada por sus lectores y lectoras, muchos de ellos docentes,
especialistas y editores, la querida escritora habló de su enorme trayectoria,
desde su formación como lectora a sus primeros pasos como editora en el Centro
Editor de América Latina, desde su primer libro -aquel inolvidable Nicolodo viaja al país de la cocina- hasta
aquellos que integraría en una suerte de antología personal. Y del oficio, sus
trabajos de traducción, los trabajos por encargo, la literatura para niños, los
planes de lectura, la escritura para adultos y tantas cosas que la hora de gratísima
charla realmente resultó escasa.
Agradecemos el envío de las grabaciones hechas por Fabiola
Etchemaite y Patricia Pereira, así como las bellas fotografías que tomó Liliana
Morales.
Cristina Bonelli: Mario Méndez es
maestro y docente universitario en la carrera de Edición de la U.B.A. Es autor
de más de cuarenta títulos de literatura infantil y juvenil que han sido
publicados en muchas editoriales reconocidas del ámbito nacional,
latinoamericano e internacional. Actualmente está desarrollando para el
Programa Bibliotecas para armar un ciclo de entrevistas a distintos actores de
la literatura: escritores, ilustradores, editores, mediadores de la lectura. El
objeto de este ciclo es multiplicar lectores y lecturas. Quiero aclarar que
estas entrevistas están en la Web, y que todos podemos disfrutar de conocer “la
cocina” de nuestros libros, a través de ellas. Bueno, le doy el espacio a Mario
Méndez.
Mario Méndez: Buenos días. ¿Cómo
están? Es una alegría estar acá, un compromiso, una responsabilidad, pero sobre
todo, una gran alegría. Tenemos poco tiempo, una hora justa, así que ustedes me
van a agradecer, seguramente, que no abunde en la presentación, porque podríamos
estar la hora entera hablando del trabajo de Graciela. Simplemente, decir que
tiene más de setenta libros publicados, que es docente, autora, traductora…
tradujo a Perrault, a Carroll, a Mark Twain, a Marc Soriano, que tiene esa guía
maravillosa de temas de la literatura infantil; que es Licenciada en Letras de
la U.B.A.; que dirigió la colección Los cuentos del Chiribitil, del Centro
Editor de América Latina; que fue editora en Libros del Quirquincho y en
Colihue; que fue una de las fundadoras de ALIJA; co fundadora y co directora de
la revista cultural La Mancha y que, con la recuperación de la democracia, con
el Plan Nacional de Lectura que dirigía Hebe Clementi, fue miembro orgulloso de
esa tropa. Ganaste, Graciela, el Premio Lazarillo 1980, fuiste la candidata
argentina al premio internacional Han Christian Andersen, tres veces, y el año
pasado, como todos saben, recibiste el premio latinoamericano SM en la
categoría Infantil y Juvenil. Así que, seguramente tienen ganas, vamos a
aplaudir a Graciela Montes. (APLAUSOS).
Bueno, vamos a empezar por el
principio, y en el principio está la lectura. Sé que provenís de una familia
muy lectora. Contanos cómo fue tu camino lector.
Graciela Montes: Primero, quiero
aclarar que no soy maestra…
MM: eso lo podríamos discutir…
GM: Por lo menos oficialmente. Yo
podría hablar de las lecturas que hice de chica, en las que voy a coincidir con
un montón de personas, porque más o menos, hemos hecho recorridos parecidos.
Pero tal vez pueda mencionar una cosa que para mí fue un desencadenante
anterior al libro. Y es que cuando era chica, sentía bastante necesidad de
leer. Por ejemplo, una de las cosas que me inquietaban mucho, y que trataba de
resolver a mi modo, era cómo cambiaban los humores de las personas. Los rostros,
lo que esos rostros mostraban. Las tensiones ocultas que a veces yo percibía
entre las personas que había a mi alrededor. Muchas cosas humanas. También
otras que tenían que ver con el entorno, con las cosas que yo leía, recuerdo
muchas de esas instancias, tratando de pensar en esta pregunta, que me habías
anticipado que ibas a hacerme. Yo recuerdo haber estado en ciertas situaciones,
de chica, haciendo los deberes en la cocina de mi casa, mientras mi mamá o mi
abuela hacían otras cosas, y pensar: ¿Qué es esto que me está pasando en este
momento? Y realmente, creo que los libros tienen una ligazón muy fuerte con la
vida. Iba a los libros para tratar de entender esas otras cosas, que no eran
libros, y que me parece que están profundamente asociadas. Lo demás no es nada
misterioso: las cosas que leíamos todos, las revistas infantiles, los
Bolsillitos, el Billiken, la colección Robin Hood, nada muy diferente de los
demás. Pero sí creo que eran muy importantes en mi vida, en la que ocupaban
mucho espacio. Creo que es eso. Me temo que no hay nada muy misterioso.
MM: Me decías recién que no fuiste
docente. Sin embargo, hace poco, cuando se reeditaron tus libros, en varias
editoriales muy importantes, todas las editoras con las que charlé después me
dijeron que les habías dado una clase.
GM: Alguna vez, pero subrepticiamente.
MM: Antes de ser escritora y de
publicar tu primer libro trabajabas en una editorial… ¿Cómo fue esa llegada a
tu primer libro?
GM: Yo hacía trabajos editoriales muy
modestos: correctora, sobre todo, y la editorial había lanzado una colección
que dirigía Delia Pigretti, que eran Los Cuentos del Chiribitil. Como salían
una vez por semana, a pesar de que habían hecho una parrilla muy grande de
cuentos, cuando lanzaron la colección tenían unos cuantos ya en elaboración,
como se hace habitualmente cuando la salida es semanal. Probé de escribir este
cuento, Nicolodo viaja al país de la
cocina, a partir de un personaje que habíamos inventado con Ricardo cuando
éramos muy jóvenes. Los “odos”, estos personajes, ya estaban inventados. Lo que
hice fue ponerlos en un cuento que se presentó; a Delia Pigretti mucho no le
gustó… era demasiando fantástico tal vez. Porque también son momentos
históricos de la literatura infantil, tal vez sintió que hacía falta algo de
realismo. Hay momentos en los que hace falta, pero a mí me salió eso. Estuvo
dudando entre rechazarlo o no, y se lo dio a leer a Boris Spivacow. Y a él sí
le gustó mucho. Fue muy cálido, recibió muy bien el cuento, así que finalmente
se publicó. Ese fue el primero, así que fue casi un rechazo.
MM: Alguna vez lo dijiste también…
¿Había una fuerte influencia de Cortázar con sus cronopios?
GM: Pienso que sin duda, porque en ese
momento yo era una fanática cortazariana. Así que sin duda debe haber mucho de
Cortázar ahí, de los cronopios y los famas. No me cabe duda.
MM: Como editora, decíamos que hiciste
escuela y hay muchos escritores importantísimos (Oche Califa, por ejemplo, que
andaba por acá), a los que publicaste por primera vez. Los descubriste,
digamos. Eduardo Abel Gimenez, Ricardo Mariño, Carlos Schlaen (tan querido, tan
recordado) ¿Cuál era tu criterio a la hora de publicar a un autor que recién
comenzaba? ¿Qué buscabas? ¿Qué veías?
GM: El trabajo de edición es muy, muy
gratificante. Encontrarme con esas cosas de escritura me pareció un regalo que
me hacían. Cuando descubría un autor, realmente lo defendía muchísimo. Horacio
Clemente, por ejemplo, me deslumbró; me pareció que era una escritura
diferente, alguien que venía desde otro lado. Lo único que puedo decir en mi
defensa como editora es que no tengo el menor atisbo de celos. Al contrario. No
compito con la gente a la que edito. No experimento eso, sino más bien
admiración, pienso en lo bien que está haciendo eso por ese camino que agarró.
Que las voces fueran diferentes fue muy bueno. Por eso, cuando Oche y Mariño y
López vinieron los tres, que eran muchachitos, al Centro Editor y trajeron sus
cuentos, aparte de que me pareció que tenían mucha frescura, una cosa nueva muy
valiosa, me pareció que había que animarlos. Después hubo cosas que no se
publicaron, porque el Chiribitil cerró, se acabó la plata para el Chiribitil.
Así que los cuentos quedaron ahí, y después ellos los publicaron en otras
ocasiones. Pero fue bueno; en ese trabajo de edición fui muy feliz.
MM: Otro de los trabajos felices de
los que me decías, y creo que querés contar, es el que hiciste dentro de la
tropa del Plan Nacional de Lectura.
GM: Sí, eso lo valoro mucho; un Plan
de Lectura muy importante. Sobe todo por el modo en que arraigó, por el modo en
el que se ligó con el interior. Empezó en el año ’84, y fue un Plan que hacía
pie en las bibliotecas populares. Otros planes hicieron pie en las escuelas,
pero este era muy particular, porque reactivó bibliotecas que ya existían,
algunas desde hace cien años, en distintos lugares. Una cosa que para mí fue un
descubrimiento en aquel momento. Pueblos de dos mil, tres mil, cuatro mil
habitantes, tenían una biblioteca popular. Y una biblioteca popular activa.
Recuerdo muy emblemáticamente para mí, por lo que significó en ese momento en
el que todavía era muy joven y recién empezaba, el encuentro en Las Varillas,
Córdoba, que en ese momento tenía cuatro mil habitantes. No sé cuántos tendrá
ahora. Tenía una biblioteca popular activísima de la que estaba a cargo Juan
Carlos Melano, que tenía un cine club, una sede de discusión… cuando hablaban
de la biblioteca que había inaugurado en su pueblo Federico García Lorca. Y lo
que dijo en esa oportunidad de esas bibliotecas que dan de comer en el doble
sentido. Y gratis. Eso me pareció muy importante. Ese Plan fue muy bueno, muy
valioso. La idea era que se visitaban los lugares que ya existían, como para
darles apoyo. Iban escritores, ilustradores, diversas personas y especialistas.
Gente que sabía mucho de lectura. En este momento en particular recuerdo a una
persona que trabajó muchísimo, que ya murió, que es Teresa Pagnotta. Eso dejó
algo armado, algo que a pesar de todas las tormentas que hemos vivido, si vos
consultás, todavía están. Entre los bibliotecarios de los distintos lugares,
las escuelas que se acercaban… Por ejemplo, en Las Varillas había una docente
muy activa, Queca, que no sé si sigue estando en la docencia; y esa ligazón
entre la biblioteca popular y la parte más viviente de la escuela, era
maravillosa. Como ese, había muchísimos otros lugares. Hablé de este, porque
fue uno de los primeros que visité y me dejó un recuerdo especial. Valoro
muchísimo ese trabajo, no sé cómo se las arreglaba Hebe con su equipo para hacerlo
funcionar porque parecía dificilísimo, la gente andaba viajando de un lado a
otro, se cruzaban todo el país, y la plata era poquita. Me la acuerdo a Hebe
los días viernes tratando de conseguir los pasajes que no terminaban de llegar
y cosas así… Como hacen los funcionarios cuando son honrados. Y me alegro de
haber sido una más de una gran tropa.
MM: Ojalá volvieran esos trabajos.
Decías hace un ratito que los “odos” eran muy fantásticos, y un poco en el CEAL
estaban esperando realismo. Por esos años hiciste uno de tus trabajos más
recordados en lo que es la divulgación, que es El Golpe y los chicos. ¿Cómo fue meterse con ese tema y trabajarlo?
GM: Eso fue puntualmente a pedido de
Página 12. El trabajo original es un trabajo por encargo, de los que he hecho
muchos en la vida; no todo es creación. Yo vivo de la escritura. Ese trabajo,
en ese momento fue difícil, por supuesto, pero lo viví como que era mi deber,
que había que hacerlo como pudiera. Después, publicaron a través de Colihue, la
versión con los testimonios de los HIJOS. Esto lo hice por mi cuenta, con los
que pude entrevistar. Esa fue una labor honrosa para mí, para mí fue un honor
poder tener esas charlas en ese momento. Ahora todo eso está mucho más hablado,
en ese momento, todavía no. Los jóvenes que entrevistaba en ese momento no
tenían treinta y pico, cuarenta años. Tenían dieciocho, veinte. Eran más
jóvenes, y era más difícil. Al mismo tiempo me doy cuenta de que después lo han
hecho mucho mejor que yo. Por eso, siempre que me pidieron que lo reeditara, me
parece que no corresponde. Porque esas cosas hay que ir leyéndolas todo el
tiempo. Y leyéndolas de nuevo, no pueden tener un texto fijo durante quince
años. La lectura es la que están haciendo ahora los hijos y los nietos. Ellos
están leyendo las cosas, y escribiéndolas, por supuesto. Pero en su momento fue
un honor que Página 12 me lo hubiera encargado, y un honor que hubieran
aceptado hablar conmigo, esos hijos de desaparecidos que pude entrevistar.
MM: Qué buen concepto ese de que hay
que seguir escribiendo… Siento como una caricia lo que dijiste de trabajar por
encargo. Otro de los trabajos que hiciste fue el de traductora. Carroll,
Perrault… Y sobre todo me interesa que cuentes, porque al público le va a
interesar, el trabajo con Marc Soriano, y la guía sobre los principales temas
de la literatura, que vos ampliaste.
GM: Ese también fue por encargo. Me lo
encargó Narvaja, de Colihue. Yo agarré viaje enseguida, porque era un libro que
conocía, que había leído en francés, que lo tenía en francés, y que me había
interesado muchísimo. Y como él había hablado con Flammarion, que era la
editorial originaria de Soriano. Y habían dicho que Soriano quería actualizar
el libro, un libro que tenía ya unos cuantos años. Entonces tuvimos que entablar
un vínculo epistolar con él, porque nos tenía que ir mandando, además de la
base del libro que ya tenía, las actualizaciones de los distintos artículos.
Así tuvimos un intercambio epistolar muy interesante, muy valioso para mí, muy
personal, porque por la situación en la que él estaba, no podía hacer el papel
de profesor, ni de un gran escritor. Él estaba en una situación de vida muy
precaria, muy enfermo, viviendo casi en un pulmotor, y los intercambios que
hacía con los demás, con su mujer, con sus hijas, con sus discípulos que seguía
recibiendo, por letras manuscritas; era lo único que podía hacer y su manera de
comunicarse, porque no podía hablar. Tenía una miastenia gravis, y fueron dos
años, o dos años y medio en los que fuimos intercambiando las cartas con las
actualizaciones. Fui sabiendo pequeñas cosas de su enfermedad. Yo le conté
también, a mí me operaron de un cáncer justo en ese momento; hablamos
mínimamente de nuestras historias y del trabajo. Antes de que termináramos con
el trabajo él se murió, y quedó para mí como un recuerdo muy valioso. Y empezó
con un trabajo por encargo. Nunca se sabe.
MM: Es verdad. Entre los muchísimos
trabajos que has realizado, además de lo que está ligado a la literatura en sí,
está la teoría. Has hecho mucho trabajo teórico. Acá tengo una recopilación, Buscar indicios, construir sentido, que
acaba de recibir el premio Destacado de ALIJA al trabajo teórico. Y en tu
trabajo hay una palabra que se repite mucho, que es “ocasión”, una hermosa
palabra. ¿Qué es esa ocasión?
GM: Voy a hablar de dos ocasiones. Por
un lado, la ocasión que para mí significó poder hacer esa reflexión, porque
todas esas reflexiones, todas, fueron por encargo. Una invitación a un
congreso, muchas veces, invitaciones a la Feria del Libro, y en general me
dejaban un margen bastante amplio para elegir cosas, pero al final. Al
principio, no. Cuando empecé a trabajar me daban instrucciones. No me dejaban
moverme mucho de ahí, tenían que ser de cierta extensión, o no durar más de
diez minutos. Después me fui dando algunos lujos. Pero siempre aparecieron así.
Y todas las cosas son recopilaciones de charlas que se dieron, o de prólogos
que también son encargos. Los Prólogos para la Básica Universal que me mandaba
a hacer Jorge Lafforgue también eran encargos. Me gustaría desmitificar eso de
“la creadora”. Las cosas se van haciendo en el camino. Y con respecto a la
“ocasión”, sí. La ocasión es algo que valoro mucho. La palabra de los griegos
es kairós. Ese lugar donde parece que las cosas se abren y uno puede trasladarse
a otra dimensión. Y un poco los libros funcionan así. Por lo menos para mí han
funcionado así. Como si uno horadara este tiempo del aquí y ahora, y pudiera
entrar a otra dimensión, donde las cosas funcionan de otra manera. O donde uno
se siente más amparado, o vaya a saber qué siente el lector. Me parece que una
de las cosas que pueden ayudar cuando uno quiere acercar a alguien a la
lectura, es que la lectura tiene una cualidad de casa, de lugar donde estar,
donde estar de alguna manera, resguardado. Un lugar propio, como cuando uno
viene de un viaje y llega a casa. Le lectura es una casa. Para mí, esa
sensación es muy agradable, y creo que puede ayudar a los lectores. ¿Quién se
niega a entrar a una casa linda que le abren? Eso es un poco la ocasión. La
ocasión de atravesar algunas puertas, de cruzarse, de dar un salto a veces. No
siempre las cosas son tan sencillas. La lectura es eso. Para mí fue eso. No
quiero decir para los demás. Cada uno tiene un propio vínculo con la lectura.
MM: Otro bello concepto nos has
dejado, esto de la lectura como casa. Nos has permitido entrar a las muchas
casas de la lectura para niños. A la hora de escribir, ¿cuál era la diferencia
que sentías cuando escribías novelas para adultos y cuando escribías para
chicos?
GM: Hay diferencias, porque de algún
modo, cuando uno escribe para los chicos tiene la confianza de que ese cuento,
de algún modo, va a poder contarse. Esa es una cosa optimista que tiene la
literatura para los niños, y que viene de los niños, o de cuando uno fue niño.
Parece que es algo más tranquilo, más seguro, aunque se corran riesgos. Y
precisamente, uno de los riesgos de la literatura infantil es el de ser
excesivamente segura. Muchas veces comete ese pecado de creer que ya está todo
resuelto de antemano, decirles a los lectores cómo tienen que leer. Parece que
desconfiara del lector. Yo a veces los puse a los lectores en situaciones más
difíciles, pero siempre con la confianza de que iban a poder leer. Cuando uno escribe para adultos no sabe si va
a poder escribir, ni si lo van a leer. Hay una cosa mucho más riesgosa, es un
tembladeral. Por lo menos para mí. Hay estructuras para adultos que son más
seguras, que son bien de género, historias que ya se sabe cómo están armadas.
Tienen reglas muy fijas, eso es más fácil. Pero una escritura que no tenga un
marco seguro es el riesgo más grande. Uno puede elegir correrlo, o no. Tampoco
tiene uno tantos lectores, eso seguro.
MM: Cuando tomaron el riesgo de
meterse con el escriba, con la historia de Marco Polo, ¿cómo fue escribir a
cuatro manos, con Ema Wolf?
GM: Ah, eso fue fantástico. Fue una
experiencia muy feliz, muy interesante. Muy larga, estuvimos varios años, y se
aprende mucho del otro, sobre todo si las dos personas se respetan y al mismo
tiempo son diferentes. Fue muy grato, y conseguimos armar una yunta bastante
útil, creo; buena. Podíamos salir adelante, investigar juntas… No sé qué más
decirles. Prueben escribir con un amigo y se van a enterar.
MM: Hay varias experiencias bastante
exitosas, antes de El turno del escriba,
y ahora. Se divirtieron…
GM: Sin lugar a dudas.
MM: ¿Se peleaban un poco?
GM: Discutíamos. Sobre palabras, cada
coma, cada cosa, pero la verdad es que fue muy amistoso. Mentiría si dijera que
fue como Klaus Kinski y Herzog.
MM: Hablamos de la literatura para
adultos… ¿Qué opinás de este fenómeno de la literatura juvenil? ¿Existe? ¿No
existe? ¿Qué te parece?
GM: No sé tanto qué está pasando
ahora. Cuando yo me alejé recién estaba empezando a tener fuerza. A mí me
parece que todas las cosas existen. Sería absurdo decir que no. Y que haya
cosas con reglas de juego intermedias, también me parece que está bien. Me
acuerdo que de que cuando empecé a leer por mi cuenta, a buscar cosas después
de los Robin Hood me leí un montón de libros de Delly [1],
un escritor que seguramente ni oyeron nombrar porque es de épocas remotas, que
escribía historias de amor, tremendamente adocenadas, de esas que aparecen por
montones. Y eso me parecía fantástico, y fue útil para mí. Hubo una etapa en la
que yo tuve que leer eso. Además, creo que acá hay muy buena literatura
juvenil, por lo que me van contando, porque no estoy muy al tanto. ¿Por qué
alguien va a decir que no existe? No entiendo eso… (Risas).
MM: Hay gente que niega la entidad de
literatura juvenil.
GM: A los editores habría que
preguntarles, si ellos venden cosas que no existen. (Risas).
MM: Está muy bien. Vamos a hablar de
la literatura infantil, y de la tuya. Una vez dijiste que los escritores no
deben hablar de sus propios libros, que eso corresponde a los lectores.
GM: Sí, yo no hablo de mis propios
libros, y no me preocupa…
MM: Viste que la otra vez te lo
anticipé, así que el que avisa… Si tuvieras que hacer una antología personal,
como la que hizo Borges, ¿qué libros estarían? Porque muchos acá tenemos en el
corazón uno, o dos, o cinco. ¿Vos cual elegirías? ¿Cuáles?
GM: Qué difícil… Dos de los libros que
fueron un salto de cabeza son Otroso,
y Casiperro del Hambre. Yo diría que esos dos fueron muy particulares. Y también
diría Uña de dragón. Esos fueron
cuentos que para mí significaron un desafío muy grande en la escritura. De
meterme en camisa de once varas, de entrar en otros territorios. Me estaría
olvidando de otros. No pensé nada, vos me dijiste que me ibas a preguntar pero
me olvidé de pensarlo. Ayer estuvimos buscando perro… un bretón, entonces
dedicamos la tarde a eso, no pensé nada. (Risas).
MM: ya me metí con una difícil, así
que sigo con otra difícil. A todos se nos han ocurrido montones de títulos que
podríamos ponerle a esa antología. Y a todos nos gustaría, nos habría gustado
seguir leyendo tus obras. ¿Por qué creés, como dijiste alguna vez, que ya fue
suficiente?
GM: Pienso que cuando uno trabajó
mucho en un momento se tiene que bajar del caballo. Tal vez me escapé… No sé…
no quiero hacerlo heroico… Tal vez simplemente era demasiado. Cuando uno
escribe mucho y está con mucha actividad, porque yo trabajaba mucho en
encuentros, en congresos, en escuelas, en bibliotecas, se empieza a sentir con
muchísima fuerza la demanda de los demás sobre uno, que a veces es agobiante,
es una especie de acoso. No quiero ser demasiado agresiva, pero hay algo de
eso. Uno siente que ya no puede responder a todo, y por otra parte es un mundo
muy ligado al mercado, y uno a veces se pregunta qué está haciendo, de qué
juega en ese lugar. Esas cosas que se le ocurren a uno simplemente porque pasa
el tiempo, uno se pone viejo y empieza a pensar en esas cosas. Tuvo algunas
desventajas… seguramente perdí plata, pero por suerte tengo derechos de autor
por mi obra y sigo cobrando. Podría haber sido más… Pero me permitió entrar a
otras cosas, a otros pensamientos. Por ejemplo, he leído muchísimas cosas, casi
todas en e-book, de ciencias, de
matemáticas, o del tiempo. Ese tipo de cosas que para mí son un desafío porque
no tengo formación para hacerlas. Significó abrir la cabeza a otras cosas, y me
doy cuenta de que es tan grande el pensamiento que hay ya hecho, es inmenso,
uno a veces cree que hay menos y hay muchísima gente, hay mucho pensamiento,
mucha obra, hay mucha gente que está tratando de construir cosas. Y a veces uno
está solamente en su ámbito, y no lo ve. Y me permitió eso, como si fuera que
me jubilé y tengo tiempo para cuidar del jardín. Sería una cosa así. Fue muy
importante, con la ventaja de que la obra sigue estando, y de que tuve un hijo
que se ocupó de reeditarla, porque había muchísimas cosas que no se editaban,
así que fue muy valioso para mí, una ayuda enorme y que me permitió vivir de
los derechos de autor. Porque los dos somos jubilados y la mía es la mínima,
así que los derechos de autor realmente son importantes en nuestra economía
familiar. No solo de pan vive el hombre, pero de pan también. (Aplausos).
MM: ¿Qué te han parecido las
reediciones? ¿Cómo fue el desafío, los cambios de ilustración, los
aggionamientos? ¿Cómo fue enfrentar ese nuevo trabajo para las reediciones?
GM: Muy interesante, porque pasaron
muchos años y para mí fue algo que hice con gusto el correrme del lugar de
editora. Uno no tiene que ocupar el lugar de los nuevos editores, que tienen su
manera de ver las cosas y a mí me traen también sus universos, que me
enriquecen mucho. Lo he vivido, primero, con mucho agradecimiento. Genuino.
Porque en las editoriales en general, naturalmente esperan que el escritor
después tenga una carrera activa. Que vaya a las escuelas, presente, vaya a
firmar, etcétera. Cosas que yo no hago. ¡Ni haré! (Risas). De manera que es muy
generoso aceptar eso, porque hay una parte del funcionamiento editorial que yo
les niego. Y sin embargo, estuvieron dispuestos. Realmente fue un trabajo muy
interesante. Además, la generosidad con la que me acercaron través de Santiago
que hace de cinta de transmisión, los bocetos, las cosas para que yo viera. Una
cosa de respeto que agradezco mucho. El trabajo ha sido de ellos y estoy muy
agradecida. Es muy importante para mí que se haya vuelto a mirar mi obra de
otra manera, con otros ojos más jóvenes.
MM: Fuerte el cambio tecnológico… de
las galeras a lo que hay ahora…
GM: Sí, eso es fantástico. Con Ricardo
hemos tenido muchos encuentros relacionados con el Centro Editor, donde los dos
hemos trabajado, y esa es una de las cosas que a los jóvenes más les apasiona.
Cuando uno les cuenta cómo eran los sistemas. Nosotros pasamos de la linotipo,
con los tipos de plomo que se entintaban, se ponía la hilera de letras en una
caja, se entintaban y se pasaba un papel por encima. Eso era lo que le mandaban
a uno a la editorial, ahí uno encontraba (o no) los errores, y después eso
volvía al taller de composición. Y una persona, con cuidado y con una pinza,
iba sacando las letras equivocadas, y poniendo las correctas. Ustedes saben
(para los más jóvenes) que los linotipistas eran personas cultísimas. Eran
grandes lectores, personas de mucha cultura, porque obligadamente estaban
leyendo y se interesaban. Después pasaron a la fotocomposición. En una época
hice un trabajo más humilde que ese, cuando salió Los hombres de la historia por
segunda vez. Los hombres de la historia
era una colección que el Centro Editor había comprado en Italia, en Mondadori,
creo que era. Una colección muy, muy buena. Y cuando se reeditó yo era “pinche”
en el Centro Editor, y Boris me encargó ese trabajo. Como se iba a reeditar, yo
tenía que releer, y donde había errores marcarlos y corregirlos. ¿Cómo los
corregía? En unas especies de películas, que se llamaban acetato y que eran una
película muy fina, donde estaban las letras. Yo, con un cutter tenía que cortar
la línea equivocada, y cambiarla por la línea correcta que me habían hecho
también en otro acetato. Con cinta scotch. Así salió la segunda edición de Los hombres de la historia. Cuando
nació Santiago, que está por ahí, en el ’76, en marzo, poco antes del golpe, en
ese verano estaba corrigiendo Los hombres…
Tengo algunas fotos en las que estoy con la panza. Era un trabajo muy bueno,
porque podía hacerlo en casa, podía seguir después de tener al bebé, bastante
cómodo.
MM: En La batalla de los monstruos y las hadas, la mamá hace ese trabajo
con papeles…
GM: Esa mamá me hace acordar mucho a
mí.
MM: Bueno, para ir terminando, una
pregunta muy amable para que nos cuentes. ¿Qué significan los premios, y qué
significó el premio latinoamericano a toda tu trayectoria que recibiste el año
pasado?
GM: Es muy bueno; como un abrazo. Esa
sensación que uno tiene cuando está un poco solo, porque es cierto que yo me
retiré de muchas cosas, y también quedé aislada, de alguna manera. Con una
sensación de que ya no entraba para esa zona. Y que hubiera aparecido este
premio, y me dieran un reconocimiento viviente, siendo una escritora que ya
está retirada, fue algo muy valioso. Y fue bueno el encuentro, conocer a la
gente que me dio el premio, que me pareció muy agradable y muy generosa. Fue
muy bueno, muy bueno. Y además, fue plata. (Risas).
MM: Donde no hay plata es en ALIJA;
pero sin embargo…
GM: Sería muy novedoso… (Risas).
MM: También es muy interesante que se
haya premiado con un destacado la obra teórica. Esta recopilación de la que
hablábamos, Buscar indicios, construir
sentido.
GM: Sí, eso fue muy valioso. Me
disculpé por no poder ir a recibir el premio. Es una presión que me cuesta
mucho la del público. Tengo que dosificar. Ya venía hoy acá, así que por eso
les pedí a Santiago y a Fabiola Etchemaite, que fueron muy amables. Además,
Fabiola con derechos, porque hizo el prólogo, así que tenía todo el derecho…
Fue muy bueno. Babel también. Eso fue algo que surgió de ellos. Silvia
Castrillón y María Osorio vinieron con la propuesta. Ellas habían armado las
conferencias que no se habían editado antes. Lo armaron ellas, yo no hice nada,
más que haber puesto los textos anteriormente. Eso fue muy bueno. También
agradezco mucho a ALIJA que fue la que me postuló para el premio de SM. Tengo
mucho agradecimiento, y por supuesto, muchos recuerdos de cuando empezó ALIJA.
Los tiempos de Susana Itzcovich, que es la que más puede acordarse de eso. De
ALIJA fue también Graciela Cabal, fue Ruth Mehl, Ana María Ramb… fue mucha
gente que trabajó muy mucho por nada en cuanto a plata. Porque querían armar
esa defensa. En un momento la literatura infantil fue bastante de barricada.
Era para ir avanzando.
MM: Me diste un pie ahí, ésta no la
había preparado. Fue duro, y todavía sigue siendo duro. Esa sensación de que la
infantil es una literatura del arrabal. Obviamente no pensás para nada eso…
GM: No, no. Tengo un enorme respeto
por la literatura para niños, me parece que da en el clavo muchísimas veces. Y
que hay que mirarla con mucho respeto. Por supuesto, como en todas las cosas, a
veces se adocena o se vuelve una cosa mecánica. Como en todas las cosas, me
parece que siempre ayuda no mecanizar. Si las cosas se vuelven mecánicas y muy
fáciles, dejan de ser interesantes. Por eso, cada tanto es bueno meterse en
algo que uno no sabe. Que no sabe manejar, que no sabe cómo va a salir de ahí
adentro. Eso ayuda.
MM: Sacar a editores y escritores de
esa especie de zona de confort…
GM: Claro, de esa zona de confort.
Porque además, como se vive del trabajo, a veces uno repite, pero a la
literatura infantil le hace bien que algunos corran riesgos. Por lo menos
algunos.
MM: Ese es un hermoso título que
podríamos ponerle a esta entrevista. Bueno… yo creo que hemos disfrutado
enormemente de tus palabras, no sé si querés agregar algo, si te quedó algo en
el tintero que quieras comentar.
GM: Les agradezco que me hayan
convocado. En general yo he estado diciendo que no a todo, porque no lo hago,
pero en este caso, puntualmente me lo pidió Oche, que fue muy generoso, y me
presentó muy bien, con palabras que me sonaron muy bien en México, cuando me entregaron
el premio SM. Él hizo una defensa del trabajo político que es la escritura. Muy
interesante, con mucha delicadeza, muy bien. Y por supuesto, recordó el
encuentro en el viejo Centro Editor de Avenida de Mayo. Creo que era ahí,
porque en Cangallo, que ahora es Perón, no estábamos ya. Me trajo tantos
recuerdos… En ese tiempo de Avenida de Mayo [2],
además, una ilustradora maravillosa que murió hace muchos años, que se llamó
Delia Contarbio, muy buena, una gran artista, había tenido el buen gusto de colgar
de un calefón que había en un pasillo, una Biblia chiquita. Por la Biblia y el
calefón. Era tan poco parecido a una editorial, era un ámbito donde teníamos
una terraza atrás. Ahí trabajaba Heber Cardoso, en una piecita. Y ahí
festejábamos los cumpleaños, y teníamos una parrilla. Y las cosas se hacían
como se podía, en una situación que no era fácil, pero se hacían. Y se hacían
porque tenían sentido. Tenía sentido hacerlas, todos creíamos en ese sentido, y
a veces nos equivocábamos, pero íbamos atrás del proyecto de Boris con
entusiasmo personal. Se pagaba poco, pero se pagaba. No trabajábamos gratis.
Pero con muchas dificultades, esperando en la semana a ver si el viernes se
podía cobrar algo, pero íbamos yendo, y parecía que tenía sentido hacerlo. Tal
vez ese es el sentido. La búsqueda de sentido. Y preguntarse para qué estamos
haciendo lo que estamos haciendo. Es una pregunta un poco obvia, y que a uno a
veces puede asustarlo un poco, pero creo que hay que hacérsela.
MM: Me parece un final perfecto. Ahora
sí, vamos a darte el aplauso que todos tenemos ganas de darte.
APLAUSO FINAL.
[1]
N de la R: como no sabíamos de qué
se trataba, le preguntamos a Graciela en la edición. Nos contó que “para mí eran "las novelas de
Delly", así se las conocía; hoy me entero, gracias a Wikipedia, que fueron
escritas por una yunta de hermanos: Jeanne-Marie y Frederic Petitjean de la
Rosiere, un éxito editorial extraordinario”.
[2] N de la R: En la edición de la
entrevista, Graciela nos contó que había recordado lo siguiente: “recordé, una vez en casa, que el calefón
ese, que posiblemente otros recuerden, no estaba en Avenida de Mayo sino en el
quinto piso de Cangallo, justo al lado de la pieza donde trabajaba, creo
también -a veces los recuerdos se mezclan-, Susana Zanetti, casi frente a la
puerta que daba a la terraza esa que menciono”.
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